LA HERMOSA VIDA 1, 2 Y 3
junio 27, 20211. COMIENZA LA DANZA
Cuando se baila en pareja, no hay más alternativa que hacer el amor: un cuerpo responde al otro con perfecta armonía, dijo Clitemnestra.
Después de la primera clase formal, Ventura sueña que su Lu'u, su sentimental tallo de jade, es adorado por varias ninfas que hacen fila para observarlo, acariciarlo y darle besos. La señora Blaskowitz lo dejó muy mal acostumbrado. Dónde encontrar en este maldito Chicontepec una falócrata, una falófila, una faloadicta como ella.
Aisha lo acompañó a la segunda clase en la Academia de danza de Clitemnestra. Tras observar con sonrisa de superioridad, terminó inscribiéndose. Ventura se sintió ridículo y torpe. Es el único hombre que asiste. Las chicas lo han aceptado con naturalidad. Ventura se deleita mirándolas, quiere ser cauto. Hay niñas deliciosas como la Ranita de los viejos tiempos del doctor Amóribus.
Aisha, esa dulce tormenta rubia de ojos tan negros que parecen del azul más oscuro, mostró en la tercera sesión la energía sobrehumana que la anima. "Para eso estamos en el mundo, para gozar", repitió constantemente. Durante la clase había abierto con deleite de gimnasta y pericia de puta las piernas y estirando su cuerpo que parecía estar a punto de reventar por todas sus articulaciones.
La maestra Clite —sólida y marcial, su cuerpo es un amasijo de músculos y tendones que hacen pensar en una selva cerrada llena de asechanzas, su voz es una danza de siete velos— pretende llevar sus coreografías a la calle. Ir, por ejemplo, con su corte de bailarinas a la Plaza Lerdo, frente al Palacio Municipal, todas vestidas de negro, sigilosas y beatas. Súbitamente hacer sonar una pandereta que sorprenderá a los transeúntes e inaugurará el ritmo de las nereidas, dríadas, ondinas y náyades (lo más delicado de la fauna social del rancho) avanzando, desnudando sus muslos, con los brazos en alto, rumbo a la catedral, frente a la cual harán un gran plié, antes de comenzar a ascender las escalinatas, donde procederán a elevarse, avanzar, retroceder, en una ceremonia mezcla de respeto, temor y provocación, que concluirá cuando las nenas sigan caminando como si nada hubiera sucedido. "Abriremos un espacio mágico en la neblina xalapeña, destrozaremos el primitivo equilibrio de lo convencional, escandalizaremos a don Raciel, haremos eructar al obispo Grueso y Cordera, cumpliremos con una altísima misión."
Ventura sonríe y calla, finge asombro. Si no conociera las indulgentes extravagancias de Isadora Duncan tal vez habría disfrutado más de las ocurrencias de Clite.
(Aclaremos, Aisha es la adolescente hija de Bárbara, amante titular de Ventura, protagonista de esta novela)
2. LA HERMOSA VIDA
POTRANCA
La hija de Bárbara, amante titular de Ventura, baila como una posesa. Pone en cada movimiento tal fuerza, que siempre está a punto de gritar de dolor apasionado. Se golpea contra la barra, las paredes y los espejos, cae, se levanta y siempre está riéndose. Calma, calma, le dice Clite. Todavía no estás lista para abrir las grandes puertas. Qué sensación sublime, quiero volar, dice.
Manoela, por el contrario, es el donaire de una cierva gordita, el deslizarse de un pez adiposo en el agua con un leve vibrar de las aletas. Aisha es una yegua desbocada, una ola serena bañada por la luz del crepúsculo, un delfín, una melodía de Arcangelo Corelli, una potranca que da sus primeros pasos, imprecisos pero perfectos, torpes y llenos de garbo.
Los ojos de Aisha forman un contraste extrañísimo con su piel muy blanca y su cabellera alada. Su cuerpo es el de un pura sangre.
Al terminar la sesión, le preguntó:
—¿Sabes de una casa honorable donde pueda hospedarme? Ya no soporto a mi madre.
La señora Lujuria cayó del techo como una bestia mucilaginosa. Pero encima de ella cayó El Señor de los Sueños, que sacó a la Señora Lujuria a empujones de la academia.
Ventura miró a Aisha con inocultable deleite: belleza, armonía, serenidad, seguridad en sí misma, osadía, sentido de la aventura. La estudió también recurriendo a la iridología: una mujer con ojos tan prístinos no podía tener vicio alguno. ¿Valía la pena meterse en un lío semejante? No se dio tiempo para analizarse a sí mismo ni vaciló mucho tiempo:
—Si se trata de casas honorables, la mía es la primera del rumbo.
