MEMORIAS INDISCRETAS DEL 47 AL 50

noviembre 21, 2018


En los principios de la década del 80 lo que hubo fue: demasiado sexo: Concha (cháchara de chachalaca, tetas grandes y sumisión en medio de insufribles protestas de sofisticación); Bárbara (auténticamente insaciable desde el primer día: se acostó boca abajo, abrió la boca y dijo, ¡venga!),  (ella es la protagonista principal de mi novela La insaciabilidad,  que escandalizó a más de un provinciano y estuvo a punto de causar mi expulsión de México; Yoya (sexo sucio, deplorable, dejó recuerdos que mejor sería olvidar), (y aquí vale la pena registrar una escena todavía más asqueante: MT compartiendo con un hermano una putita desdentada, mololiente que andaba extraviada al amanecer en el Parque Central de San José, Costa Rica … pero esto sucedió muchos años antes). Me aburría y avergonzaba mi propia persona. Me daba asco. ¿Sería  que sólo tenía cabeza para eso?  Me hubiera gustado saltar esas páginas de mi vida. Coleccionista de mujeres como don Juan, como Camus, como Sade, como casi todos los hombres, eso era yo. ¿Qué había de original en eso? En mi vida yo estaba repitiendo los argumentos de doctor Faustus: L detuvo el flujo desordenado de mujeres fugaces. La que iba a llegar a ser mi esposa menospreciaba mi arte, mis artes, mis malas artes ( y  las sigue menospreciando, no sé si por perfeccionista o porque no soporta competencia alguna: ella es, literalmente, la ley  y el orden). Llegué hasta el fondo en el charco: Yoya, machorra, sexo pegajoso, nauseabundo, sólo gozaba cuando me tenía aplastado con sus kilitos de sobra mientras tañía su badajo con dedos de guitarrista y gritaba vulgaridades, y al final, casi frotándose las manos, decía, ya me eché otra guitaver al útero. (Y aquí vale la pena recuperar a la azafata tica, que en lugar de botones en su blusa usaba hilos fuertemente anudados que había que romper uno a uno hasta llegar al tesoro de los lindos frutos de su pecho y cuando ya estaba inmiscuida hasta el fondo gritaba improperios en veinte idiomas para que sus vecinos de apartamento se enteraran de que 1, estaba gozando, 2, había sido azafata de American Airlines, 3, su compañero de lecho era un auténtico garañón).
Me pregunto cómo me pude rebajar a someterme a los dictados de un endriago como Yoya, que, de paso, vestía como gitana y llevaba un puñal escondido en una bota de mosquetera.
Ahora: hay un asunto bastante grave, de orden ético,  que debo afrontar: no debo ensañarme con los demás, particularmente  con las mujeres que se me atravesaron  el camino, no debo situarme en una atalaya de asceta justificándome con argumentos tendenciosos y falacias : que soy un santo varón estudiando los pecados del mundo, que soy un estudiante de la realidad, que soy un artista al que le está permitido todo, que de alguna manera soy dios de mi mundo, me apropio de él y hago lo que quiero. Según Bárbara yo era un coleccionista de pellejos, no me daba ni me entregaba, todo lo contemplababa desde afuera. Según Shaka (la polaca adoradora de Chopin, una de las actrices principales de  La honesta lujuria) yo practico una especie de culto a la experiencia similar al de los alemanes. Decía Bárbara: Terminarás loco, te suicidarás, algún macho ofendido te va a asesinar, pero eso sí, no vas a terminar bien. Conjeturo o espero, usando las palabras y la actitud de Borges, que llegaré a ser un anciano bondadoso, querido y admirado por muchos, lleno de vigor, conservando, claro está, mi forma de ser cáustica, irónica o tal vez elevándola hasta lo insoportable.

MEMORIAS INDISCRETAS 48. “Con horror y casi fastidio me doy cuenta que compartía por esos días de sexo sucio varias actitudes con la espantosa Yoya: rendía culto a mi propio cuerpo, era agresivo, evitaba involucrar mis sentimientos y le daba mucha importancia a los números: el número de yogadas, la amante número X, cuántos encestes embocaba, cuántos escalones había en la escalera antes de llegar a mi apartamento. 
¿Me atreveré a decir que por esos días yo era un hombre bueno? No, no lo creo. Era más bien inconsciente, irresponsable, una especie de vividor sin más principios que el cultivo de mis propios placeres. 
Mientras leía mis diarios tendido de espaldas, sobre mi pecho se instalaba a dormitar Mishkin, mi gato, con los ojos entrecerrados y en posición de esfinge. Asistía a mis delirios, a mis furores. Que eran tres: las mujeres, el violín y Chéjov. Si esto no era intimidad, ¿qué podría serlo? Explico: en la vida tenía (y tengo) periodos. El de los tiempos del sexo sucio era Chejov: recuerdo periodos de Henry Miller, Thomas Mann, Henry James, Rubem Fonseca. Todo lo anterior lo recordé gracias a la libreta del 80.
Mi gato actual, hablo de octubre 2018, quizás 38 años después de lo que he llamado “sexo sucio” se llama Luca, perdió un ojo en un enfrentamiento con el gato vecino (al que llevo varios días atisbando: tengo una resortera lista, con una piedra que le ha de romper su malhadada cabeza: desde la azotea vigilo: ya dos veces le he disparado, sin éxito).
Es un día espléndido. Dos hombres recorren los vericuetos del Central Park tomados de las manos. Me veo caminando por Greenwich Village. Luego desde la calle 59 hasta el Ferry que sale rumbo a la Estatua de la Libertad. Seguí todo Broadway, sin saber ni querer saber si iba para el norte o para el sur, hasta que topé con la terminal del Ferry y supe dónde estaba. Luego subí por Water Street y llegué a China Town, atravesé Little Italy y llegué a la Trece. Una caminata de más de 10 kilómetros. Llevaba poco dinero y por eso ahorré. La idea era comprar lo básico el último día. Mi deseo era recorrer de norte a sur y de este a oeste todo Manhattan. Me interesaba más la gente que los museos. Del Metropolitan salí con una certeza: el siglo XX, comparado con el XIX y con otros siglos, es un desastre. Se salvan dos o tres pintores y escultores. El resto es desechable. "Lo que pasa es que tenemos el vicio de la narración. No podemos ver más allá", me dijo Tomás González, "perdimos la capacidad de contemplar con deleite el mundo".
Tomás es un verdadero monje. Se levanta a las seis de la mañana, escribe su novela. Desayuna. A las 11 sale a correr. Se baña, trabaja en sus traducciones y en sus artículos. Duerme una siesta. Por la tarde sigue trabajando en la computadora. A las ocho de la noche llega su mujer. Piden a un restaurante que les manden la cena. Ven media hora televisión, noticias. Se acuestan a leer. A las 11 ya están dormidos. Tomás casi nunca sale de la casa si no es forzado por su mujer. Detesta las fiestas y las visitas. “Con los invitados que llegan a esta casa es suficiente”, dice. "Los invitados y mi familia son mi vida social. La parte inevitable de la vida", dice. "Si pudiera vivir solo en un cuarto, lo haría y únicamente saldría a ver el mar una vez al mes".
En el Metroplitan sólo vi un cuadro de un mexicano. Ninguno de un colombiano. Es frecuente estar hablando en inglés y de pronto darse cuenta de que los dos hablantes son latinoamericanos y seguir hablando en español. Los hindúes, los chinos, los japoneses han aprendido a negociar en español. Se ven muchos vagos que duermen en los parques. Forman grupos o asociaciones de borrachines o drogadictos o vagabundos extranjeros. Lo que es innegable es que hay una gran libertad. Es anticonstitucional pedir documentos. New York es una ciudad abierta al mundo. Aquí no es tan obvio como en otras partes el odio racial.
Caminando por el centro financiero de Manhattan veo a un grupo de negros vestidos como Kalimán, un personaje de caricatura mexicana. Están en torno a un latino que esgrime un cuadro de Cristo y vocifera: "¡Vean a este marica! Este no es Dios y ¿saben por qué? Porque Dios era negro, negro, lo oyen". Yo soy el único espectador. Se dirige a mí pero grita como alienado. Luego intenta probar con ayuda de la Biblia que Cristo era negro y lo hace con unas trampas risibles. "Miren, aquí dice que Cristo tenía los pies verdes como el pasto. Pero eso quiere decir que tenía los pies negros. Y el que tiene pies negros tiene cara negra, hermanos. Miren, Cristo no es como esos homosexuales de gabardina y traje que ven pasar por esta calle". Señala a los ejecutivos que pasan indiferentes. "Dios era negro y aquí en la Biblia dice que Cristo tenía los ojos rojos. ¿Saben por qué? Porque tomaba vino. Y a los borrachos se les ven los ojos rojos. Cristo fumaba marihuana, ¿saben?"

