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Autoanálisis y la vida conyugal

abril 10, 2013


Yo comunista nunca fui. Estar de acuerdo con alguien me parece y siempre me ha parecido misión imposible. Lo que hice en Cali durante los movimientos estudiantiles fue estudiar alemán mientras se sucedían las interminables asambleas y tirarle piedras a los soldados cuando era estrictamente necesario. Lo que siempre he querido ser es héroe. Héroe de lo que sea, pero héroe. Hay entre quienes no me conocen la idea de que soy un personaje amargo, amargado, criticón, excesivamente severo, presuntuoso, narcisista, ególatra, insoportable. Tengo pocos verdaderos amigos, amigos a los que admiro y uno de ellos, por fortuna, se sienta a mi lado en la Editorial donde trabajo (donde trabajaba: ahora tengo año y medio libre gracias no sé si a mi talento o a mi fama de insoporteble). No niego que puedo ser pesado, pero eso de que soy amargado sí lo rechazo. Me pasaría la vida cantando, y en efecto lo hago en la oficina, cuando no ha llegado una persona que se ocupa de reprimir cualquier manifestación de entusiasmo, al punto que en una ocasión mi amigo, el doctor Negrete, dijo: Parece que estamos en un velorio. Soy una persona eminentemente feliz, satisfecho con mi vida. Me es fácil relacionarme con desconocidos. El deporte modera mis excesos y me permite soportar una cantidad de hechos adversos, corruptelas, conciliábulos, abusos, excesos de autoridad, dispendios, que veo en torno mío. El problema es que no me sé callar: por ello alguien podría llamarme bocón. Pienso más bien  que soy un hombre que lleva la sinceridad a extremos. No temo enfrentarme a la autoridad. Soy ambicioso, me gusta el dinero: no lo oculto. Detesto la solemnidad de los intelectuales, sus pretensiones, sus conciliábulos, su capacidad de elogiar sin medida con el objetivo de colarse en un grupo y alcanzar prebendas. Me entero que mucha gente habla mal de mí y eso en lugar de molestarme me divierte. Incluso colecciono los insultos como galardones (eso se puede verificar en el índice de este blog bajo el nombre de "agresiones"). Yo sé quién soy: no necesito que nadie me lo diga. Sé que incurro con frecuencia en lo que Ortega y Gasset llamó "el inefable placer de hablar de mí mismo". Esto le cae como una patada en las tepalcuanas a muchas personas. La solución es fácil: no me lean. Yo tengo mi gente: lectores en muchas partes del mundo, que soslayan mis defectos y disfrutan de lo que escribo. Para ellos escribo en segunda instancia (en primera instancia escribo para mí).

La vida conyugal

La vida conyugal ofrece poca materia aprovechable para la literatura, a menos que incluya una o varias tragedias, muchas disquisiciones sobre el sentido de la vida o algunas escenas escabrosas. ¿Qué hubiera sido de  Madame Bovary sin la infidelidad de la señora esposa del buen burgués? ¿O de Ana Karenina sin el adulterio y el espectacular suicidio de la heroína al final? 

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