Diario del jurado de un concurso de novela
abril 12, 2013
Llegaron cinco cajas de diez kilos cada una hace cuatro
días, tuve que pagar 440 dólares por asuntos de aduana. Ahora las novelas
desechadas forman dos pilas de metro y medio de alta cada una y he pensado
poner una tabla sobre ellas y fabricar un librero. Hace un calor del carajo y
tengo el ventilador grande a todo volumen. Ayer fui al básquet después de 20
días de vacaciones. Jugué al inicio torpemente y luego comencé a encestar hasta
convertir el 60 por ciento de las anotaciones de mi equipo. No jugué muy fuerte
y sin embargo todo el día de hoy estuve caminando como hembra recién parida.
También he ido a nadar. Mis tiempos se han deteriorado con repecto a las
competencias de Aquabel Veracruz del año pasado. En este momento me quedan sólo
tres novelas vivas: la de una argentina sofisticada que cuenta la pérdida de su
paraíso personal por culpa de los militares, la de una especie de extranjero
muy a lo Camus, que se ve involucrado en asunto de narcos, con desmembamientos
y pozos de ácidos hirvientes en los que se lanzan los trozos humanos y la de de
un joven escritor frustrado que odia a García Márquez, ama a Bukowsky y
persigue a una putilla que se niega a entregarse, pues “lo que necesita es un
hombre que la ame, no un cerdo que la folle”. De Grolenlandia se desprendió un
trozo de hielo del tamaño de la isla de Manhattan.
Y varios meses más tarde: resulta que premiamos la novela Tríptico del desarraigo y resulta que no es de una argentina sino de un argentino, Pablo Hernán Di Marco, un joven bastante modesto y con gran talento, a quien a partir del premio he decidido apoyar en lo que pueda.
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