MEMORIAS INDISCRETAS 49. Finalmente me alejo. Ellos siguen gritando. Nadie se detiene a escucharlos. A mi paso por las calles he entrado a dos o tres sex shops. Hay todo lo imaginable. En casetitas de dos metros cuadrados los espectadores ven un minuto de película pornográfica por 25 centavos. Videos de masoquismo, sadismo y todos los ismos posibles. Poca gente los visita. La mayoría de los que atienden  a los visitantes son chinos, taiwaneses o mexicanos. La revista de moda se llama Barely Legal. Ofrece las primicias visuales de jovencitas que apenas acaban de llegar a los 18. Son muchachas de belleza pasmosa que en vano querría imitar Miguel Ángel. Ningún artista humano ha sido capaz de competir con Dios o la naturaleza. Frente a esas bellezas, las que ofrecen Cot, Corot o Bougereau son pollos congelados. La disponibilidad abierta de pornografía produce una especie de anestesia o desinterés. En la televisión por canal se puede ver a hombres masturbándose.
NY enloquecido por el triunfo de los Yankees en la serie mundial. Hago un rápido viaje al Metropolitan a comprar afiches de Pierre Auguste Cot y un libro de postales de Bougereau. Mi idea es usar un cuadro de Bougereau para la portada de Juegos de la imaginación, que es una selección de mis cuentos exclusivamente eróticos, libro que todavía está en proceso de negociación. Compro dos mochilas de cuero para mis hijos por veinte dólares cada una. Camino por Broadway, atravieso Chinatown y Little Italy de nuevo. Camino tanto que termino lesionándome una pantorrilla y sin embargo sigo caminando. Avanzo cojeando. Invito a Tomás y a su esposa a cenar en restaurant ucraniano. Yo pago la cuenta y veo volar los últimos dólares que gané con la venta de mis libros. 
De mis caminatas por Manhattan no queda casi nada para escribir. Todo se reduce al gozo de la experiencia, al placer visual, al sentimiento de que estoy en una ambiente diferente al mío. En ocasiones pienso que sería muy fácil escapar de Xalapa e instalarme en Nueva York, pero luego se me ocurre que habría muchos inconvenientes. De todos modos me hago el propósito de investigar la posibilidad de hacer un doctorado en la Universidad de Columbia como pretexto para instalarme aquí.
De mi regreso a Xalapa me consuela la idea de que ya estoy conectado a internet y ello me pone en el mundo sin necesidad de salir del pueblo donde recibo el cheque que sostiene a mis hijos mientras crecen. En Nueva York se reúne el mundo entero.
Este tiempo de libertad, mientras mi esposa se ocupa de la casa, es muy importante. Investigo en una librería. De todos mis libros sólo tienen dos ejemplares de la vieja edición de Cuentos para después de hacer el amor que hizo la Oveja Negra en Colombia. No importa. Si no soy rico ni famoso, por lo menos soy feliz. Recorriendo las salas del Metropolitan dedicadas a Corot he apreciado algo que ya sabía: las mejores obras son las que se hacen en el anonimato. Cuando llegan la fama y la fortuna casi todos los artistas comienzan a producir en serie o simplemente se callan. También aprendí esto: que a los artistas que no son genios sólo les es dado producir dos o tres obras perdurables.
Regresé a pie al apartamento de Tomás por la Octava Avenida. Tras un recorrido por tiendas donde una blusa de seda china cuesta 600 dólares y un suéter de cachemira 800, se llega a la zona de peep show, donde se puede encontrar toda la pornografía imaginable. Las portadas de los videos a veces son espantosas. Mujeres con el coño ensangrentado siendo apuñaladas mientras tienen expresiones de éxtasis. En el Hollywood las muchachas desnudas llaman a los clientes para que entren a una casetita por el módico precio de un dólar. Ya allí se abre una ventanita y aparece la muchacha elegida. Yo escogí a una criatura hermosa, en la que no vi el gesto abyecto, calculador o aburrido de las otras. Estaba en el cuarto totalmente desnuda y lo compartía con otra artista del sexo que le estaba dando el espectáculo a otro tipo asomado en una ventanita situada al lado opuesto de donde yo estaba. What do you want from me?, preguntó. No supe qué responderle pues en realidad yo no sabía lo que quería de ella. Tal vez solamente rendirle culto a la experiencia, como decía la polaca Shaka. Le pregunté su nacionalidad. Dijo que italiana. Luego me urgió. ¿Qué era lo que yo quería de ella? What do you have for me?, preguntó. Esto era sin duda una obvia solicitud de dinero. Se frotó los dedos pulgar e índice de la mano derecha e insistió. What do you have for me? Le respondí que ya había pagado mi dólar y la verdad es que no pensaba pagar más. Finalmente cedí. Busqué en la oscuridad mi billetera. Tenté los billetes y rogué para que saliera uno pequeño. Se lo entregué. Miró con desprecio el billete. Era de diez dólares. I am going to dance for you. Eso dijo. Me dio la espalda, se agachó, me enseñó el trasero y la ventanita se cerró. Ver un culo italiano por diez dólares, dije con resignación, saliendo de nuevo a la Octava.


MEMORIAS INDISCRETAS 50. Seguí caminando. Una tras otra se alinean las sex shops, con artículos para fetichistas y películas en apartados: con actrices gordas, con ancianas, con negras, con orientales, con sádicos y masoquistas. El olor característico de estos sitios es una mezcla de látex húmedo, orines, papel higiénico y cigarro diluido en orines. Encontré uno de esos sitios clausurado "por práticas sexuales peligrosas para la salud."
Es triste ver a mexicanos e hispanos sometidos a trabajos humillantes como repartir papeletas de propaganada que nadie quiere, o estar todo el día bajo la lluvia repitiendo dólar, dólar. El espectáculo de los edificios es imponente. Se forman largos corredores de rascacielos por los que el sol casi no entra. Imagina uno que aquellos corredores son como inmensos cañones creados por el hombre, de las dimensiones del Cañon del Colorado o del Cañon del Sumidero. 
De este viaje a New York me quedan los rostros de la muchacha árabe que me vendió las mochilas para mis hijos: unos ojos profundos, negros, sonrientes, una agradabilísima expresión de simpatía y aprecio. Me queda también la mirada despectiva de la desnudista italiana. Tambien la conciencia de mi pequeñez y anonimato y el aprecio por lo poco que tengo. (Todo lo anterior lo copié de mi diario de 1980).
            Y ahora demos un salto a Cuba. Estoy en el Tropicana. Una vez terminado el show la orquesta interpreta canciones bailables. Cerca de la mesa de los miembros del tour una chiquilla ha estado haciendo escándalo desde hace un buen rato. Lleva una cinta ciñendo sus sienes. Tiene aires de hermoso engendro, de indígena sioux y odalisca griega. Su rostro es redondo y bello y exhibe una plenitud diríase desbordante. Desde su silla lleva el ritmo con todo su cuerpo, aplaude, grita. Su alegría se me antoja excesiva. Al pasar al lado de ella, Rayza, que así se llama, pronto lo sabría, me dice, hola amigou,  y me ofrece gratuita y bellamente sus mejillas para que las bese, ¡mejilla izquierda, mejilla derecha!, como los franceses, dice. Disfrutar de su piel es un obsequio que agradezco con efusividad. La gripe se me disipa como por ensalmo. 23 de diciembre de 1982. (Tres antes de la llegada de La Gran L). Estuve con Rayza, mi amiguita cubana, y con su hermana, Etiopía, en El Pico Nevado, llamado también Rincón del Feeling. Pasé una noche agradable. La madurez de Rayza, su indudable sabiduría de la vida, a sus 16 años, son asombrosos. Los compañeros del tour, maestros, gente de oficina, un cantante de canciones de Roberto Carlos y alguna solterona que se dedica al jogging, se mantienen unidos y temblorosos, como un coágulo extranjero en territorio salvaje, aparte del resto de la humanidad presente, como si temieran ser contaminados por los cubanos, que podrían ser hasta comunistas. Me miran reprobadores. Parecen personajes de telenovela pensando en voz alta:  Debería darte vergüenza, amigo: podrías ser su padre. En ese mismo momento Rayza me dice: Podrías ser mi padre. Y en efecto: podría ser su padre: yo tengo treinta y tres años. Ahora que escribo lo que estoy escribiendo estoy demasiado mareado por el ron Habana para expresar lo que sentí por esa chiquilla. Cualquiera lo sabe: la tierra caliente madura los frutos demasiado rápido. A Etiopía, que condesciende a cuanto a su hermana se le ocurra, le dio frío y se sintió mal. Fuimos hacia la parada de la guagua, en el malecón, y allí nos sentamos a conversar. Llegó un combatiente internacionalista, que se identificó como combatiente internacionalista, y quiso investigar lo que calificó como extraña relación entre dos cubanas y un extranjero. Yo las tenía a las dos abrazadas por los talles y reíamos como orates. Tal vez estábamos haciendo más escándalo del soportable y legalmente permitido. El combatiente, que me mostró un documento en el que se certificaba que había peleado en Angola, me preguntó mi nacionalidad. Le respondí que era de Mongolia Central. Eso lo desorientó. ¿Qué idioma hablan en Mongolia Central?, preguntó. Español, claro, eso lo sabe cualquiera. Me estás mintiendo, amigo, debes ser un espía americano. Después hubo una larga y deplorable discusión sobre nacionalidades, embrollo que corté haciendo una pública declaración de amor a Cuba, y especialmente a las cubanas. Me puse de rodillas, le tomé una mano al combatiente, le di un beso en la mano, un beso de vasallo. El muchacho se alejó entre acongojado, feliz, avergonzado y suspicaz. Etiopía lo había regañado enhebrando largas y relumbrantes citas de José Martí. Citas que me dejaron algo turulato. ¿Eso dijo José Martí? No, no lo dijo, pero para el caso podría haberlo dicho, era un hombre muy inteligente y además… guapo. Él muy inteligente y tú, colombiano, muy ignorante, dijo. Ignorante y cursi, sin duda, lo acepto: es inevitable enamorarse de Cuba por más desconchadas que estén las paredes de la ciudad vieja y por más comunistas que haya por metro cuadrado. Se nos acercó un mulato: miró a Rayza y a Etiopía y tras considerarlas como quien va a comprar esclavas en un bazar de El Cairo, dijo: “Chico, son preciosas, se te cae la baba por las cubanitas, se te cae la baba y puedes secarla con una toalla y exprimirla cinco veces”. El mulato le estaba haciendo la corte a una mexicana de ojos claros, grandes y cristianos. Tú crees, me preguntó en secreto, que yo pueda hacer con ella lo que tú quieres hacer con Rayza. Y, ¿quién le dijo a mi mulato que yo quería hacer algún estropicio con Rayza? Chico, estarías mal de la cabeza si no quisieras llegar con ella al fondo esta misma noche. El mulato me miraba risueño. Sabe que a las cuatro de la mañana, bajo la luna cubana, al lado del mar, es imposible mentir o jugar a la hipocresía con un amigo. Mira, agregó, todos los días estoy más loco por las cubanas. Mientras habla no cesa de moverse y gesticular como un cormorán que danza al ritmo del movimiento de las olas. Qué tú quieres que haga, chico, aquí uno vive haciendo el amor o haciendo filas. Si uno de verdad quiere singar puede hacerlo 365 días al año con una mujer diferente cada día, mulatas, rubias, blanquitas, negras, pintas, albinas, mongolitas, uno se enferma de amor por las cubanas, chico, el mundo está bien hecho: si no tuviéramos que parar el fornicio para comer y dormir este país se iría a la mierda bailando.


