ESCENAS DE EROS EN GARCIA MÁRQUEZ
junio 01, 2010Potra que silba
A fines de año "dictaré" la conferencia inaugural del Congreso de Literaturas Hispánicas en IUP, Pensylvania. Estoy releyendo El otoño del patriarca para localizar las escenas de eros y comentarlas. Estas son las primera notas.
El problema fundamental del patriarca de García Márquez se halla en la incapacidad de amar, o por lo menos tener un amor “normal”. La posesión del poder absoluto y eterno mueve su vida como una obsesión. En realidad El otoño del patriarca es un largo, larguísimo monólogo, que incluso supera en extensión al famoso monólogo de Molly Bloom en el Ulises de Joyce; es un tour de force sometido a las azarosas, caprichosas leyes de lo que el mismo Joyce llamó “la voz interior”. El fracaso de su vida erótica y amorosa es el lastre que arrastra por la vida, como arrastra desde su nacimiento un enorme testículo, imagen desagradable y propia de la desmesura de un autor que se ha caracterizado por la desmesura. Veamos las escenas de eros en esta novela. Según el patriarca el amor es algo que le sucede a los hombres cuando están “estreñidos de mujer” y la solución a este estreñimiento es el uso violento, veloz y sin sentimientos de la hembra. En general las criaturas femeninas de García Márquez son más hembras que mujeres. El patriarca le propone solucionar el problema de tal estreñimiento a su mejor amigo y compadre, Patricio Aragonés, de la siguiente forma: …te la pongo a la fuerza en la cama con cuatro hombres de tropa que la sujeten por los pies y las manos mientras tú te despachas con la cuchara grande, qué carajo, te la comes barbeada, hasta las más estrechas se revuelcan de rabia al principio y después te suplican que no me deje así mi general como una triste pomarrosa con la semilla suelta…
Cómo ha llegado el patriarca a esta “concepción” del “amor”. Regresemos a su primera escena erótica, la de su desvirgamiento en el río: …la primera vez que fue hombre con una mujer de soldados a quien sorprendió a medianoche bañándose desnuda en el río y cuya fuerza y tamaño había imaginado por sus resuellos de yegua después de cada zambullida, oía su risa oscura y solitaria en la oscuridad pero estaba paralizado de miedo porque seguía siendo virgen aunque ya era teniente de artillería en la tercera guerra civil, hasta que el miedo de perder la ocasión fue más decisivo que el miedo del asalto, entonces se metió en el agua con todo lo que llevaba encima, las polainas, el morral, la correa de municiones, el machete, la escopeta de fisto, ofuscado por tantos estorbos de guerra y tantos terrores secretos que la mujer creyó al principio que era alguien que se había metido a caballo en el agua, pero enseguida se dio cuenta de que no era más que un pobre hombre asustado y lo acogió en el remanso de su miseriordia, lo llevó de la mano en la oscuridad del remanso… Varios elementos hay que destacar en esta escena: el miedo del hombre, el carácter animal de la mujer, la sorpresa inicial de ella y, finalmente, “la misericordia” de la mujer, que es quien finalmente permite culminar el asunto en curso. El carácter orgánico, animal del acto sexual es resaltado por la forma de describirlo: lo llama “comer por el bajo vientre”. Las mujeres en general entregan al patriarca “sus cuerpos de vacas muertas” y una de ellas le reprocha así su abuso de las mujeres: “Sólo a usted se le ocurre creer que esa vaina es el amor, mi general”.
El sustantivo que usa con más frecuencia para designar la forma en que el hombre se apropia de la mujer es “zarpazo”. Veamos cómo se apropia una de las niñas impúberes de la escuela cercana a su casa. Dice la niña: Él acechaba por las claraboyas del establo a las niñas de uniforme azul de cuello marinero y una sola trenza en la espalda pensando madre mía Bendición Alvarado cómo son de bellas las mujeres a mi edad, nos llamaba, veíamos sus ojos trémulos, la mano con el guante de dedos rotos que trataba de cautivarnos con el cascabel de caramelo del embajador Forbes, todas corrían asustadas, todas menos yo, me quedé sola en la calle de la escuela cuando supe que nadie me estaba viendo y traté de alcanzar el caramelo y entonces él me agarró por las muñecas con un tierno zarpazo de tigre y me levantó sin dolor en el aire y me pasó por la claraboya con tanto cuidado que no me descompuso el vestido y me acostó en el heno perfumado de orines rancios tratando de decirme algo que no le salía de la boca árida porque estaba más asustado que yo, temblaba, todas corrían asustadas, todas menos yo. A esta niña y a otras niñas, que andando el tiempo se descubre son prostitutas, el patriarca las somete a sus rituales seniles: utiliza sus sangres menstruales para ensopar el pan y los espárragos que come, las contempla largamente, las acaricia con la lengua por horas, les cuenta sus cuitas… Y sin embargo las olvida casi inmediatamente. Tal comportamiento se repetirá en Memoria de mis putas tristes..
