Óscar de la Borbolla y los cuentos de amor
julio 05, 2013
Marco Tulio Aguilera Garramuño y su erotismo mandilón
Óscar de la Borbolla

Ridículos
son quienes no saben reírse, tristes agelastas como los llamó Voltaire. A mí me
gusta la risa y la forma desparpajada, antisolemne y humorística en la que
escribe este Frenáptero.
Quiero
decir que me he pasado dos tardes estupendas leyendo sus Cuentos para antes de hacer el amor (Editorial Educación y Cultura,
México, 2007). Me gustó, por ejemplo, la historia de ese seminarista metido a
casado casto y metido a descubrir en el cabaret Blanquita el secreto de la
ovación “oso, oso” con la que la multitud instaba a una corista a mostrar esa V
que forman las piernas femeninas cuando se levantan y separan y en cuyo vértice
está –como dice ahí Marco Tulio, y yo en otro lado– el sentido de la vida, pues ese vértice de la
V femenina es el único sitio hacia el que vale la pena dirigirse y, estando en
él, moverse. Me gustó de este cuento la poesía con la que el protagonista labra
en un cactus la palabra “Paty”, pues pude, junto al oso de la corista, no sólo
leer sino sentir lo que es el amor de veras. El cuento se titula “El llamado de
la Bestia” es una joya literaria: una
joya facetada, pues lejos de ser una historia lineal va avanzando con escenas
dislocadas que permiten al lector ensamblar el pasado y el presente del
protagonista y, sobre todo, sentir un amor puro frutado por la beatitud y la inexperiencia;
inexperiencia que, por cierto, en el caso de que se tenga, el cuento cura.
También
me gustó el cuento “La noche de Aquiles y Virgen” que trata de un matrimonio
muy bien avenido, y lo de “avenido” lo digo en más de un sentido, pues Aquiles
cada noche quiere echarse un polvito y Virgen, que así se llama su esposa,
lejos de oponer ninguna resistencia, se resiste para hacer más erótico el
encuentro, pues a ella le gusta más que a él. En este cuento me llamó particularmente la atención
lo perfecto que resulta el retrato de la vida conyugal cuando sus miembros,
como dije, están bien avenidos: la convivencia se vuelve casi un juego, un
juego de niños y, aunque el cuento contiene escenas altamente tórridas, eso no
le quita su toque de inocencia y de candor. Hay una mezcla espléndida del
lenguaje poético con el tema lúbrico y para muestra baste un botón, dice Marco
Tulio en la página 123:
Virgen toma la
cabeza de su marido y la conduce con pericia hacia los lugares que debe
visitar. Dama delicada y experta, guía a su dragón doméstico a pastar en campos
plagados de visiones y encantamientos, le permite el vislumbre y el goce fugaz
de los nichos aromados y lo deja abrevar en su manantial más profundo.
Como puede verse, el dragón
doméstico, o sea Aquiles, pasta, o sea, lame, besa y chupa en el cuerpo de
Virgen sus campos plagados de visiones y encantamientos, o sea… que
imagínenselo ustedes. Que no creo que les cause mucho esfuerzo, pues al menos a
mí me parece clarísimo que quiere decir Marco Tulio con aquello de “abrevar en
su manantial más profundo”.
De este mismo cuento me
llamó la atención una coincidencia que una vez más me hermana con Marco Tulio:
Virgen consigue un tratado de sexología hindú y en él descubre una posición
estrambótica que quiere llevar a su cama: convertir el centro de su marido en
el eje de rotación de su cuerpo para que piernas y brazos se conviertan como en
un reloj en el minutero y el segundero. Yo en mi novela Nada es para tanto llevo a mi personaje femenino a un cuarto de
hotel con un galán paracaidista que la cuelga de la lámpara del techo con los
arreos del paracaídas y, gracias a eso, juegan al sacapuntas, al volador de
Papantla y al balero con estoperoles. Mi sacapuntas es enormemente parecido al
reloj hindú de Marco Tulio.
Hay otro cuento que me
hizo desternillar de la risa, pues imagine al mismo Marco Tulio como
protagonista: es la Historia de Rally Ramsey, una adolescente canadiense con
quien el narrador (conste: digo narrador y no autor) sostiene un largo,
largísimo coitus interruptus con el
que se comprueba la tesis de que Marco Tulio es el fundador del “erotismo
mandilón”, categoría que él mismo propone en el cuento.
En fin, el libro contiene
desde la historia de un asaltante improvisado que se mete a robar una casa y termina
violando a una tal Magia Blanca, hasta la historia de una mujer a la que el
espejo inspira unas formas prohibidas de cohabitar con el marido, y cuando éste
le cumple sus deseos, ella le paga con un odio sordo y mustio. Hay cuentos
hasta para onanistas de videoclub con esposas cómplice.
Todos y cada uno de los textos
hacen honor al título del libro, pues, efectivamente, constituyen una lectura
excitante que puede servir muy bien de prólogo al acto que eufemísticamente se
llama “hacer el amor”. Y, lo más importante, creo también que en estas tiempos
de tanta disfunción eréctil y de tan escasa lectura estos cuentos son capaces
de remediar ambos males.
Sólo me resta decir que
aunque este libro lo releeré con gusto, cuando me haga falta, no estoy dispuesto
a leer el próximo con el que Marco Tulio completará su serie: ya van Cuentos para después de hacer el amor y Cuentos para antes de hacer el amor;
pero por muy buen escritor que sea el Frenáptero me rehúso a leer Cuentos en lugar de hacer el amor que es
el título con el que nos anda amenazando desde hace tiempo, pues yo en ese tema
no soy un erotómano mandilón y todavía prefiero hacer el amor en vez de leer y,
sobre todo de escribir textos para presentaciones de libros.
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