—¿Qué entiendes por honorable?
—Eso sólo lo puedes descubrir en la práctica.
La llevó a su casa. La niña anduvo curioseando. Le dijo a Gervasio II un par de palabras en alemán de principiante. El pececillo pareció comprender. ¿Hay peces alemanes? Claro que sí, respondió Aisha: el lenguaje de los peces es el alemán, ¿no sabías? Inspeccionó la cocina y el baño. Husmeó descaradamente. Ojeó dos o tres libros. Señaló la colección de los de Miller.
—¿Honorable? —preguntó—. Ninguna persona que yo considere honorable tiene más de un libro de Henry Miller en casa, mi mamá los ha leído todos y dice que son una basura machista.
—¿Cuánto? —preguntó con más cálculo que coquetería (o al revés, quién puede saberlo).
—Seiscientos.
—¿No me estrangularás?
—No creo; tal vez el peligro sea otro.
—Por eso no me preocupo —dijo con una sonrisa de enigma. Cuando sus ojos hicieron contacto con los de Ventura, había en ella una nueva certeza. Era la propietaria de su cuerpo y tenía bien delimitados los linderos del terreno que estaba dispuesta a proteger contra los depredadores. El amoroso supo responderle con uno de sus gestos de inocencia. Jamás había tomado de una mujer nada que no le ofreciera por su voluntad, capricho o deleite, de modo que podía estar tranquila.
Puesto cada cual en su sitio, Ventura supo que debía proceder con cautela:
—¿Qué te parece si mañana vienes a comer y hablamos sobre el negocio?
Estuvo de acuerdo. Antes de salir se despidió del pez Gervasio II, que se ocupaba de comer su dosis de tortilla molida.
3. LA HERMOSA VIDA
LOS OJOS QUE ME MIRAN DESDE TU PECHO
Yo tengo confianza en Dios. El problema es que no tengo confianza en mí mismo. Poner la última frase en una novela. ¡Qué trabajo tan infame, tan glorioso! Ventura piensa que algún día podrá escribir el relato de una noche de amor y que tal vez llegue a ser la historia más bella que se pueda escribir. En realidad, se dice, la historia ya está escrita: basta pensarla para que comience a escribirse. Pero ese trabajo vendrá después de otro, una novela cuya consigna será: un corazón vivo en la mano del lector. Sólo falta que le llegue la señal, liberarse del acoso de la Señora Lujuria.
Escribió: "Hoy me siento el rey del universo. Todo tiene una luz inusitada. La música entra en mi cuerpo y lo pone a bailar. He ido de un lado a otro ferozmente febril y armonioso. Comí con ritmo, me lavé los dientes, me desvestí, estuve leyendo, todo lo hice siguiendo una cadencia, con una alegría tranquila que se agota en sí misma y no necesita otra cosa. ¡Qué hermoso sería vivir así, sin razón, sólo con música en el cuerpo!"
¿Qué te pasa, Ventura? Habría que resolver todos los enigmas de la creación, entrar en cada palabra, para saberlo. Hay en mi humanidad un delicioso dolor; una conciencia de vida habita cada uno de mis músculos. Tal vez la respuesta sea sencilla y vulgar hasta el asco. Ventura siente un frío agradable en la frente, una energía, que partiendo de su cerebro, se extiende a todo el cuerpo y le comunica entusiasmo, dicha inexplicable, ganas de vivir a fondo. Si tuviera que escoger un héroe, un modelo, ahora escogería a Simeón el Estilita.
Escribió: "Esta noche no puedo penetrar más allá de la superficie de las cosas, sería inútil. Es como si después del fenómeno y de la prisa por apurarlo subsistiera la tragedia y el desgarramiento. Pero ni esa metafísica de burdel me interesa. Lo que deseo —y no es ni siquiera deseo, sino una honda, casi instintiva pulsión de mis visceras— es pasar por encima de todo, apagar la luz y escuchar los golpes de la lluvia sobre el techo".
En la clase siguiente Aisha salió desnuda al salón de danza. Las niñas se escandalizaron pero fingieron ignorarla. Ventura la miró sin pudor. Observó sus pezones rosados y dulces como el anito de un recién nacido.
—¿De quién son esos castos ojos que me miran desde tu pecho? —le preguntó.
Aisha no respondió, entregada por completo a la pasión de vivir el instante en que la luz del sol atravesaba los grandes ventanales para iluminar su piel sonrosada y frutal. Algo murmuró luego, poniendo su boca a un centímetro de la nariz de Ventura. Entonces éste pudo percibir un aire de campo abierto, sólo concebible en una criatura tan espléndida.
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