El libro de la vida
julio 10, 2016
En 1988, cuando ese personaje indefinible que se llama Marco Tulio Aguilera y que soy yo tenía treinta y nueve años, vio publicada su novela Mujeres amadas en la Editorial de la Universidad Veracruzana. Hoy, 15 de junio de 2016, veintiocho años después, a la edad considerable (escribiría Borges) de sesenta y siete años y noventa días, he hecho la última corrección y lectura de El sentido de la melancolía, sexta novela de la serie que he llamado El libro de la vida.
Lejos estaba MT de imaginar en 1988 que Mujeres amadas sería la primera de una serie de novelas que seguirían a Ventura, el mismo protagonista (mujeriego, deportista, estudiante de violín y de la vida, excesivo e irresponsable en casi todo), a lo largo de varias décadas, y que estaría ocupado tantos años (¡veintiocho!) en un solo proyecto novelístico que llegaría a comprender Las noches de Ventura, Buenabestia, La pequeña maestra de violín, La hermosa vida, La insaciabilidad, Doctor Amóribus, La plenitud del amor, El sentido de la melancolía y Sin máscara frente al espejo, además de la que anoté en el primer párrafo.
Anoto nueve títulos, pero en realidad son siete los que merecen ser citados, pues La plenitud del amor aunque está escrita, no me satisface y (por ahora) no pienso publicarla. Solamente a partir de la segunda, Las noches de Ventura (Editorial Planeta en México; Plaza y Janés en Colombia , bajo el título de Buenabestia) publicada en 1995, siete años después de la primera, fue que cobré conciencia de lo que estaba haciendo y de lo que pensaba hacer y ello lo registré en un pequeño prólogo que decía: No oculto desde ahora el tamaño de mi ambición. Aspiro a narrar sin pudor alguno, a mi placer y en mi estilo, la historia de una sensibilidad exaltada. Si no alcanzo la calidad, por lo menos aspiro a las dimensiones de El Cuarteto de Alejandría, La crucifixión rosada o En busca del tiempo perdido. Y aventuro que haré cualquier cosa menos aburrir al paciente lector. Me ampara en mi osadía la sentencia de san Pablo: “El Señor no juzgará al hombre por sus sueños”.
Por lo menos en términos estadísticos puedo decir que he cumplido. Las ocho novelas están escritas; cinco publicadas en un archipiélago de editoriales (CONACULTA, Universidad de Puebla, Plaza, Planeta, Universidad Veracruzana, Incunábula); una al borde de la publicación (espero); las otras tres terminadas (en busca de editor dos de ellas; una sufriendo el insulto del polvo o la luz de la resurrección).
En lo que respecta a la calidad y a la pregunta de si están a la altura de sus modelos y de sus autores (Durrel, Miller y Proust), me reservo (obviamente) el juicio. Si es difícil lograr un record mundial (en natación, deporte de senectud por excelencia, que practico desde hace cinco años con buen éxito y algunas medallas máster) más difícil es estar a la altura de las obras maestras de la literatura universal. Pero hay que intentarlo sin dudar un instante: si cuando te sientas ante la máquina de escribir y el papel en blanco no piensas que vas a escribir una obra de arte, mejor dedícate a algo más productivo como cosechar legumbres o construir casas.
Los más frecuentes acercamientos críticos (los más cómodos) han insistido en el bastón fácil del alter ego: Ventura es Marco Tulio (y/o a la inversa). Mi protagonista comparte mis gustos: las mujeres, el violín, el deporte, los libros, la filosofía, algunos autores (Miller, Dostoievski, García Márquez, Rubem Fonseca, Thomas Mann).
En mi descargo he de decir que inventé bastante, estudié mucho, tergiversé, exageré, sutilicé, edité, corté, mejoré o empeoré la realidad, le busqué un sentido y quise hacer que cada novela fuera completamente independiente de las demás… y de mi vida real. Y básicamente no quise hacer autobiografía (como Vivir para contarla, un largo “canto a mí mismo”) sino una obra en la que estuviera cifrada, si no descifrada, una existencia que debería (de) tener (de alguna forma) un sentido, un fin. Y sobre todo, que no se ocupara solo de los éxitos sino fundamentalmente de los fracasos y las sombras. Más que héroe, Ventura es antihéroe, por lo tanto mi anverso: lo que yo siempre he querido ser es superhéroe.