MEMORIAS INDISCRETAS 51.  20 de febrero de 1982. Ya me pican las ganas de terminar esta novela para la que tengo cuarenta títulos, todos insatisfactorios, quiero terminar esta novela para comenzar la novela de amor.  ¿Cómo será la estuctura de la novela-de-amor? Este diario sería la base que daría pie a los recuerdos. Sin embargo el tiempo presente sería otro ¿ano?, ¿año?, ¿amo? (no entiendo mi letra) de modo que la novela incluiría: 1, el día de la escritura, 2, el diario del año pasado, 3, la recuperación del pasado remoto, 4 digresiones fi-lo-só-fi-cas sobre el amor.
Frase del día: El descontento consigo mismo constituye un elemento básico de todo verdedero talento (Mann).   Luego hay una frase que dice: Shaka, el coño polaco, el  inalcanzable vellocino (es tan blanca, es tan rubia y tan insoportablemente sofisticada) y su club de admiradores que la siguen como una manada de perros por la calles de Xalapa. Avanza el diario y cuento mis (falsos) intentos de seducir a otra rubia, este caso tonta, gran amiga de Concha Chacón (espero que haya posibilidad de hablar de ella: de origen totonaca, amplias y sensibles alas de la nariz, durante varios años fue el alivio de mi cuerpo). “No me gusta que me metan la lengua en la oreja”, me dijo la rubia tonta a manera de confesión. Estuvimos toda la noche acostados y no hicimos nada. Al despedirnos dijo: “Estuvo bueno el revolcón”.  Me encontré con uno de esos jóvenes que ofrecen admiración a diestra y siniestra. “Qué felices deben ser ustedes los escritores”,  me dijo. Luego narro en mi diario las incidencias de una conferencia que dicté en Alvarado, puerto que tiene fama de ser el más mal procaz y libertino de México. Conté tres historias:
1.    La del escritor que se emborrachó para poder escribir un cuento cuyo protagonista es un personaje que se llama Sammy McCoy
2.    La del escritor que entró en un desván oscuro, tocó algo extraño que no supo identificar y que a partir de ello inventó la música
3.    Y la del escritor que se mansturbó para poder escribir el capítulo de una novela en la que un personaje seduce a la niña Tisbe.
4.      El público de la conferencia en Alvarado se mantenía hierático, e incluso así continuó cuando dije: “Las mujeres son como los perros: hay que atropellar uno cada noche para dormir tranquilo”. (Mierda: hoy me pregunto cómo diáblos podía MT decir esas insensateces impunemente). Miento: sí hubo quien se mostrara indignado: la única mujer que asistía a la charla se levantó bruscamente y se retiró de la sala. Después dije: “Si estoy escribiendo una obra y veo que matan a alguien afuera de mi estudio, sin duda seguiré escribiendo sin inmutarme”. Terminó la conferencia. Se vendieron dos libros. A la una de la mañana salí a caminar. Había una fiesta frente al parque. Vi a unas chicas sentadas en una banca y las saludé.  Ellas respondieron amabilidad. Me les acerqué e hicimos plática. Una de ellas era una criaturita preciosa. Rostro ligeramente mulato, facciones muy finas. Agresiva y coqueta. Vestía un llamativo overol rojo, muy ceñido, de tela semejante a una segunda piel. Cuando me reveló su edad quedé asombrado. ¡Trece años! Y era, my God, una mujercita en miniatura. Sus senos perfectos. Hablaba comiéndose las eses.  Fuimos a caminar e hicimos un lindo y natural fornicio al amparo de las sombras en el muelle al lado del río. Todo fue tan tranquilo y  sencillo que todavía no salgo de mi asombro. Para ella también fue muy fácil y transparente (sin reconcomios ni deudas a plazo fijo) el asunto de la comunión de los cuerpos. Sólo supe que se llama Teresa y que vive en Veracruz. Pd. Todo lo anterior es mentira.

