Generalmente las crónicas de viajes que publico son
fieles, pero en lo referente al asunto mujeres en ocasiones me dejo llevar por
la fantasía, particularmente cuando conozco a tipas atractivas, interesantes o
simplemente literarias (el género de las mujeres literarias está constituido
por personas del bello sexo —permítaseme el neomachismo al que me veo obligado
para no incurrir en repeticiones— que están dispuestas a hablar, a cooperar con
el escritor, a fantasear, o incluso a ir más allá de lo socialmente
conveniente). No olvido que en New Platz conocí a una nicaragüense,
extremadamente simpática, con la que tuve una aventura imaginaria, que en el
papel relaté como si fuera real, y que lo hice con tal arte, que mi esposa
después de leer el texto (en el suplemento literario de marras, precisamente)
llegó a enojarse. Alguna lectora sintió insultante el relato, porque según ella
yo estaba vanagloriándome de los cuernos que le ponía a mi mujer. Tampoco
olvido la aventura que llamé "El poder de la distancia" en la que
reproduje la noche que pasé recluido en una habitación de un hotel en Indiana,
Pensylvania, hablando de amor, erotismo y lo que haríamos si nos atreviéramos,
con una bella gringa de Tallahasse. Ni olvido lo que sucedió en Quebec, donde
conocí a una chica a la que llamé Polly, con la que tuve largas conversaciones,
que me sirvieron para escribir varios artículos y luego un relato en el que
exploro el erotismo femenino.
Gracias a la computadora he llegado a una cómplice y
productiva conciliación: de cada tema que me ofrece la vida saco en limpio por
lo menos tres versiones que guardo y/o publico. Una versión es la crónica
periodística, que publico generalmente en el suplemento, para cubrir mi cuota
semanal; la otra es un cuento o relato largo, bien desarrollado y trabajado
durante meses; y la tercera es un cuento lo más sintético posible. Esto me hace
pensar que la computadora me ha convertido en una especie de tablajero, que
agarra un tema (la res) y de él saca todo el provecho posible. Lo mismo me está
sucediendo con las novelas: por lo menos llego a aceptar como definitivas dos
versiones: una larga y otra corta.