Evelio Rosero presenta Plegaria por un papa en el Hay Festival Cartagena
febrero 05, 2014
“No
creo en la Iglesia ni en sus bienes terrenales”: Evelio Rosero
El escritor
bogotano Evelio Rosero acaba de presentar su novela Plegaria por un Papa
Envenenado en el Hay Festival, donde recrea cómo la curia romana y la mafia
italiana asesinaron a Juan Pablo I.
Por: Margarita Vidal
Garcés | Especial para El País
Facetas del escritor
¿Cuál fue su
intención al escribir este libro?
Es mi torpe
homenaje al papa Juan Pablo I, que además de papa era un gran lector de dramas
y novelas y también escritor malogrado.
Recuerdos de su infancia en Nariño
Ӄramos nueve hermanos. En Pasto
vivíamos cinco, y en Bogotá los cuatro mayores, pues ya estudiaban en la
universidad. Yo era niño, y mi padre me llevó en dos o tres ocasiones a
acompañarlo en el trazado de las carreteras. Eran viajes a caballo, con otros
ingenieros, entre montañas y veredas, y duraban tres o cuatro días. Dormíamos
en casas de campesinos, donde recuerdo el baño de agua fría a las 5:00 de la
mañana, el humor de las conversaciones, las discusiones de política, que por
supuesto yo no entendía, y de vez en cuando, en la noche, la guitarra y la voz
recia de mi padre”.
“Anoten este
nombre: Evelio Rosero. Es imprescindible. Un descubrimiento deslumbrante. Un
autor que tan solo puede leerse como un clásico... Uno de esos pocos autores
que se quedan para siempre en nuestra biblioteca de libros de referencia”,
Lolita Bosh, escritora catalana.
“El 26 de agosto de
1978, Albino Luciani apareció muerto en las dependencias papales del Vaticano.
Elegido Papa solo 33 días antes, Luciani había escogido el nombre de Juan Pablo
I y la víspera de su muerte mostró a su secretario la lista de obispos y
cardenales que debían ser destituidos de inmediato. Con las prostitutas de
Venecia a modo de coro, chocan personajes poderosísimos como el obispo
Marcinkus, director del Banco del Vaticano, hay una clase magistral a
catequistas fuera de todo protocolo, y se relata cómo la jerarquía eclesiástica
aplicó la “solución siciliana” para quitar de en medio a un Papa que le
estorbaba. Tras documentarse de manera exhaustiva, Evelio Rosero ha escrito una
hermosa plegaria, una brillantísima recreación literaria que nos acerca a un
pontífice que, de manera visionaria, sin dejar de ser sobre todo párroco, se
propuso con mano firme atajar los males endémicos de la Iglesia”.
A partir del libro
‘En nombre de Dios’ (1984) de David Yallop que reveló las oscuras
circunstancias que rodearon la extraña e inesperada muerte del papa Juan Pablo
I, Evelio Rosero, autor de Los Almuerzos, La Carroza de Bolívar – donde, con el
consiguiente escándalo entre sus adoradores, desmitifica sin piedad la leyenda
del Libertador- y Los Ejércitos -que le han merecido también los elogios de la
crítica mundial-, impacta nuevamente con su reciente novela, Plegaria por un
Papa Envenenado, presentada por Tusquets Editores en el Hay Festival, que hoy
termina en Cartagena.
Evelio Rosero nació
en Bogotá, en 1958. Estudió comunicación social en el Externado, en 2006 se
ganó el Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Cultura, y con su
novela Los Ejércitos ganó en 2007 el Premio Tusquets. Desde entonces su nombre
se instaló para quedarse en el panorama de la letras hispanoamericanas, como
uno de los más importantes narradores del momento. Ha sido traducido a doce
idiomas, recibió el prestigioso Independent Foreign Fiction Prize (2009) en
Reino Unido y el ALOA Prize (2011) de novela en Dinamarca.
¿Cómo llegó a vivir a Nariño?