MEMORIAS INDISCRETAS 52. En San José, Costa Rica. 1966. Hoy cumplo 17 años. Después de la consulta retornó la tranquilidad a mi espíritu, que se había visto tan trastornado los últimos días. Dormí bastante y satisfice algunos deseos. Durante los días anteriores me había levantado muy tarde, hacía un poco de pereza leyendo  las desventuras del príncipe Mishkin y salía a almorzar opíparamente en el restaurant  más cercano al hotel. Leía hasta las cuatro de la tarde en el Parque Central, comía y luego me iba a cine o a recorrer la ciudad. Un deber bastante molesto era ir a la botica a que me pusieran la inyección diaria. Un extraño insecto me había picado en Pueblo Nuevo y durante casi un mes una llaga mefítica había estado socavando mi pierna izquierda.  Aceptaba las inyecciones casi estoicamente; cada una de ellas significaba un día de libertad. No atendí las instrucciones del médico en el sentido de que volviera a consulta después de la primera inyección. Me sentía bien, ninguna reacción negativa se había presentado, por lo contrario la llaga había empezado a secarse.
         Habiendo pasado cuatro días de estadía en la capital me sentía un poco aburrido, por lo que en la noche me fui a recorrer burdeles. Me decía mi pecadora conciencia que si encontraba alguna mujer que me agradara podría ampliar mi ingenua ciencia sexual. Mi primera experiencia con la putica del Bar Tico había sido traumática e insuficiente. Tras visitar algunos lugares, llegué al Tío Sam, un sitio bastante elegante. Allí el ambiente europeo (me pregunto qué quería decir el mozalbere MT con "ambiente europeo". Lo que estoy reproduciendo lo copio de papeles manuscritos escritos in situ y el illio tempore); repito: allí el ambiente europeo que me rodeaba y algunos tragos me dieron  ánimo para cortejar a una rubia madura y bien formada. Al llegar me había sentado en un reservado y miraba tratando de tomar actitudes de conocedor. Después de urdir el plan de acción unas veinte veces logré vencer la timidez. Invité a la rubia a bailar. Tomamos unos tragos. La gran estructura lingüística que había creado, la terrible elocuencia donjuanesca de la que me creía capaz, se vino abajo. A pesar de ello, forzándome al máximo, fui tomando confianza hasta llegar a la terrible proposición. La mujer, con la indiferencia de quien vende una caja de fósforos, me informó sobre el precio, el lugar y los demás detalles del negocio.
         Fuimos en taxi a su casa. En el transcurso del viaje estuve tan ansioso e inerme en manos de la mujer que jugueteaba con mis dotes de la entrepierna que cuando llegué al lugar prefijado, había desfallecido del todo. De modo que fue necesario hacer una pequeña antesala para concluir el negocio a satisfacción. La mujer fue paciente. Luego, con precisión de obrero en línea de montaje, liquidó el asunto demasiado pronto. Apenas  si tuve tiempo de preguntarle sobre un tatuaje que tenía en el muslo. Me explicó que se lo había hecho el hijo de la señora de la casa donde actualmente estabámos. Más tarde me enteré con mis amigos que lo usual es  pedir repetición. Bueno, para la próxima. Esta segunda experiencia fue mucho más satisfactoria que la primera. Disipé ciertas dudas que aún tenía sobre el asunto. Pomposamente me decía a mí mismo: adelante, MT, ya has dado un paso grande hacia el  mundo de los adultos.
            La mayor parte de los cuentos de amor o deseo que he escrito en mi vida se originaron en experiencias personales a veces poco edificantes, superficiales, románticas, imaginarias, escuchadas, leídas, pero en muy pocas ocasiones inventadas a partir de detalles nimios y sin embargo significativos. Recuerdo que en una clase que impartía a estudiantes extranjeros en la Universidad Veracruzana una señora de aspecto bonachón, que podría estar rozando los sesenta, dijo, no sé con qué motivo, que era difícil ocultar secretos en las casas con pisos de madera. Eso dio pie a que escribiera un cuento que se llama “Las tablas crujientes”.
            10 de julio de 1983.  En esta fatal rueda de la vida la depresión  por cualquier nimiedad y la exaltación sin razones razonables se suceden una y otra vez en cadena sin fin. Ayer me sentí una miseria humana a causa del rechazo de Shaka y hoy a la hora de acostarme estoy gozando de una alegría inexplicable. Amanecí con mi arma empuñada, vertiendo energía líquida sobre mi vientre y sonreí. En mi sueño me visitaron la polaca y mi princesa totonaca. Salí a jugar básquet con Buki, un muchacho corporalmente perfecto, moreno de hermosos rasgos, de cuerpo esbelto y bien proporcionado, todo armonía, terriblemente simpático. Me contó que fumaba marihuana  y totalmente trabado ponía un cassette de los Beatles y hacía abdominales, hasta 500 sin descansar. Le creo. Jugué contra él tres horas sin agotarme. Luego dormí hasta las cinco. Invité a Emanuelle a dos sesiones y en la segunda gocé con ella. Fui a comer tacos de bisté y ahora estoy fumando Pielrroja y tomando té de manzanilla. Afuera el aire es delicioso, hay una dulce humedad en el ambiente.  Las estrellas se ven con claridad. Me miré desnudo en el espejo y me sentí satisfecho conmigo mismo. No tengo amor verdadero por nadie, pero tengo el futuro a mi disposición y sé, con absoluta certeza, que va a llegar a mí la persona correcta. Me amo y no puedo ocultarlo. Sería imposible no hallar tarde o temprano a alguien a quien amar y que me ame. Soy un irrebatible romántico. El problema, lo digo con todas sus letras, es la pequeñez que hallo en todos (todas) los (las) que me rodean. Lo digo sin rubor y sin disculpa alguna. No me preocupa el juicio de los otros. Si no amo es porque no encuentro una persona que considere digna de ser amada.

MEMORIAS INDISCRETAS 53. Y muchos años más tarde. Los mails electrónicos de mi esposa llegan puntuales, sin protestas, cariñosos, con algunas peticiones de regalos que sabe no podré cumplir. Durante esta estancia en Canadá me ha interesado muy poco salir. He visto lo necesario. Yo vine aquí a escribir y eso es lo que estoy haciendo. Lo que he hecho en estos 40 días es un trabajo que en Xalapa me llevaría de tres a cinco años. Esta tarde me siento satisfecho con la novela después de un día de conflictos (morales, éticos, nimios) ocasionados por la estrecha relación de lo que escribo con mi vida. Una sobrecarga de erotismo permea toda la novela, pero aliviada o iluminada por un predominio del amor sobre toda otra instancia. Novela que quiere ser definitiva, una especie de coronación de mi desarrollo como novelista, hacia la comprensión de lo que son las mujeres, el amor y el erotismo. La novela me parece profundamente original, agresiva pero amable, apasionante pero difícil de aceptar, como difícil de aceptar son los impulsos más secretos de la naturaleza humana. Me reconcilio conmigo mismo, permitiendo que mi cuerpo descanse tras el trabajo, jugando basquetbol para salirme de este mundo asfixiante y total de la novela, hacia una realidad más sencilla y agradable, menos conflictiva como es la de Banff, donde el arte y la naturaleza son espléndidos, y todas las personas de una sorprendente amabilidad. He encanecido brutal, inexplicablememte en estos días, pero en el plano físico me siento poderoso, como poderoso me siento por el respeto que muestran todas las personas que me rodean. Me siento apreciado, admirado, con facilidad y sin envidias, lejos del bajo perfil que siento en Xalapa, donde soy simplemente un padre de familia, un editor científico y un lavaplatos ocasional. Escucho a todas horas música maravillosa, sonatas de Beethoven, conciertos de Paganini, Malher, conciertos inolvidables, en medio de este bosque de maravilla. La nieve ha caído profusamente (¡a fines de mayo!), luego salió el sol y todo se renueva, se acerca el fin de esta etapa de mi vida.
Me atreví a invitar a Ambrosia a tomar una cerveza pero dijo que trabajaba doble turno y que además no bebe cerveza. (Y no bebe cerveza porque a los menores de edad les está prohibido en Canadá). Tiene esta chica una sensibilidad exaltada. No soporta que casi nadie sepa su verdadero nombre, porque dar su nombre es, según ella, impúdico. Se lo reserva para personas agradables. A mí me lo dio y me sonríe maravillosamente cada vez que me ve. Prometió que si tenía tiempo iba a aceptar mi invitación, pero en secreto y en privado. Le dije que estaba escribiendo sobre ella. Eso le agradó pero le causa temor.
Como en ciclos esquizofrénicos, al día siguiente me sentiría muy mal con respecto a lo que estoy escribiendo. Me parece repetitivo, común y corriente, vulgar y triste. Es un mundo absolutamente cerrado en el que el erotismo, un erotismo enfermizo, centrado en las felaciones que una criatura inocente le realiza a un fauno cínico, lo van descargando, agotando, derrotando, hasta dejarlo convertido en un pellejo, en una nada, de la que sin embargo, de alguna manera surge, como el ave fenix, volando el amor. Es un cuento de hadas pero al revés. También es la historia de la Cenicienta en versión triple X. Cuando terminé mi sesión de cuatro horas ante la computadora salí del estudio casi huyendo, a buscar algo diferente. Lo que encontré fue otra realidad terrible, frente a la cual no puedo hacer nada: a mi esposa la están llamando todas las noches a las tres de la mañana, ella levanta el auricular y nadie responde. Esto ya lleva varios días, desde que ella regresó a México. Como es tan susceptible ya no puede dormir. Hoy le hablé por teléfono (9 minutos: 30 dólares) y lloró, le ofrecí regresar inmediatamente a Xalapa, dijo que no, que terminara mi trabajo, que ella iba a aguantar, que si se sentía mal esta misma noche se iba a ir con los niños a un hotel. ¿Qué puedo decirle? Irresponsable, como de costumbre, esta noche iré a escuchar la Orquesta Sinfónica de Calgary. Casi puedo decir que esto que le sucede pasará. Puede ser simplemente alguna de las que fueron mis pasadas mujeres que quieren hablar conmigo, o el loco de Nachón, quien quiere pelear. Si eres tú, orate marihuano, cálmate. Búscate uno de tu tamaño o de tu condición mental. No sé.
Ahora escucho las sonatas para violín y piano de Beethoven, mientras lavo platos y arreglo el estudio, que ha permanecido en desorden desde que Lety se fue. En la mesa del comedor dije algo sencillo pero terrible: "Llevo cinco años trabajando en esta serie de novelas, pero si un día me doy cuenta que no valen, las tiraré despiadadamente a la basura."