El falo del patriarca es llamado en todas las ocasiones “potra”, y es una especie de animal independiente de la voluntad del patriarca, es un órgano descomunal que no el da sosiego, que silba como un pájaro y que permanece en una erección interminable. El patriarca es descrito como “un bisonte de lidia”. El patriarca se enamora, o más que ello se obsesiona por Manuela Sánchez, “la reina de los pobres”, una reina de belleza a la que endiosa como don Quijote endiosó a Dulcinea, pues un habitante del vecindario de ella que la ve con ojos aparentemente lúcidos la describe como “una tetona nalgoncita que se cree la mamá del gorila”. Veamos la mitificación que hace el patriarca sobre la humanidad triste de la reina de los pobres: La vio aparecer en la puerta interior como la imagen de un sueño reflejada en el espejo de otro sueño con un traje de etamina de a cuartillo la yarda, el cabello amarrado de prisa con una peineta, los zapatos rotos, pero era la mujer más hermosa y altiva de la tierra. Se da en el patriarca el típico esquema del amor machista: hay mujeres para el amor y hembras para la cama. Las primeras son intocables y las segundas son una especie de muebles de placer que hacen agradable la vida de los machos. De hecho cuando el pueblo quiere alabar al patriarca, lo llama “macho”. Los amores del patriarca son “amores de gallo”, amores de pisa y corre, irresponsables, egoístas, narcisistas, veloces, sin más encanto que el vahído del orgasmo correspondiente y el suspiro de desilusión de la hembra en turno. La reina de los pobres, tras ser asediada por el patriarca durante años, tras recibir los obsequios más inverosímiles, desaparece intacta, como desaparecerá Remedios La Bella en Cien años de soledad.
Precisamente de la mujer de la que se dice enamorado es de aquella que le negó más obstinadamente sus favores, Leticia Nazareno, ex monja a la que manda secuestrar y medio narcotizada la observa sin tocarla durante meses: volvió a acostarse junto a ella mientras dormía y así la disfrutó sin tocarla durante el primer año de cautiverio hasta que ella se acostumbró a despertar a su lado sin entender hacia dónde corrían los cauces ocultos de aquel anciano indescifrable (…) Y eso sucedió hasta el instante en que (el patriarca) se acostó sobre ella mientras dormía como se había metido en el agua con todo lo que llevaba puesto, el uniforme sin insignia, las correas del sable, el mazo de llaves, las polainas, las botas de montar con la espuela de oro Y entonces se lleva a cabo un asalto de pesadilla que la despertó aterrorizada tratando de quitarse de encima aquel caballo…que te quites las botas que me ensucias las sábanas de bramante y él se las quitó como pudo, que te quites las polainas y los pantalones, y el braguero, que te quites todo mi vida que no te siento. Tal y como lo había anunciado en el párrafo anterior, la mujer opone una resistencia furiosa y termina por ceder a la pasión del momento, entregándose al punto de decirle: … Leticia Nazareno entretiene al patriarca “con su tufo de perra montuna”. Una escena semejante se repite en Memoria de mis putas tristes¸ donde un anciano pasa las noches gozando de una prostituta adolescente a la que no llega a tocar. Las prostitutas son calificadas como “pájaras de la noche” y se dedican al “amor mercenario”. Las escenas del más puro erotismo son precisamente aquellas que no involucran posesión del objeto de deseo. Veamos ésta, en la que se manifiesta una sutileza ajena a las violaciones mediante zarpazos y violencia. Está incluida en El amor en los tiempos del cólera y corresponde al instante en que el doctor Urbina logra un vislumbre del cuerpo semidesnudo de Fermina Daza: No era fácil saber quién estaba más cohibido, si el médico con su tacto púdico o la enferma con su recato de virgen dentro del camisón de seda, pero ninguno miró al otro alos ojos, sino que él preguntaba con voz impersonal y ella respondía con voz trémula (…) Al final el doctor Juvenal Urbina le pidió a la enferma que se sentara, y le abrió la camisa de dormir hasta la cintura con un cuidado exquisito: el pecho intacto y altivo, de pezones infantiles, resplandeció un instante como un fogonazo en las sombras de la alcoba, antes de que ella se apresurara a ocultarlo con los brazos cruzados. Imperturbable, el médico le apartó los brazos sin mirarla, y le hizo una auscultación directa con la oreja contra la piel, primero el pecho y luego la espalda.
2 comentarios
MT: es muy sugerente lo que planteas. ¡Ya me encantaría poder escuchar tu conferencia! A mi me parece que el erotismo que se percibe en algunas obras de GM es un poco bestial; un "aquí te pillo, aquí te mato". Y que es justo cuando utiliza la sutileza, el esbozo, la calidez que éste alcanza su mayor grado de elaboración. La referencia que has tomado del Amor... así lo ratifica.
ResponderEliminarEn fin, un tema hermoso y de profundas connotaciones al que seguramente sacarás mucho provecho.
Un abrazo afectuoso,
Martha
En efecto: el erostismo en las novelas de GGM es en general machista, de zarpazo, pero tiene sus escenas...delicadas. Ahora estoy leyendo El amor en los tiempos del cólera...Escribire algo sobre el tema..
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