Mi padre era
ingeniero civil. Trabajaba en Bogotá, en los Ferrocarriles Nacionales. Lo
trasladaron a Pasto, como jefe del distrito de obras públicas de Nariño. En
vacaciones íbamos a ‘temperar’ a diferentes regiones: a Consacá (donde ocurrió
la famosa batalla de Bomboná, que perdió Bolívar), a Yacuanquer, Piedrancha, a
Ricaurte (o cerca, en una finca llamada Andalucía, donde transcurre mi novela
para niños: La Duenda), a Tumaco (que es el mar de los pastusos). Esos pueblos,
esos paisajes, alimentarían más tarde los pueblos de mis novelas.
¿Qué significó el haber vivido en un departamento como Nariño, donde,
según Aurelio Arturo, “el verde es de todos los colores”?
Significó nada
menos que la infancia, tan decisiva en la vida de cualquiera. En Pasto hice la
primaria en el colegio San Francisco Javier. Ya había hecho el kínder en el San
Pedro Claver, de Bogotá. Por lo visto ya me rodeaban los santos. Y el paisaje
de Nariño sí es el que describe el poeta, y no se halla en ningún otro sitio de
Colombia: es verdad, solo en Nariño el verde es de todos los colores. No sé por
qué creo haber leído en la biblioteca de casa un pequeño volumen de Arturo,
dedicado a mi padre, pero allí el verso decía: “Donde el verde es de todos los
verdes”. Pero es muy posible que yo esté equivocado.
No, tiene razón, así dice, pero todo el mundo, como yo, lo cita mal.
Dígame, cuando regresó a Bogotá ya adolescente, ¿cómo recuerda esa nueva
transición?
Fue abrupto el
cambio, pero fructífero. Ahora Bogotá, la única metrópoli de Colombia, era el
escenario. Creo que eso, primero la ciudad pequeña y sus pueblos, y después la
capital, enriqueció mi mirada. En Bogotá inicié el bachillerato en el
Agustiniano del Norte, otro colegio de religiosos. Y luego la universidad, pero
nunca acabé la carrera. Me lancé de lleno a escribir.
De allí, entiendo, vienen su descreimiento y su rabia contra los
curas...
No sé qué
periodista inventó esa “rabia”, en alguna entrevista; no es la primera vez que
me lo preguntan. Jamás hablé de “rabia” contra los curas. Hubo buenos y malos
momentos, como en todo. Pero en mi novela ‘El incendiado’ di cuenta de los
malos momentos, que son los que más interesan al escritor, y que son más
edificantes porque pretenden una reflexión. En toda la historia han existido
buenos y malos sacerdotes, gente de bien, pensadores, hombres prácticos que se
consagraron a los demás, pero también estúpidos, retrógrados: de todo hay en la
viña del Señor. No soy visceral en este asunto. En los colegios religiosos hay
buenas bibliotecas, y de vez en cuando un buen profesor. O uno pérfido y
morboso, como en el Agustiniano: “No se masturben en el baño, muchachos, porque
queda preñada la hermana y le echan la culpa al chofer”. Ese profesor me
inventó de su propia inspiración un apodo: ‘criminal’, con el que me asoló en
segundo de bachillerato, y sin que yo tuviese todavía ningún crimen en la cara.
Intentó derrumbarme con perfidia, pero los libros que ya leía me defendieron.
Lástima, porque antes me decían ‘poeta’.
Desde el punto de vista religioso, ¿cómo se definiría: ateo, agnóstico,
creyente, a pesar de los curas?
Cristo me cae muy
bien, y sobre todo en la infancia, pues ya Bram Stoker me había enseñado que
solo con mostrar la cruz uno espantaba a Drácula. Y las parábolas de Jesús las
oía y las leía como cuentos. No creo en la Iglesia terrena, en sus bienes
terrenales, en la mayoría de sus papas. No voy a misa, pero de vez en cuando,
al despertarme, y sin saber de dónde viene, me digo: Dios mío, ayúdame.
Dostoievski y Tolstoi marcaron su gusto literario. ¿Qué halló en ellos?
Encontré, aunque
parezca risible, a Pasto y sus campesinos. La religión y la rebelión; pero es
que por eso mismo esos escritores son universales: hablan del espíritu del
hombre, de la condición humana y de la humana estupidez. Todos los rusos me
avasallaron y proliferaban en la biblioteca de mi padre. Me encantaron, me
remecieron, mucho más que ingleses y franceses.