MEMORIAS INDISCRETAS 54. EL DÍA EN QUE QUISIERON EXPULSARME DE MEXICO. Ahora escucho las sonatas para violín y piano de Beethoven, mientras lavo platos y arreglo el estudio, que ha permanecido en desorden desde que Lety se fue. A la mesa del comedor dije algo sencillo pero terrible: "Llevo cinco años trabajando en esta serie de novelas, pero si un día me doy cuenta que no sirven, las tiro a la basura y tan tranquilo". Es cierto. Al escribir no pierdo el tiempo, estoy viviendo, y como dice Paul Valery: Vivir no es suficiente. Hay que ser feliz. Pedir más es querer ser Dios.
Y muchisísmos años después. Eliminé de El Libro de la Vida casi todas las consideraciones políticas, los personajes locales pintorescos (Las noches de Ventura y todo El libro de la vida se desarrollan en Xalapa, con ocasionales salidas a Colombia, Cuba, Nicaragua, el D.F.). De todos modos como los borradores de El Libro de la Vida han ido publicándose a lo largo de los años en diversos medios, no me han faltado problemas. Uno de ellos, muy grave, que tuve a causa de la novela, fue el hecho de que el cronista de la ciudad de Xalapa promovió un movimiento para echarme de la Universidad Veracruzana, de Xalapa y del país. Reconocido como un xenófobo rabioso que ha utilizado el periódico de su propiedad para calumniar a varios extranjeros (entre sus víctimas se cuentan Sergio Galindo, a quien prácticamente expulsó de la ciudad por haber publicado una novela en la que se podía identificar a algunas personas notables, es decir prestantes, es decir, adineradas e influyentes, es decir, etétera; Emmanuel Carballo, el crítico feroz, Jorge Ruffinelli, a quien sacó en la nota roja del Diario de Xalapa como ladrón de niños y tal vez algo más grave), Rubén Pabello Acosta, el actual cronista de la ciudad (hablo del principio de los ochentas) comenzó a publicar editoriales instando al rector a expulsarme de la universidad utilizando una serie de insultos verdaderamente floridos. Llegó incluso a comprometer su palabra de que iba a hacer que me expulsaran no sólo de la universidad y de Xalapa, sino del país. Para medir el poder de este señor basta saber que el primer acto de los gobernadores recién electos en este Estado, es (era) visitar al director del Diario y Cronista de la Ciudad (es tal la dimensión de la vanidad satisfecha que este señor ya tiene estatua en la avenida más concurrida de la ciudad, el archivo de la ciudad lleva su nombre, hay calles con su nombre, escuelas, colonias, camiones de basura). Y es tal la cobardía de los intelectuales jalapeños que nadie ha protestado por el hecho de que se haya nombrado cronista de la ciudad a una persona que no tiene la altura intelectual necesaria. Este señor llegó a cronista porque un alcalde tuvo la puntada de nombrarlo por decreto. Pues este es el enemigo que encontré sin andarlo buscando, solamente porque me atreví a publicar mis textos eróticos y a ambientarlos en los espacios jalapeños. Supe que el cronista no se había limitado a publicar sus editoriales llamándome lo innombrable, sino que había intrigado con el gobernador para que le pidiera al secretario de gobernación intercediera ante el presidente de México, quien sería el único capaz de emitir el fulminante 33. Me sentí muy honrado de semejantes gestiones, pero también preocupado. Si hubiera estado soltero por esos días y sin hijos, habría aceptado jubilosamente el 33, pero con Sebastián recién nacido, debía ocuparme del asunto. Inicialmente busqué el apoyo de varios medios de prensa. Todos estuvieron dispuestos a defenderme. Luego se me ocurrió que había una mano poderosa que podía frenar fulminantemente el proceso: Gabriel García Márquez, el papá grande. Como sé que don Gabo es de difícil acceso, le dije a su secretaria que el asunto era de vida o muerte y que si no se comunicaba fulminantemente él sería culpable de la desaparición física del único genio que quedaría una vez que yo me deshiciera de su cadáver. Dos minutos más tarde escuché su voz. ¿Ahora qué pasa? Le conté el asunto paso a paso, le leí los editoriales del cronista de la ciudad. Le parecieron espléndidos. "Es un maestro del insulto", dijo. Luego me pidió que le enviara copia de mis textos para ver si en efecto eran tan violentos y si podían servir como motivo de expulsión. Pidió que me calmara, dijo que nadie me iba a linchar ni a expulsar del país. Dijo que él se encargaría de todo, con una condición: que me quedara callado, que no divulgara su intervención en el asunto. Cumplí, la verdad es que cumplí. Han pasado cuatro años y sólo hasta hoy me decido a contar la historia de una censura fracasada. García Márquez también cumplió. Llamó al director de Derechos humanos (no pongo nombres porque, como se sabe, esto que escribo podría ser usado en mi contra... corrijo, 30 años después sí puedo poner sus apellidos: Ortiz Monasterio) quien se comunicó con el secretario de gobernación. La conexión llegó justo a tiempo, porque el asunto ya estaba en proceso acelerado rumbo a mi expulsión. Pronto recibí llamada del director de Derechos humanos quien me apoyó grandemente, no sólo porque G.G.M. se lo hubiera pedido, sino porque había leído todos mis libros, y era, milagros de la literatura, un admirador irredento y un aficionado acérrimo a la literatura erótica.

MEMORIAS INDISCRETAS 55. Es  completamente explicable y disculpable  la suposición de que el protagonista de La insaciabilidad y, por lo tanto, de El libro de la vida sea un alter ego de Marco Tulio Aguilera Garramuño. Pero en este caso no se trata del escritor colombiano residente en México que se dedica a vivir frenéticamente y a seducir mujeres para escribir sobre ellas, sino de un escritor quintaesenciado, editado, potenciado. No soy yo, por lo tanto, el protagonista, sino un yo idealizado, arrastrado por el esplendor y el cieno de la sinceridad y expuesto como un cadáver a la curiosidad del lector. La novela (las novelas) no es (no son) la historia de mi vida, sino la historia de mis fantasías, de mis lecturas, de mis trabajos para escribir, publicar y sobrevivir. Es una novela de formación (habrá quienes digan, y disculpen la obviedad,  que es de deformación). Que algunos escritores son particularmente perversos, es un lugar común. Más acertado sería decir que los escritores se atreven a decir lo que los demás mortales solamente se atreven a imaginar. Yo mismo me he definido como un amoroso, aunque otras personas me califican como ingenuo o como una persona que se ha dejado manipular por las mujeres. Recuerdo que un hombre me llevó a la Sala Manuel M. Ponce una rosa viva y me dijo, antes de huir, que yo escribía lo que él soñaba. Una mujer, en la presentación de Los grandes y los pequeños amores, quiso arrastrarme al baño a escenificar un simpático polvo de gallo, suponiendo que si yo escribía escenas semejantes, estaba en toda la disposición de cumplirlas en la realidad. La verdad es que lo que yo he escrito en estas páginas corresponde a una época ya lejana de mi vida (de 1980 a 1985) y en el instante en que escribo estas líneas mi vida y mi actitud son otras. Ya no concibo el amor como una aventura sino como una Ventura. Ya no como una búsqueda sino como un encuentro. Quienes conocen mi vida actual saben a qué me refiero. Ya no tengo tiempo para perseguir mujeres o de dejar que me persigan. Aunque la verdad es que hoy en día no me persiguen sino mis recuerdos y mis expectativas.