Si me preguntaran en un examen de tesis de grado cuál es el tema de la serie de novelas, yo respondería sin dudarlo otro instante: la búsqueda del amor, del placer y de la virtud (en ese orden), además investigar (como Freud) qué diablos quieren las mujeres; y en últimas lo que intento es alcanzar el perdón de las personas a las que he ofendido y… sí, la salvación de mi alma (o de lo que sea). Hay algo de patético en el proyecto: compréndanme, así soy yo.
De estas novelas se han hecho toda clase de juicios, algunos propicios, otros adversos, otros más condescendientes. El mayor elogio me lo hizo la poeta mexicana Silvia Sigüenza (persona de juicios en general feroces): “No entiendo cómo un hombre puede saber tantos asuntos secretos sobre las mujeres”. Un escritor mexicano cuyo nombre no puedo recuperar ahora calificó una de las obras como “sex fiction”. Otro dijo que Mujeres amadas podía ser la novela amorosa de la década. Un tercero dijo que esa novela era aburridora hasta la página 100 y que después se arreglaba. De La insaciabilidad hubo grandísimos elogios en varios países (muchos de ellos emitidos por amigos del autor). El sentido de la melancolía fue descalificada por el lector de una prestigiosa y caprichosa editorial y arguyendo que estaba mal escrita, llena de lugares comunes y obviedades (puñalada trapera a un autor que se trabaja sus obras con esmero y que considera buen estilista).
Como curiosidad voy a reproducir el comentario reciente de mi amiga de Twitter Gabriela Humphrey a La insaciabildad: “Hola maestro…sigo leyendo, lenta pero segura su libro; he de decir que su libro es como un rollo de cajeta: no me lo puedo acabar de una sentada porque nunca volvería a comer cajeta, que es mi dulce favorito de todos. Lo gozo como a mí me gusta…Pero temo a dónde me va a llevar la historia o si no me va a llevar a ningún lado, solo al miembro de Ventura, o a su cabezota, que, insisto, la tiene abajo del ombligo como todos los hombres… Ventura, el protagonista, me enseñó lo que la gente no está ni dispuesta a pensar sobre sí misma… Me habla de que Ventura hubiese hecho el amor hasta con su gatita… Hay hombres así. En fin, me encantó el humor, la narrativa y sí le digo que sus personajes causan shock, su grado de conciencia es apenas el indispensable para que no los apedreen por donde van. En fin. Yo me di cuenta con su libro que todos mis personajes hacen cosas malas, pero siempre la conciencia los corroe, todos están muy conscientes de lo que pueden perder… No me vaya a entender mal, solo quiero decir que su libro me pareció fuerte en cuanto a la conciencia corpórea de sus personajes. Ventura es un misógino, mujeriego, pedófilo, vigoréxico, antipático a veces, narcisista, atrevido, simpático, erudito, alcohólico, un pecador sin redención posible. Eso hace que atraiga personalidades iguales y pues esa carga de su forma de ser hace la lectura muy interesante y uno se da cuenta que de algún modo todos tenemos algo de esas cosas y no nos atrevemos ni a pensarlo. Así que, ¡bendita escritura!, porque puede uno decir de mil formas lo que no está permitido ni pensar. Ya no sé si me estoy explicando, pero no se mortifique pensando que he dicho algo malo de su libro, al contrario, disfruté mucho la disección (que es la mía también, tal vez)”.
Espero que algún día una editorial publique los siete (u ocho) libros juntos. Mientras tanto sigo puliendo los dos últimos y preguntándome si habrá un octavo (o noveno) o si simplemente me dedicaré a entrenar natación, a ser feliz y a reunirme con un grupo de jóvenes escritores que me ayuden a navegar los años que me faltan a cambio de acompañar sus proyectos.
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