Dostoievski es de una gran profundidad y asombra su conocimiento del ser
humano hasta sus últimas consecuencias. ¿Qué le dice el hecho de que después de
90 años de la dictadura soviética, que no sirvió ni acabó en nada, hoy las
iglesias rusas estén llenas, y por los jóvenes?
Que es mil veces
preferible una iglesia llena a una dictadura soviética.
¿Su nueva novela, Plegaria por un Papa Envenenado, sobre la muerte de
Albino Luciani, Juan Pablo I, en qué forma se superpone y confirma la
investigación escrita por David Yallop, ‘En nombre de Dios’?
A través de la
exhaustiva investigación sobre el envenenamiento del papa Juan Pablo I,
adelantada por Yallop, encontré a Albino Luciani, y ese fue el detonante para
investigar más por mi cuenta la vida y los hechos del papa Luciani. Hubo datos
de todas partes, y siempre en contradicción, en pugna latente. Yo no descubrí
nada, solo saqué mis conclusiones, a partir de los escritos de Luciani y de lo
que ocurría con el Banco del Vaticano, mancomunado con la mafia italiana. Con
todo eso se proponía acabar Luciani, y sobre todo con otros pecados mayúsculos
de la Iglesia católica, entre ellos la pedofilia, contra la que se va lanza en
ristre, veladamente, en sus ‘Briznas de Catecismo’. Por eso la curia romana y
la mafia lo asesinaron.
¿Es cierto que la víspera de su muerte, Juan Pablo I le mostró a su
secretario la lista de obispos y cardenales que debían ser destituidos de inmediato?
Es plenamente
cierto.
¿Por qué era tan grande el poder de Marcinkus?
Paul Marcinkus era
el “gerente” del Banco del Vaticano, receptor de millones de dólares de la
mafia, un “lavador”, y es increíble, pero parece que por eso mismo el papa
Pablo VI lo protegía. Con Luciani las cosas cambiaron. Temblaron los siniestros
y los corruptos, pero –como en Colombia– se confabularon y lo mataron.
¿Cómo le parecen las revelaciones sobre nuevos casos de corrupción y
blanqueo de dinero en el Banco del Vaticano?
Allí se confirma:
después de la muerte de Luciani todo volvió a sus cauces. El papa Juan Pablo II
confirmó a los siniestros funcionarios. No investigó la muerte de Luciani.
Complació a la curia, echó tierra a la verdad y la escondió con su escoba
debajo de una alfombra del Vaticano.
¿Cómo vio en su momento la renuncia de Benedicto XVI?
Ocurrió meses
después de terminada mi novela. Confieso que me asombró: por lo general los
Papas se quieren quedar hasta que se mueren. En eso Benedicto fue original, si
es que no lo presionaron los de la curia romana, ¿quién puede saberlo?, de
pronto el mayordomo.
Hoy el mundo celebra con beneplácito las salidas mediáticas del papa
Francisco. ¿Qué alcance les ve? ¿Cree que habrá un cambio profundo en la
Iglesia o se quedará en maquillaje?
Todo eso de la
Iglesia de los Pobres, de la Iglesia Pobre, de otorgar los bienes materiales de
la Iglesia a los necesitados, las visitas a cárceles y hospitales ya lo había
enarbolado Luciani. Pero los propósitos de Luciani iban mucho más allá, iban a
los cimientos de la Iglesia católica y, tanto, que lo mataron. Francisco nunca
dejará de hacerle juego a la curia. Francisco resulta pálido comparado con
Albino Luciani.
Conocida las maquinaciones vaticanas, ¿usted cree que la jerarquía
eclesiástica, que, se dice le aplicó la “solución siciliana” a Juan Pablo I,
podría volver a actuar?
No, porque
Francisco no se propone los cambios rotundos que se proponía Luciani.
¿Cómo empezó a escribir, quiero decir, recuerda cuando decidió que sería
escritor y nada más que escritor?
Tuve esa certeza,
afortunadamente, desde pequeño, luego de terminar de leer Róbinson Crusoe. Ya
no iba a preocuparme en la vida qué hacer el resto de mis días. Iba a
preocuparme por cosas peores, como la de escribir bien, o intentarlo, a pesar
del abandono de mujeres y amigos.
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