MEMORIAS INDISCRETAS 56. Bogotá (¿2005?) Por la noche fui a visitar a mi informador del Amazonas, Pedro Botero, quien me leyó el I Ching. Hazle una pregunta, me dijo Botero: ¿Es permanente mi relación con mi esposa y hasta el fin de la vida? Me respondió así: "Para ser fuego necesitas adherirte a la madera. Si te adhieres a tu esposa ella será tu madera. Debes estar adherido, condicionado, basarte en algo, para lograr tus propósitos, que son demasiado ambiciosos. Si te adhieres a tu esposa el fuego tuyo adquirirá claridad. El fuego es sin forma definida, se adhiere a las cosas que arden y así brilla su claridad y esa claridad será tuya. Sin el fundamento de tu esposa tu fuego se extinguirá". El dictamen del I Ching, en palabras de Pedro Botero, es el siguiente: "Es propicia la perseverancia, ésta aporta éxito. Dedicarse al cuidado de la vaca aporta ventura. Todo lo que expande luz en el mundo, depende de algo a lo que se adhiere para poder alumbrar de un modo duradero. Al depender de una base sólida se obtiene el éxito. La vaca es el símbolo de la máxima docilidad. Al aceptar el hombre la docilidad, se entregará a una voluntaria dependencia, logrará una claridad nada hiriente y encontrará su puesto en el mundo. Se aproxima la senectud, el fin del día. El noble que cultiva su propia persona,  ayuda a su sino y afirma con ello su destino. El intelecto arraiga en la vida, pero puede consumirla. Tienes un carácter demasiado inquieto, agitado, que logra un rápido ascenso, pero te faltan los efectos perdurables. Acarreará malas consecuencias el hecho de que te gastes demasiado rápido y te consumas como un  meteoro".
             Cuando Pedro terminó de interpretarme el I Ching dije,  soberbio como soy y como reconozco serlo (a veces en broma, pero generalmente en serio) que mi carácter era más fuerte que mi destino. Mi amigo sonrió. "Nadie tiene un carácter más fuerte que su destino".
            Luego explicó que el I Ching es el libro más antiguo del mundo, 4000 años.
            De la sesión con Pedro Botero saqué en limpio que mi relación con Lety no sólo es duradera, sino necesaria, casi fatal, si no quiero condenarme. Que ella es el leño y yo el fuego y que para existir y brillar dependo de ella, pero que debo cuidarla para que no se acabe.
            El I Ching coincide con la apreciación que Lety tiene de mí: dice que soy un apresurado, un acelerado, que debo serenarme.

MEMORIAS INDISCRETAS 57.  Pedro Botero nos ofreció una espléndida cena, aderezada con picantes amazónicos que trajo mi hermana del Orinoco venezolano, y luego me prestó varios libros sobre el Amazonas y la colonia penitenciaria de Araracuara.
 Entre lo que recuerdo de la plática de Pedro Botero, el hombre que trazó la mayor parte
de los mapas de la Amazonia Colombiana, se halla el hecho de que los indígenas huitotos no le ponen ningún romanticismo en la relación de pareja y que aceptan la sexualidad con naturalidad. "El romanticismo, eso que llaman amor, los ojos en blanco y los arrumacos, son pendejadas de los blancos", dice Pedro. Con su sonrisa de sabio socarrón agregó: "Cuando los indígenas quieren
darle gusto al cuerpo se escapan al campo donde van a sembrar y allí lo hacen, en estrecha vinculación con la tierra".
Pedro Botero explicó que en una choza de huitotos, el hombre duerme en una hamaca arriba; bajo él duerme su mujer en otra hamaca y bajo ellos duermen los hijos. Que cuando el indígena quiere aliviarse las ganas se baja a la hamaca de la mujer y lo hace con absoluto sigilo, en silencio, casi sin moverse.
Pedro nos atendió a mi hermana y a mí con absoluta cordialidad. Yo llegué  a su casa tarde, caminamos por la Séptima y la Novena, territorio de putas y de casas de empeño. Una hermosa putica negra, que estaba a las puertas de una sórdida sala de cine pornográfico, se ofreció a ir conmigo. Le dije gracias, hija, te lo agradezco.
Todo el día posterior lo pasé eludiendo invitaciones de la azafata poeta que dice tener tiene un clítoris esparcido por todo el cuerpo, un punto "G" extenso y robusto y unos músculos abdominales de atleta genital, según sus propias palabras. Intenté comunicarme con
Elkin Patarroyo, inventor de la vacuna contra la malaria, infructuosamente. Quiero invitarlo a formar parte del Comité Internacional La Cienciay el Hombre. Visité al editor de Plaza y Janes. Está como de costumbre deprimido por la situación de la empresa y de Colombia. Dice que no
 publica un libro si el autor no está dispuesto a mojarse el trasero, a vender personalmente mil ejemplares o a pagar la mitad de la edición. Lo único que publica inmediatamente son best sellers
asegurados. Tuve ganas de mandarlo a la mierda, pero me porté  con prudencia. Le dije que podría intentar gestionar una coedicion, con Tusquets, por ejemplo. Le había ofrecido mi libro inédito y luego se lo iba a quitar de las manos, pero dijo déjamelo, quiero leerlo. Es su táctica.
Dentro de un mes recibiré un contrato. Mi libro es tan bueno que es imposible que lo rechace. Y así lo dijo: "Todo lo que escribes me gusta, de eso estoy seguro. De lo que dudo es del mercado colombiano. Aquí nada que no seaun best seller o un libro de motivación personal sale adelante". Afirmó que   todo el asunto ese de los tirajes de medio millon de ejemplares de los libros de
García Márquez era puro cuento inventado por Kataraín, de la Oveja Negra. Que se hacía un tiraje de cien mil ejemplares y se desplazaba de un país a otro. Lo mandaba a un país, luego lo recogía  y así iba rotando los libros, con propaganda. Yo opino que cualquier estrategia para vender un libro es válida. Incluso las mentirillas tan frecuentes. Recuerdo haber escuchado
en el Hotel Xalapa hace ya más de diez años que García Márquez  y Gustavo Sáinz tramaban inventos para hacerle publicidad a un nuevo libro de Gabo. Le reclamé al editor de Plaza por el hecho de no haber publicitado la nueva edición (décima en lengua castellana) de  Cuentos para después de hacer el amor. Le dije que le faltaba sentido del riesgo, una dosis de atrevimiento. Aceptó ponerle un cintillo a mi libro: "45 000 ejemplares vendidos, décima edición, del maestro del erotismo latinoamericano". (De paso no creo se hayan vendido 45 000 pero sí bastantes : 20 000 de la primera edición de la Oveja Negra, en la Colección Biblioteca de Literatura Colombiana; 8000 de las ediciones de Plaza; y entre 5000 y 8000 de las cuatro ediciones de Leega –aunque supongo que Jiménez tiró más libros de los que afirma.

