El amor con Periquita
mayo 26, 2013
Un párrafo de la novela que estoy escribiendo:
Periquita vive sola, trabaja en un periódico,
actúa en papeles secundarios en obras universitarias, huyó de su casa a los
quince años, vivió con el novelista apodado
Can de Nochistlán dos años, con un compositor de la
sinfonías un año y con un pianista ruso dos meses. Dice que la primera vez que
estuvo con san Juan Bautista hicieron catorce horas seguidas el amor. Habla de
su coño como si se refiriera a una plancha súper automática o a una licuadora
Osterizer de varias velocidades. Dice cuando mi coño no quiere, no se moja por
nada en el mundo. O mi coño sólo suelta su juguito cuando hay cariño y
atracción física. Es chistoso oírla hablar así: su aspecto es el de una ingenua
muñeca japonesa. Habla con un ceceo infantil. Quién iba a suponer que tras la máscara
de adolescente casi impúber (debe de tener más de veinte años pero viste con
perversidad de niña de monjas que al salir a la calle se sube el dobladillo de
la falda hasta medio muslo y se cala medias payaso hasta las rodillas) se
ocultaba esa avidez erótica casi ninfo. Recuerdo que al final del segundo acto
me apretó la bombardina como nadie lo había hecho. Me sometió a una opresión
larga y dolorosa, de la que no podía liberarme. Su amor fue muy diferente al
amor de Rowena, que fue toda dulzura, o al de la señora Bláskowitz, de una
morbosidad terrible, o al de la princesa totonaca que le sucedía casi de
perfil, mientras recurría a gran cantidad de blablablá insustancial al que le
daba una importancia verdaderamente insufrible".
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