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Tolstoi

marzo 15, 2013

Unas páginas de Rostro sin máscara, novela en proceso...


Bah, siento que esto ya perdió su cauce: ya no es una novela sino una relación de chismes de oficina kafkiana. Pero, amigos, qué voy a hacer: esa es mi realidad. ¿Estructura?, me pregunto. Nunca al escribir he pensado en ella. A veces la descubro a mitad del escrito. Lo único que me está guiando ahora es el cuento de las redes neuronales y los coágulos narrativos. Fea denominación esta última. Joyce tenía expresiones más elegantes: epifanía, por ejemplo. Momentos de iluminación. Variaciones sobre las viejas musas que cantan la cólera del pélida Aquiles. Los héroes. Ese es un tema central en mi vida. Los héroes. Desde niño, no sé por qué, me he sentido predestinado a ser, digamos, un Beethoven o un Miguel Ángel. ¿Delirio de grandeza? Of course y a quién le importa. ¿Sabían que Thomas Mann y Goethe sentían asco por el salvajismo impetuoso, la suciedad, la insolencia de Beethoven? Recuerdo que el escritor Bache, personaje de mi novela Paraísos hostiles, basado en la personalidad del malogrado literato y beodo consuetudinario Juan Vicente Melo, acostumbraba  a hacer este tipo de juegos: ¿Entre Rilke y Saint John Perse? ¿Entre la Quinta de Beethoven y la Quinta de Malher? ¿Entre los vinos de la Rivera del Duero y los de Vega Sicilia? ¿Entre Picasso y Rembrandt? Anoto: después de leer Doctor Faustus  iniciaré la lectura de  Vidas ejemplares,  de Romain Rolland. Beethoven, Miguel Ángel, Tolstoi (frente a ellos Mann se antoja un niño de pecho). Subyace en mi débil arquitectura mental (acuérdense que soy un mediocre que trabaja, ¿falsa modestia?) la idea de que mientras uno escribe debe rodearse de grandes espíritus. Lo mismo hacía Mann: no que robara ideas a Nietszche, Schoenberg o Goethe, sino que quería apropiarse de alguna manera de su grandeza. Suena rústico el asunto, pero creo que en el fondo todos los grandes lo han practicado. No es lo mismo escribir desde el suelo que hacerlo desde los hombros de los grandes. Creo que fue Schopenhauer el que dijo esto. Me parece que éstas son las últimas palabras que escribiré antes de viajar al DF a presentar  Historia de todas las cosas.  No espero apoteosis. Tres amigos, buenos escritores, no genios pero sí entusiastas lectores y viejos conocidos, hablarán sobre mi obra. Obra que hasta ahora ha tenido crítica excelentísima, no tanto de fiar, puesto que los autores son, amigos, es decir, lectores prejuiciados, cómplices. La novela salió en edición de lujo. La tengo sobre mi escritorio. A veces la abro al azar y leo. No me parece mal. Es divertida, ocurrente, irresponsable, feliz, hasta cierto punto caótica. No hace mucho leí partes de los diarios de Tolstoi. Me impresionaron varios temas. Sobre las mujeres dice: Comienzo a acostumbrarme a la primera regla que me impuse y ahora me impongo otra, la siguiente: considera la sociedad femenina como un disgusto inevitable de la vida de la sociedad y, en la medida de lo posible, mantente alejado de las mujeres. Porque, en realidad, ¿de quién provienen la lujuria, la voluptuosidad, la frivolidad en todo y otros muchos vicios si no de las mujeres. Las mujeres y el dinero: Los maridos, con desagrado, con esfuerzo, con amargura, ganan el dinero por medios que les son odiosos a ellos mismos, y las mujeres inevitablemente con insatisfacción, con envidia hacia los demás, con amargura, lo gastan todo y aun les parece poco y en la imaginación se consuelan con la esperanza de ganar un billete de lotería. Las mujeres, la tontería y las suciedades: Sí, el reino de las mujeres es una desgracia. Nadie es capaz como las mujeres de hacer tonterías y suciedades de una manera pulcra y hasta gentil y sentirse plenamente satisfechas” En pocas, muy pocas ocasiones, tiene Tolstoi palabras generosas hacia las mujeres. Su trabajo como escritor lo absorbe. Se ocupa poco de asuntos domésticos. En una ocasión considera que su esposa es como una piedra de molino que lleva atada al cuello y con la cual debe cargar. Fantasea frecuentemente con la muerte de su mujer. Ana Karenina termina arrojándose a las vías del tren. Uno de los motivos frecuentes de sus reflexiones es la necesidad de purificarse mediante la abstinencia sexual. Sin embargo la lujuria, la lascivia le torturan y en ocasiones recurre a la autosatisfacción y a las prostitutas, lo que le ocasiona frecuentes cargos de conciencia. En muchas entradas de su diario encomia la abstinencia, y en otras confiesa haber incurrido en excesos inconfesables. Recuerdo que hace muchos años escribí un artículo en Punto y aparte. Se titulaba “Beethoven se masturbaba”. No dudo que lo haya hecho. Tolstói lo hacía con frecuencia y lo consignaba en sus diarios, que evidentemente no escribía para publicar. Se autosatisfacía, particularmente cuando su esposa tenía periodos de rechazo, que se prolongaban por mucho tiempo. Pero esos son temas que los hipócritas tienden a soslayar, a negar, mientras que posiblemente jueguen a los dados obsesivamente. Quién sabe de cuántos crímenes se haya salvado la humanidad gracias a esa práctica solitaria y de elemental supervivencia psíquica.La virtud y la lascivia. Dice Tolstói que la virtud no conviene a los grandes hombres. Que en realidad los grandes hombres han sido grandes pecadores. Escribe: Así viven los mejores de los hombres: sin pensar en absoluto en la virtud. Para estos hombres limitarse a una mujer es una traba. Lascivo no es una injuria, sino un estado, un estado de inquietud, de curiosidad y de necesidad de novedad, que se desprende de relaciones que tienen como fin el placer no con una persona, sino con muchas. En ello coincide con el  gran Pushkin, quien en su Diario, que muchos especialistas consideran apócrifo, justificaba sus desafueros sexuales.  Se acostó con todas las mujeres que tuvo a su alcance, incluso con sus parientas, y su muerte fue en un duelo motivado por asuntos pasionales. Decía que necesitaba alimentar su literatura con experiencias diferentes a las del matrimonio convencional. ¿Quién entiende  la naturaleza humana? Si alguien tuvo altos ideales fue Tolstói: se ocupó de los campesinos al punto que lo llamaban Padrecito, abandonó su fortuna y sus títulos, fundó una granja comunitaria para ellos, pregonó la obligación de actuar de acuerdo a la conciencia, trabajó al lado de los humildes, segó el heno, cosió con sus propias manos sus botas y… escribió dos de las más grandes obras que ha concebido la humanidad. El hecho de que los grandes hombres han sido grandes pecadores es un hecho irrefutable. A veces la virtud, la ortodoxia, resultan ser grandes lastres para el progreso de la humanidad. Las anteriores notas fueron raptadas de mi blog titular, lo confieso. Me estoy auto plagiando, soy un autohematófago, un autotextófago, un vampirillo narcisista.  

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1 comentarios

  1. siempre es agradable leer sus apuntes y lecturas. Jairo Oliveros Ramirez http://tertulialaembarrada.blogspot.com/2013/01/v-behaviorurldefaultvmlo.html

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