MEMORIAS INDISCRETAS 58. Visité la librería Bucholz de la Carrera Séptima, subí por una escalera de cuatro metros y allá cerca del techo, encontré un ejemplar de mi primer libro de cuentos publicado en la Colección Rotativa de Plaza y Janés, Alquimia Popular (1979). Precio: 1500 pesos, es decir, un dólar. El mismo Bucholz -un alemán tímido, de voz apagada- me hizo una rebaja de 500 pesos. La dependiente fue amable, dijo que mis libros a lo largo de los años se habían vendido bien. Y que la gente preguntaba frecuentemente por mí.
 (1966) Pasamos por el Lincon Tunel y salimos a Manhattan. Llegamos a Port Authority por segunda vez. Recorremos grandes zonas de pantano conservadas originalmente como territorio silvestre para la vida animal. Veo escaleras metálicas como las de West Side Story. Salimos de New Paltz a las 8:55 y llegamos a Nueva York a las 10:35. No hallamos congestionamiento ni siquiera a la entrada del túnel que conduce a la isla de Manhattan. La eficiencia llevada a extremos inverosímiles: los autos tienen mapas de carreteras computarizados que les indican las rutas más correctas. Las temperaturas de las casas se auto regulan, los baños funcionan por impulsos eléctricos.
Anuncios en The Village Voice, periódico gratuito de Greenwich Village: Un Bi- (es decir, una mujer bisexual) busca estudiante straight (es decir interesado en personas del sexo opuesto) que quiera un trabajo oral imaginativo. Debe tener entre 20 y 30. No quiere reciprocidad. \Pareja atractiva busca matrimonio curioso al que le guste mirar y ser mirado...\Atractivo e inteligente latino se ofrece para cualquier fantasía, etc.
Llegada a Nueva York. Bien recibido por el escritor Tomás González, figura legendaria y en cierta forma underground de la literatura colombiana. Se habla mucho de él pero casi nadie lo conoce. No participa del mundo literario, por ello me sorprendió verlo en el pasado encuentro de escritores colombianos en México, que fue organizado por la UNAM. Comimos y bebimos como tracios en el DF y en Tlaxcala. Tomás apenas pronunció un par de palabras en el encuentro, mientras Moreno Durán -un tipo breve, compacto y pretencioso pero divertidísimo que dirige la revista Quimera Latinoamericana y que se dedica por entero a la farándula literaria (no es mal escritor: tiene una excelente novela que se llama Juego de damas y un buen libro de cuentos que se llama Metropolitanas- hablaba por todos a la vez y su mujer se dedicaba a desmentirlo palabra a palabra. Tomás, que publicó recientemente en Editorial Planeta Mexicana un libro de relatos bellísimo llamado El rey del Honka Monka, con un estruendoso fracaso de ventas (y aquí hay que hablar de las carencias publicitarias de Planeta, que ahora parece estar en un hueco insondable). Yo cobré sus derechos de autor por dos años y apenas si le dieron una miseria. También cobré los últimos derechos de autor de mi libro Los grandes y los pequeños amores, que ya se agotó no sé si para bien o para mal. Y me enteré que Las noches de Ventura, el primer volumen de El libro de la vida, también publicado en editorial Planeta y del que fueron reproducidos apartes en Sábado, no ha tenido el éxito que yo esperaba. El resultado es que Andrés Ramírez, editor de Planeta, me llamó para decirme que se había tomado la decisión de bajarle el precio al máximo, para salir de él, y de paso, supongo, lo mismo sucederá con quién sabe cuántos libros más. La verdad, creo, es que Planeta se encuentra en graves problemas económicos y tiene que conseguir dinero a como dé lugar. Yo no me opuse a que remataran mi libro. Al fin y al cabo se trata de que salga a la calle para que le haga un campito en las librerías al  segundo volumen de El libro de la Vida, que se llamará La hermosa vida.
En Planeta también hablé con Claudia Huelgas, la otra editora, quien me comentó sobre los manuscritos míos que tiene en sus manos. Claudia, una criatura delicada, dulce, no muy enérgica, que más parece la asistente ejecutiva de Donald Trump o de Nelson Rockefeller que una editora, me dijo que los libros estaban en dictamen pero que de todos modos por lo menos hasta fines del 97 no se podrían publicar debido a que los pasados editores dejaron demasiados compromisos que deben cumplir los actuales. Lo que están haciendo es sacar ediciones económicas de 1000 ejemplares para luego iniciar otros proyectos. Yo le respondí que no tenía prisa pues mis libros los había ofrecido a varias casas editoriales de varios países y que yo trabajaba sin preocuparme demasiado por ver mis libros publicados. En síntesis le mostré que no sufría porque Planeta no me diera privilegios. La verdad es que espero buenas noticias en cualquier momento (todos los días de mi vida he estado esperando buenas noticias en cualquier momento) y no sufro por las desatenciones de los imperios editoriales. Si me permiten presumir diré que yo voy a durar más que ellos. Cómo dice Juan Gabriel: Televisoras hay muchas; Juan Gabriel sólo hay uno.
Regreso a mi llegada a Nueva York. Fui con Tomás González a la Estatua de la Libertad. Más que la estatua, me impresionó la variedad de los turistas: el mundo entero estaba allí: rumanos, húngaros, polacos, ucranianos, paraguayos, argelinos, pakistanos. Al frente nuestro en el ferry iba una pareja de argentinos con su hermosa hija. Los tres vestidos como para asistir a La Fenice. Regresamos al East Side en metro: el metro es un antro espantoso: húmedo, sucio, incómodo, huele a orines y cigarro mojado. Pero es eficiente. Tomás González y Dora, su esposa, ordenaron desde su apartamento una cena que les trajo un muchacho de un restaurante afgano. Cenamos deliciosas perdices: 38 dólares. Y además les pareció muy barato.
Durante los diez días de mi estancia en NY me dediqué a estirar el dinero al máximo y sólo al final me atreví a invitar a mis anfitriones a un restaurante hindú, con lo que ya acabé mi reserva.
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MEMORIAS INDISCRETAS 59. “Mi amigo Miguel Saavedra, profesor de la Universidad de New Paltz, me trajo hasta la casa de Tomás y prácticamente me entregó sano y salvo, después de haber recuperado dos veces mis maletas, que había dejado olvidadas en la estación de Port Authority. "Te pido el favor de que cuides a Marco Tulio", dijo Miguel, "pues todo se le olvida". La verdad es que Tomás no me cuidó para nada durante mi estadía en NY. Al contrario: se ocupó de lo suyo, me dio la llave de su apartamento y se olvidó de mí.
Tomás González ha publicado tres libros. Uno de ellos, una novela extraña, de aire existencialista, situada en la costa pacífica de Colombia. Y otro, que recibió el Premio Nacional de Novela en Colombia. El tercero es un libro de relatos verdaderamente muy buenos (ya hablé sobre el tema), con personajes excéntricos y conmovedores, tan extraños como el mismo Tomás. Tomás se dedica a traducir textos científicos que le llegan directamente de una empresa a su computadora y que él retransmite traducidos, de modo que no tiene que salir de su casa. Su único atisbo diario de la vida exterior lo hace a las diez de la mañana para ir a correr a un parque cercano. A Tomás no le interesa demasiado ocuparse de la vida literaria. Escribe por placer y por necesidad. Se levanta a las seis de la mañana y escribe hasta las nueve, cuando desayuna e inicia sus traducciones.
En New Paltz le compré una chamarra con cuello de zorro a Lety, pero me gustó tanto que la he usado todos los días desde que llegué a NY. Un mendigo o un vago en un autobús me dijo: You look like Nanuk of the North, refiriéndose al hecho de que con la chamarra con cuello de zorro, que me rodea los contornos del rostro, parezco un capitán esquimal, el último jefe esquimal de no sé qué novela de Jack London.
En los autobuses de Nueva York los lisiados tienen servicios especiales. Cuando una persona en silla de ruedas les hace la parada, el conductor se levanta. Va a la puerta trasera, la abre, acciona un botón que baja una plataforma, empuja la silla de ruedas adentro, vuelve a presionar el botón que hace que la plataforma se levante, y empuja la silla de ruedas adentro.
Voy el viernes al Museo Metropolitano de Arte. Pregunto y resulta que dos viejitas van para allá y están dispuestas a guiarme. Me piden que no me pierda de ver la tumba de Cleopatra. Sentado frente al Museo Metropolitano con los pies doliéndome tras recorrer el primer piso apresuradamente. El arte del mundo entero: Picasso, Modigliani, Renoir, di Chirico, todo está allí. Se siente uno abrumado. Hay un sol radiante. Gente de todo el mundo sentada en las escalinatas. De todo lo que vi lo que más me impresionó fueron los desnudos griegos. Total armonía. La mayor parte de las estatuas masculinas están castradas. Inolvidables las Tres Gracias de espaldas y sin cabeza. ¿Para qué necesita el arte de las cabezas? Suena una flauta. El Yankee Doodle. Pierre Auguste Cot: Primavera. Es el coloquio de una pareja de adolescentes en un columpio. Henri Alexandre Georges Regnault: Salomé. Dos cuadros impresionantes. Quise comprar dos posters de Corot pero no me alcanzó el dinero. Ya iba de salida a las 5:30 de la tarde cuando escuché música. Una orquesta de cámara estaba tocando en el mezzanine. Me senté en el suelo a escuchar. Este es el mundo deslumbrante que no veo en Xalapa. El centro de la cultura y la civilización están en Nueva York, el aleph. Observo dos cuadros: Rembrandt viejo y Rembrandt joven: el optimismo del joven, su opulencia y poder; la derrota del viejo (arruinado, su hijo muerto, su vida espléndida hecha pedazos). Mensaje de Rembrandt a Cot: la belleza absoluta es alcanzable y vana. En el Metropolitan se da uno cuenta de lo pequeño que es uno mismo. La tarifa para entrar (sugerida) es de 8 dólares, pero se deja entrar a cualquiera, aunque de todos modos los gorrones se lleven miradas de desprecio por parte de los porteros. Salí por un momento del Metropolitan a comer. Caminé mucho hasta encontrar un sitio relativamente barato: El rinconcito mexicano: 8 dólares el menú. Luego regresé al museo.
            Viajamos ayer de Indiana a Pittsburgh bajo la amenaza de tormenta y tornado.  Afortunadamente no pasó de un chubasco. Peter manejó su van VW con velocidad y e imprudencia, siguiendo los mandatos de su GPS, una maquinita que le va diciendo: Sigue la ruta ésta, dobla a la derecha, continúa diez kilómetros, entra en la autopista X, etc. En ocasiones Peter se rebelaba y tomaba un atajo, lo que hacía refunfuñar a la máquina y reajustar sus mandatos. Llegamos a Suthern Hills, Pittsburg, ya entrada la noche, a casa de María Eugenia, colombiana que ha hecho su vida desde joven en Estados Unidos y que tiene una bella casa con piscina, una hermosa rubia que es su hija y mi sobrina, y una perra blanca que se llama Gipsi, individua mucho más decente y educada que nuestra perra Maki, una antigua pastor inglés que es un amor peludo y cagón. Tras una comilona desordenada dormí cinco horas y me puse a corregir los trabajos de mis alumnas de la Facultad de Danza. Luego fui con Lety en tranvía al downtown de Pittsburgh y al campus de la Universidad de Pitts. En el centro entramos al Macy's donde estuve mirando un abrigo de mink de 24 000 dólares que afortunadamente Lety no quiso... Porque si quiere, le compro cuatro. Finalmente compranos una sobretodo tres cuartos Guess por cien dólares (con cien de descuento). Lo que yo compré para mí monta la exorbitante cantidad de  cinco dólares con 99 cents: un bello saco taylored en Indiana, que compré en el Salvation Army; además un suéter de IUP de 35 y unos pants IUP de 25. A Lety no la impresionó el edificio de lo que se llama The Cathedral of Learning, una especie de catedral entre gótica y románica, que es la segunda torre más alta de cualquier universidad del mundo (excepto la de Moscú). Yo quería que ella viera ese edificio tan grande en el que dicté una conferencia hace ya más de diez años y que dijera !ohhhh! Pero no. Simplemente dijo no me gusta ese mamarracho de piedra. En las grandes tiendas de la Quinta Avenida se portó como una auténtica millonaria diciendo en español: No me gusta, no me gusta, no me gusta. Lo que sin duda impresionó a los vendedores, que quizás se dijeron: Qué clienta tan exigente. Cuando ella dijo "no me gusta"  con soberana indiferencia ante el abrigo de mink negro de 24 000 dólares, largo hasta el suelo, la vendedora casi se va de espaldas. Luego yo regresé a hablar en privado con la vendedora y ella me contó la trágica historia de los animalitos llamados minkes, a los que cuidan muy bien y les dan una muerte amable y piadosa. La vendedora no pudo evitar la curiosidad y preguntó si yo era algo como un millonario petrolero o...u... otra cosa grande con mucho dinero en efectivo. Le confesé que en realidad era un escritorcillo inmodesto y más bien pobretón. Inmediatamente ella se animó y dijo que era gran lectora y me preguntó si conocía a García Márquez. Ohhh, sí, le dije, desayunamos todos los sábados juntos... Y así estuvo la plática, hasta que se acercó mi dueña y tuve que alejarme a la que parecía ser tan buena contadora de historias.

