La doctora nariz de cotorra
mayo 28, 2013![]() |
El día que compartí portada con Angelina Jolie. Ver bajo "Nostalgia izquierdista". |
Voluptuosidad
Agosto 17 de 2012. Cualquiera pensaría
que a mi edad (62 años) debería tener mi lanza en astillero, como Alonso
Quijano. No, niet y nein. Sigo como un sol en ebullición:
permanentes explosiones nucleres.Ya daban las dos de la mañana y no podía
dormir. Visitaciones en los entresueños
me dejaban incitaciones incompletas. El demonio de la concupiscencia no cesaba
de molestarme con sus fuegos fatuos hasta que tuve que apagarlo con ayuda de
una enjundiosa rubia que saqué del infierno, del ninfario, del harem de
internet. Invariablemente, cuando tengo que recurrir a estos primeros auxilios
orgánicos, al día siguiente me siento apagado, pero pronto me recupero. Hoy al
despertar ya siento superada esa fugaz visita al infierno al pensar que no soy sólo fragilidad frente a
las fuerzas oscuras, sino que en mí habita otra entidad , una entidad superior
que está escribiendo una larga tragedia en la que trato de cifrar la vida del
artista, con sus miserias y esplendores. ¿Por qué me abandono a estas
solitarias y míseras efusiones? Mi querida Anacoluta, a partir de lo que
sucedió, ha perdido el gusto por los pequeños paraísos de la sensualidad y yo
respeto las decisiones de su cuerpo. Ya no es la Afrodita que conocí y disfruté
en los primeros años, ahora es la simpática Anafrodita que se ocupa de otras actividades.
Dice Giovani Papini: “La tentación a Jesús en el Huerto de lso Olivos es, según
los evangelistas, como una vela de armas
antes de lanzarse a la conquista de las almas”.
Regreso a la
doctora nariz de cotorro, mi doctorcita Lorena Beatriz (¿Beatrice?): llamó por
teléfono. Informó haber estudiado toda la noche gracias al café y a las
ritalinas. Dijo que al amanecer llegó a su casa a dormir pero que no pudo a
causa de ruido de los autos bajando la cuesta de Sebastián Camacho. 15 de
diciembre de 1983 (dos años antes de la llegada a Anacoluta a mi vida). Terminando
el año a tambor batiente. Recogiendo fuerzas para retornar a La otra mujer o La vuelta al mundo en ochenta mujeres. Mi único
gasto de aguinaldo: 3500 pesos en cassettes de Paganini, Bach, Vivaldi, Mozart,
Rossini, Haendel. Hoy noche con neblina densa me obligó liberar a (no entiendo
lo escrito en la libreta). Puse el Concierto para violín número 1 de Paganini y estuve bailando frenéticamente: pasos
elegantes, giros, saltos, demi plies, estiramientos, recuerdos de mi paso fugaz por la
Academia de Yocasta. Fui esbelto ninfo y
bacante poseído y delirante altazor, volé de la cocina a mi habitación y
de allí a la sala, desfallecí de amor y de pena estirando mis músculos al
máximo y luego me dejé poseer por el demonio del violín (de nuevo: sin
consideración por los vecinos). 16 de diciembre. Me levanto para el último
día de trabajo del 83 como una bestia luminosa. Me baño, me afeito (¡me
afeito!, ¿estaré enfermo?), desayuno,
suena la Sinfonía Concertante
de Mozart. Todo bien. Hasta un pequeño amor (a esta hora la doctora nariz de
cotorro ya debe estar terminando su examen y estara iniciando el proceso, la
ceremonia sagrada, de dormir varias noches de ritalina. Loquilla. En La
Parroquia conocí a un loquito que dice llamarse Ramacharaca: usa turbante y
siete perfumes. Me invitó a comer hongos. Acepté. Fuimos al Teatro del
Estado. Durante la Obertura de La Flauta Mágica vi que el director
de la sinfónica escribía con su batuta en el aire un texto que los ejecutantes
iban leyendo. Me di cuenta que era cierto porque en el instante en que giró la
batuta y puso un punto final en el aire todos callaron. Respiré a fondo. Me
sentía poderoso. Durante la Sinfonía de Mozart no sé cuántos en
Sol Mayor se me ocurrió que podría subir al
escenario y decirle al primer violín quítate de ahí, que ahora me toca a mí. No
lo hice. Luego salió la crotalista Sonia
Amelio, la que hizo exclamar a un célebre director de orquesta ¡es la nueva Isadora Duncan! Interpretó con las
castañuelas, vestida de Estatua de la Libertad,
Las damas del buen humor.
Sus brazos y su torso eran prodigios de armonía, aspas de molinos de viento.
Cuando terminó la interpretación Ramacharaca se puso de pie y aplaudiendo y
pataleando como un orangután grito jueputa, jueputa, que sopa de esencias,
chinga su madre, esa Sonia se fornica en las esencialidades de las malparidas
musas.Y así siguió durante todo el concierto diciendo en voz baja sus
ocurrencias: que no existen los feos,
que qué tal que volara un buitre sobre el escenario, que la Sonia Amelio
debía tener un tremendo control de esfínteres, que el ojo es el que le pone la
belleza a las cosas, que esa noche estaba dispuesto a pecar con hombre mujer o
bestia. Cuando terminó la sinfonía de Mendelsson dijo:
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