Novedades de octubre

octubre 24, 2014

Primera aproximación a la portada definitiva de mi novela
La insaciabilidad, en manos de Silverio Sánchez, el mejor
corrector de la Universidad Veracruzana
Ofrezco unas páginas de la novela escogidas al azar del cursor... La versión no está completamente corregida. Hay errores....

Ventura se observó en el espejo. Sonrió orgulloso: después de haber perdido la fe en el amor, o en lo que creía que era el amor, por fin llegaba una pasión que dejaba rastros. La separación de Irgla, con la escena cinematográfica del BMW tras el destartalado Volkswagen, había sido una especie de gran borrón, una tachadura en su vida, como una vía muerta, un callejón sin salida. Recuerda que una vez tomada la decisión de terminar con el asunto, se dijo: Bueno, ahora las individuas han dejado de ser personas dignas de respeto, deseos o amor y se transforman en socios con los que intercambiaré necesidades y satis facciones. Las redujo, las quiso reducir desde entonces, a enti dades poco dignas de confianza, seres pequeños y mezquinos, con aspiraciones tristemente cotidianas, rastreras, viperinas. ¡Abajo las debilidades y la sensiblería, arriba el Divino Mar qués! Pero no pudo: algo lo hacía reblandecerse cada vez que se encontraba con una hembra propicia. Cada una de ellas tenía su gracia y su don, no había violín sin encanto, por modesto que fuera. No podía simplemente utilizarlas, sino que se enredaba en sus cosas, se hundía, se complicaba la vida, terminaba como consultor sentimental, como confesor o psicoanalista, ha ciendo lo que hace graciosa o despiadadamente Eleuterio Moon, el protagonista de su Doctor Amóribus. Diario de un frenético . Llegaba a amarlas de forma elemental. Cada mujer tenía su melodía y como buen músico sabía apreciarla. Hablemos del famoso Diario de un frenético : se trataba de un escueto currícu lum genital, que publicaba en una revista local: en él cifraba sus aventuras de forma elemental, sin intenciones literarias. Tan elemental que toda la ciudad se enteraba de las identidades ocultas. Inconfundibles, simétricas, como modelos perfectos para mecánicos dentales, estaban en su piel grabadas las 32 huellas dentales de la señora Blaskowitz. —¿Qué es eso? –insistió la Princesa. —Son las marcas de los dientes de mi otra amante. —Bah –exclamó con estudiado desprecio–: es de las que muerden. —Todas las mujeres muerden tarde o temprano. —Pero unas por rabia y otras por amor. ¿Por qué te mordió, por rabia o por amor? —Un señor calvo y bastante sabio dijo que amor y rabia son lo mismo. —Debía de ser homosexual. —Casualmente sí fue homosexual. —Cuéntame cómo estuvo la cosa –frunció la nariz y comenzó a limarse las uñas; sus pies se hallaban empollados por el denso nido de su barba de profeta, sus pechos eminentes descansaban sobre un heroico portabustos–. Estoy aburrida. Además... –se detuvo. Paseó por la habitación una ambigua mirada en la que había cien gramos de tristeza y una cantidad indeterminada de otros ingredientes que Ventura no supo calibrar. —No fue nada complicado: hace unas noches nos pusimos de acuerdo para que yo la violara. Cumplí su capricho. Ni ella ni yo nos lamentamos del asunto. Hasta el momento los veci nos tampoco han protestado. La poeta Estrella de los Campos me guiñó un ojo y aplaudió con las yemas de los dedos un par de días después. —No estoy de acuerdo con esas patanerías. ¿Qué clase de educación te dieron tus padres? Ventura permaneció en silencio. La Princesa nunca estaría de acuerdo con nada. Para que gozara había que forzarla con el tacto del que trabaja una caja fuerte o una bomba de tiempo. Todos los días traía entre manos algún secretito que esperaba ser resuelto y al que había que convertir en el alma de cualquier situación. Su secretito de la noche parecía ser muy importante, pues en el rostro de Carmina Ximena jugueteaba una sonrisa de triunfo, difícil de entender en su habitual empaque de hem bra escéptica y hermética saturnal. —Eres un degenerado. Ni siquiera eres original: copias lo que lees en libros de algunos malditos pervertidos. —Un degenerado de la especie bibliofilus mostriloide. Ahora fue la Princesa quien calló: detestaba que alguien usara palabras desconocidas o muy muy eruditas en su presencia. El caso es que a Ventura no le bastaba el Diccionario de la Real Academia y de vez en cuando fatigaba con neologismos, diría el ciego. Vamos a Los Lagos, dijo Ventura. Vamos a Los Lagos, res pondió la hermosa totonaca.Fueron a Los Lagos a contemplar el chapoteo nocturno de los patos en el agua sucia. —El mundo anda bastante mal –aventuró la Princesa. —Y nadie sabe qué tan mal. Me informaron que el mundo se va a acabar. Se lo va tragar un enorme hueco que se está abriendo en el centro de la Vía Láctea. —¿Y eso a quién diablos le importa, si tardará cuatrocientos mil millones de años en tragarse a la Tierra? A Ventura le sorprendió que estuviera enterada del asunto. —Eso es lo que afirman muchos astrónomos, pero están muy equivocados: el Universo tiene atajos incomprensibles. Den tro de un segundo todo esto puede esfumarse. Además existe la posibilidad de que dentro de un millón de años estemos repi tiendo esta misma vida. —Entonces vámonos rápido a tu casa a ver si me das el pri mer orgasmo de mi vida. Ventura la miró rencoroso. Ese no era el estilo, el esquema de la Princesa. Había algo tras su solicitud. Además estaban llenas de falsedad sus palabras. Le había localizado tres orgasmos en un solo fin de semana. Quizá no hubieran sido desquiciantes y mortales, pero sí auténticos. La Princesa llegó temblando al colchón. Estaba a punto del llanto. ¿Qué le pasaba? —Estoy asustada. Creo que tienes razón y en cualquier momento ¡paf !, se acaba todo el argüende –continuaba min tiendo, evidentemente. No lo miraba a los ojos. Ya lo sabía el frenético: una mujer asustada o con proble mas es mejor en la cama, más placentera, e incluso peligrosa, que nadar en medio de los arrecifes cuando la calma del

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