La censura en Xalapa

febrero 16, 2017

Sexto y último artículo de la serie dedicada a los inicios de mi proyecto de novelas seriadas que he llamado El libro de la vida

Eliminé de El Libro de la Vida casi todas las consideraciones políticas, los personajes locales pintorescos (Las noches de Ventura y todo El libro de la vida se desarrollan en Xalapa, con ocasionales salidas a Colombia, Cuba, Nicaragua, el D.F.). De todos modos como los borradores de El Libro de la Vida han ido publicándose a lo largo de los años en diversos medios, no me han faltado problemas. Uno de ellos, muy grave, que tuve a causa de la novela, fue el hecho de que el cronista de la ciudad de Xalapa promovió un movimiento para echarme de la Universidad Veracruzana, de Xalapa y del País. Reconocido como un xenófobo rabioso que ha utilizado el periódico de su propiedad para calumniar a varios extranjeros (entre sus víctimas se cuentan Emmanuel Carballo, Jorge Ruffinelli, a quien sacó en la nota roja como ladrón de niños y tal vez algo más grave) el actual cronista de la ciudad comenzó a publicar editoriales instando al rector a expulsarme de la universidad y utilizando una serie de insultos verdaderamente floridos. Llegó incluso a comprometer su palabra de que iba a hacer que me expulsaran no sólo de la universidad y de Xalapa, sino del país. Para medir el poder de este señor basta saber que el primer acto de los gobernadores recién electos en este Estado, es visitar al director del Diario y Cronista de la Ciudad (es tal la dimensión de la vanidad satisfecha que este señor ya tiene estatua en la avenida más concurrida de la ciudad, el archivo de la ciudad lleva su nombre, hay calles con su nombre, escuelas, colonias, camiones de basura). Y es tal la cobardía de los intelectuales jalapeños que nadie ha protestado por el hecho de que se haya nombrado cronista de la ciudad a una persona que no tiene la altura intelectual necesaria. Este señor llegó a cronista porque un alcalde tuvo la puntada de nombrarlo por decreto. Pues este es el enemigo que encontré sin andarlo buscando, solamente porque me atreví a publicar mis textos eróticos y a ambientarlos en los espacios jalapeños. Supe que el cronista no se había limitado a publicar sus editoriales llamándome lo innombrable, sino que había intrigado con el gobernador para que le pidiera al secretario de gobernación intercediera ante el presidente, quien sería el único capaz de emitir el fulminante 33. Me sentí muy honrado de semejantes gestiones, pero también preocupado. Si hubiera estado soltero por esos días y sin hijos, habría aceptado jubilosamente el 33, pero con Sebastián recién nacido, debía ocuparme del asunto. Inicialmente busqué el apoyo de varios medios de prensa. Todos estuvieron dispuestos a defenderme. Luego se me ocurrió que había una mano poderosa que podía frenar fulminantemente el proceso: Gabriel García Márquez, el papá grande. Como sé que don Gabo es de difícil acceso, le dije a su secretaria que el asunto era de vida o muerte y que si no se comunicaba fulminantemente él sería culpable de la desaparición física del único genio que quedaría una vez que yo me deshiciera de su cadáver. Dos minutos más tarde escuché su voz. -¿Ahora qué pasa? Le conté el asunto paso a paso, le leí los editoriales del cronista de la ciudad. Le parecieron espléndidos. "Es un maestro del insulto", dijo. Luego me pidió que le enviara copia de mis textos para ver si en efecto eran tan violentos y si podían servir como motivo de expulsión. Pidió que me calmara, que nadie me iba a linchar ni a expulsatr del país. Dijo que él se encargaría de todo, con una condición: que me quedara callado, que no divulgara su intervención en el asunto. Cumplí, la verdad es que cumplí. Han pasado cuatro años y sólo hasta hoy me decido a contar la historia de una censura fracasada. García Márquez también cumplió. Llamó al director de derechos humanos (no pongo nombres porque, como se sabe, esto que escribo es literatura, y no puede ser por lo tanto usado en mi contra) quien se comunicó con el secretario de gobernación. La conexión llegó justo a tiempo, porque el asunto ya estaba en proceso acelerado rumbo a mi expulsión. Pronto recibí llamada del director de derechos humanos quien me apoyó grandemente, no sólo porque G.G.M. se lo hubiera pedido, sino porque había leído todos mis libros, y era, milagros de la literatura, un admirador irredento y un aficionado acérrimo a la literatura erótica.

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