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Segunda travesía a Isla Sacrificios

agosto 27, 2019

De nuevo, como en el 2016, en el que hice mi primera travesía a nado de Playa Bamba, Veracruz, a Isla Sacrificios, ida y vuelta (cinco kilómetros en mar abierto), me tardé en entrar al agua. Pero en esta ocasión fue porque me entretuve sacando fotos con mi iPhone, el que compré el año pasado con los derechos de autor de El pollo que no quiso se gallo. El caso es que entré de los últimos al mar (en suma eran más o menos 200 nadadores), que estaba picado, de modo que superar las rompientes de las olas fue difícil. Pero no fue difícil sólo a la salida, sino en todo el trayecto, pues el mar estaba bastante agitado. La ida fue casi interminable, nadando al  lado de dos chicas de buen nivel, alumnas de Maricarmen, chicas de 18 o 20 años, competidoras.  

Llegué a la boya final y me enteré que el asunto no iba a ser fácil en la segunda parte del trayecto, es decir, el regreso. El caso es que no hubo descanso en la isla sino que debí (debimos) regresar sin tocar tierra. Nada de descanso, tú puedes, me gritaba Oscar Racso, mi entrenador. Pero curiosamente el regreso fue más tranquilo, quizás porque las corrientes marinas eran favorables. Llegué a una hora 45 de la salida, recogí la medalla, nos tomamos unas fotos (ver abajo) y regresé al hotel (el Bello, en el que generalmente me hospedo con la Family cuando venimos a Veracruz). 
Por la tarde: pereza, sueño, almorzar con mesura (el buffet variado y delicioso del hotel Rivoli era una invitación al exceso); luego una película, cena leve y a dormir. 
Me ardían los ojos pues tuve que nadar sin googgles debido a que se nublaban constantemente. Siento que a mis 70 años y medio nadar estos cinco kilómetros en el mar es algo memorable. Y por eso lo anoto aquí.
Con los compañeros tras nadar 5 kilómetros de ida y vuelta a Isla Sacrificios






Ya en el hotel, verificando los estragos de la travesía


Medalla que acredita: misión cumplida

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