Huberto Batis, Salvador Elizondo, Juan García Ponce
septiembre 05, 2013Los tiempos de Sábado y Batis (III)
Lectura
de Crónica de la intervención
1994. El último volumen de la serie El libro de la vida, que he titulado
La plenitud del amor, El libro de la Vida IV, ya está escrito y
corregido, pero es un texto demasiado difícil, que linda peligrosamente con lo
cursi, pues por primera vez afronto sin tapujos el tema del amor (ya no
solamente el del erotismo y los simulacros del amor). La responsabilidad que
afronto en el último volumen es grande: se trata, ni más ni menos, que de
llegar a unas conclusiones sobre el amor. Se me ocurre que quiero hacer algo
como una Fenomenología del espíritu pero aplicada al tema del amor, pero
sin el abstruso y confuso estilo hegeliano, que acaso solamente Adolfo Sánchez
Vázquez entienda en México. Entiendo que todo esto suena pretencioso, pero qué
vamos a hacer: cuando uno desde chiquito
se soñó Cervantes no tiene otra alternativa que hacerse ilusiones y trabajar
para estar a la altura de ellas. (Nota al margen: hoy, septiembre de 2013, 19 años después, todavía no he publicado esta novela).
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Segunda novela de la serie El libro de la vida |
Las anteriores reflexiones me
las hago después de terminar la lectura del primer volumen de Crónica de la
intervención. ¿Qué es este mamotreto? Aventuro una respuesta. Es la novela
de una generación, de un grupo, de una complicidad. Si bien puede leerse como
novela simplemente, el placer de la lectura se redobla cuando se descubren ciertas
claves, que tienen que ver con el establecimiento cultural mexicano del
presente. Francisca Pimentel parece ser Inés Arredondo; Heriberto Bolaños,
Huberto Batis; Gurría, Gurrola; Esteban debe ser J.G. Ponce; Diego Rodríguez,
José Revueltas; Horacio Peña, quizá Juan Vicente Melo.
Siendo una obra monumental (la
edición mexicana, dividida en dos partes, suma 1074 páginas, en letra
pequeñísima, apretada, no apta para miopes). No sé si la crítica mexicana le ha
metido el diente. Sé que un jurado integrado por José María Espinasa, Pérez Gay
y otra persona le concedieron un premio y sé que hubo quien impugnó tan
decisión (creo que fue René Avilés), afirmando que debía habérsele dado a Tinísima,
de Elena Poniatowska. ¿Qué es Crónica de la intervención, esa novela
grande que tardó más de diez años para editarse en México --ya había sido
editada en España y recibido atención de autores como Rafael Humberto Moreno
Durán, cuando en México se la ignoraba (y hasta donde sé se la sigue ignorando
o existe apenas como un mito, al que pocos estudiosos o reseñistas se atreven a
acercarse). Es la crónica de un fracaso, es decir, la crónica del paso del
tiempo --que siempre resulta en fracaso, como lo quiso probar Proust en más de 3500 páginas-- y de
la evolución de un grupo de amigos promiscuos y cultos, que buscaban, como
todos los grupos, como todos los seres humanos, un sentido, una justficación
para sus existencia. Quien se atreva a escribir sobre esta obra correrá
siempre un riesgo: no estará a la altura de la obra, porque su complejidad
--incluso su confusión-- son tales, que sacar algo en claro es no sólo
ambicioso sino absurdo. Pienso que tras este proyecto hay una intención
semejante a la de Proust, a la de Durrel, creadores de largas series de novelas
que persiguen a sus personajes a lo largo de los años, tratando de meter, como
aderezo, una situación política, vivencial, que sirve como paisaje pero no
siempre ayuda a los efectos estéticos de la novela. ¿Qué tanto ayuda el asunto
Dreyfus a hacer de En busca del tiempo perdido una novela interesante?
¿O qué tanto importa la situación política de Alejandría a un lector de
Andorra u Osaka? Me atrevo a afirmar que muy poco. En general las novelas
psicológicas, que basan su interés en el desarrollo de una serie de
individualidades, pertenecen a una categoría ahistórica y es por ello que los
novelistas bien podrían olvidar los aderezos históricos en aras de narrar
historias limpias de sargazos y aserín.
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