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MEMORIAS INDISCRETAS 60. Anoche me masturbé. A mis sesenta y ocho años con con sesenta y cuatro días tomo la decisión de hablar de este tema que de alguna manera me averguenza. No me averguenza por los escasos resabios católicos que me quedan de una débil religiosidad jamás practicada en serio, sino porque sé que tras cada criatura que veo en la pantalla de mi computadora hay o debe de haber una historia sórdida, en la cual, de alguna manera yo participo como culpable. No me disculpa ni me consuela saber que el querido José Donoso, que me pidió que me acostara con él, a su lado, en el Hotel Intercontinental en Cali, lo hiciera para llenar los huecos que le dejaba su gélida esposa,  ni que Tolstoi con todo lo gran padrecito de Rusia que era, lo hacía con frecuencia cada vez que lo acosaban las urgencias del cuerpo y que no había una doncellita disponible al alcance de su profética verga. Tolstoi llevaba un diario personal secreto del cual no se separaba ni para dormir. Lo ocultaba cosido en su chaqueta. No me consuela la horda de masturbadores del mundo y su mar de simiente que manchó y manchará las sábanas de todas las latitudes. Me masturbo como quien tiene que aplastar la cabeza del diablo que aparece cada dos semanas por las noches, generalmente después de una sesión de febril natación. Mi idea del entrenamiento es la siguiente: todos los días, es decir, todas las noches, acostumbro nadar, con mi esposa, aclaro, con la intención de batir ferozmente mis propias marcas: 38 segundos en 50 metros libres; un minuto 26 en 100 metros libres, etc. Y me masturbo, amigos, porque mi esposa ya no quiere acompañarme en busca del natural alivio. Y no quiere acompañarme en busca del natural placer no porque yo sea un mal amante, que en realidad lo soy, y hasta apresurado en general, como todos los narcisistas, sino porque desde que le sucedió lo que le sucedió con el famoso criminal que la persiguió por años hasta alcanzarla en plena sala de nuestra casa, ay, la escena más atroz que haya presenciado mis ojos: mi mujer, desfallecida boca abajo en medio de un charco de sangre. Y yo, tengo que decirlo, tengo que explicarlo, fui culpable. Tengo que explicarlo. No para justificarme. No hay justificación alguna que valga. El criminal comenzó a perseguirla, a venadearla, desde que tuve la malhadada debilidad de ceder a las incitaciones de una adolescente: joven pero apestosa y llena de problemas, el peor de todos, conjeturo, un amante narco. Esta es apenas una hipótesis: la otra es que la mente criminal fue Irgla, protagonista de mi novela Mujeres amadas.
           
Escribe san Agustín en sus Confesiones: Asáltanme las tentaciones sexuales cuando estoy despierto, sin fuerza alguna, es verdad, pero en sueños llegan no sólo hasta el deleite sino incluso hasta el consentimiento y a algo que se parece mucho al acto mismo. Y tanta fuerza tiene en mi alma sobre mi carne la ilusión de la imagen, que esas visione irreales obtienen de mí durante el sueño lo que la visión de las realidades no puede obtener cuando estoy despierto.
            De modo que durante la vigilia san Agustín podía resistir a las tentaciones sexuales pero de noche no podía evitarlas y encontraba, sin duda, testimonios irrefutables de su inocente pecado.
            Escudarme en el santo por mis debilidades lúbricas es sin duda una cobardía puesto que no sólo en sueño acepto las incitaciones sino que las provoco con ayuda del internet.
            Esta mujer, Irgla, cuyo nombre real cualquier persona puede investigar en alguna biografía mía que anda circulando en internet, se convirtió en una entidad infernal que me ha perseguido a lo largo de los años desde que nos despedimos en Saltillo (ella seguía a mi proletario VW comprado con el premio de cuento que me dio la Universidad Juárez del estado de Durango) en su deslumbrante Mercedes Benz en un acto cinematográfico digno de Casablanca). Me siguió hasta Saltillo y antes de entrar a la ciudad hizo sonar su cláxon para que me detuviera. Lo hice, bajé del auto, ella descendió mayestática del suyo, nos dimos un abrazo y adiós. Un cielo de película sirvió para ambientar la escena.
            Precisamente anoche en sueños me visitó: se estaba casando por segunda vez y se mostró sorprtendida por mi presencia en su boda. Sus ojos, su deslumbrantes ojos de María Félix y Greta Garbo se congelaron en el instante de verme. Yo exhibí a Lety frente a los ojos de Irgla. En ese instante la Lety de la realidad (con 53 maravillosos añs encima) me despertó con la taza de café caliente con la que me despierta para que la lleve a su trabajo, exactamente a las 7 30 de la mañana. Pero hoy mi querida Chuleta agregó una burlesca caricia: acarició mi vientre de Buda, abultado a  pesar de las rutinas severas de la natación.
            Como un payaso de sorpresa Irgla surge en mi vida (en nuestra vida) cada dos o tres años. Nos enteramos de sus hazañas viles: que enamoró y destrozó el alma al padre del doctor X (hay que hablar de este personaje tan importante en la vida de Lety: es un millonario que ha estado toda su vida enamorado de mi esposa); que fue escalando poco a poco en los vericuetos del poder hasta convertirse en la amante del ministro de educación de México; que se casó en primeras nupcias con un pianista al que ponía los cuernos con los entrenadores guapos de aerobics; que mandó atropellar a Lety en el Boulevard de Veracruz; que luego contrató a un asesino maniático para que la acosara durante años con anónimos atroces. Cuando el nombre de Irgla aparece en alguna conversación casual, resulta que todo el mundo la conoce y todo el mundo tiene algo sórdido que contrar sobre ella.

He huído de mi casa muchas veces. Recuerdo que en una ocasión en que ella estaba moribunda, mientras maldormía pesadamente en la sala en la que se instaló tras conocer de mi propia voz la confesión de mi primera y única infidelidad con la gordita apestosa del taller de escritores de la Universidad Nacional de Bogotá, salí en puntas de pies con enormes bolsas de plástico negro en las que llevaba mi ropa básica, mis documentos, los diskettes con mis obras en proceso, mi computadora (en ese entonces tenía solo una portátil; hoy tengo cuatro dos Mac, una Hp y una Toshiba), monté en mi coche y me fui a instalar dónde, no recuerdo: si fue en un apartamento breve muy cerca del parque de Los Berros o en un hermoso cuarto con vista a un jardín muy culto (allí no dormí ni siquiera un día: pagué cuatro meses de renta en vano) o un cuarto en la azotea, al lado de los tendederos  de ropa desde cuyas ventanas, cuando no había ropa tendida podìa ver un robusto macizo de bambús, lo cierto  es que escapé de mi casa, de nuestra casa, varias veces y varias veces regresé, en la última ocasión cuando volví a escuchar la voz del asesino que regresaba a sembrar el terror: ¿como dejar a mi esposa al arbitrio de ese destripador?, de modo que regresé a casa y desde entonces, hace quizás diez años, estoy fElizmente instalado con ella, quien ha moderado sus agresiones, sus acosos a mi sensible persona, ay recuerdo la noche en que pasó doce horas seguidas reprochándoma la historia universal de mi infamia.

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