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Una mujer y sus hombres: la novela de Ethel Krauze

mayo 11, 2013



ETHEL KRAUZE
“TODOS LOS HOMBRES”

Por: Cherild Skyneth González Salazar

En la Poética de Dostoievski, afirma Bajtín que el novelista concibe al ser humano como un elemento subjetivo cuya identidad se forma en la búsqueda siempre abierta de los otros.  El yo en función de los otros. La necesidad humana de saber que existimos y de qué manera existimos. ¿Pero qué sucede cuándo la otredad altera la concepción del sujeto y nos hace dependientes de un tercero? ¿Qué pasa cuando empezamos a definir la felicidad como intervalos de tiempo, como paréntesis? ¿Cómo estar seguros de que lo que decimos estar buscando es lo que en verdad buscamos?
En esta obra, Aurora nos narra la historia de su vida y las peripecias que la han llevado a una búsqueda constante: la búsqueda de la plenitud y la satisfacción de sus pasiones, en cada hombre, en cada instinto, en cada paso que da en falso. Donde el anhelo de sentires se manifiesta de modos diversos en todas las etapas y encrucijadas de la vida.
Una narración donde se muestran al desnudo las limitaciones emocionales y la vida en torno a los hombres, lo que conlleva esa dependencia que se presenta tanto dulce como fría, sola y voraz. Donde los problemas de la condición humana; el tocar fondo, el extravío del sentido y el encuentro con la vida fútil, se muestran necesarios para la reformulación del sujeto y de su propia identidad.
Con el estilo sublime que la caracteriza, la autora consigue captar emociones y  momentos intensos, significativos y cruciales que nos remiten en paralelo con la realidad inmediata.
Una crítica implícita a la concepción de lo que nos han enseñado como bienestar y prosperidad en la vida. Una obra donde el arquetipo de la mujer plena se manifiesta en todas sus facetas y en la cual el lector ideal es todo aquel que quiera encararse con la realidad propia.
A lo largo de la historia, Aurora nos habla de una sirena que puebla su cabeza y se pasea en sus memorias y ensoñaciones. Esa que es compañera y guía, la que resguarda su dicha y su felicidad, la que le pone sus delirios en bandeja de plata y se los ofrece como plato fuerte y no como entremés. La que conforma su identidad y su yo libre; el ejemplo de la mujer como la pasión desmesurada.
La sirena, encarnación de los misterios y asechanzas del mundo marino, es también la encarnación de nuestros frenesíes y el asecho de nuestros anhelos, la que nos impulsa, nos da la mano y nos incita a ser. Nos quita la máscara y nos deja ver esas ansias desnudas de comerse al mundo en todas las etapas de la vida. Atrapándonos en las redes de su sensualidad y empujándonos a saciar esos deseos innatos que culminan con una pieza bien escuchada, con una sonrisa o entre las sábanas.
La Dra. Krauze, que maneja una obra muy completa integrada por novelas, ensayos, cuentos, poesía y de más, nos brinda una prosa que constantemente se elevan hacia lo lírico en los momentos más intensos de la vida de la protagonista y, por supuesto, en el prólogo que encabeza.
Una de las cosas que más me agradaron fue la conjugación de discursos dentro de la obra. Ya que al final de cada apartado se presenta un género muy propio de la autora: la poesía. Unos cuantos versos que cristalizan el sentido del capítulo tratado y que encaran a Aurora incitándola a caer hacia el seductor canto de la sirena. Un verso que deleita cada parte de la obra y que le brinda solidez, precisión y expresividad. Pues en las palabras de Virginia Wolf, “el novelista que quiera representar la realidad humana ha de asumir alguna de las funciones de la poesía”.
Entre líneas, podemos advertir un mundo donde las decisiones a cualquier edad se tornan complejas. Donde hay algo que no sacia la sed Aurora y que la hace sentir incompleta. Una realidad en la cual duda de su integridad a cada momento y donde sus propias pasiones la hacen llorar.
Al igual que en algunas obras anteriores de la autora, como Intermedio para las mujeres y La hora de la decisión, los problemas respectivos del género se manifiestan a lo largo de la obra, lo que si bien no sólo provoca la identificación de algunas de nosotras como mujeres, también conlleva a todo lector hacia la empatía y hacia la inmersión en el mundo de ellas, esas con las que se comparte la casa, el café o la cama.
La novela, al mostrarnos el desarrollo de las diferentes y cruciales etapas de la vida, hace que la única voz que nos relata, la voz de Aurora, se transforme y se armonice a sí misma en muchas voces, en un concierto de voces que nos permiten apreciar el mundo desde diversas perspectivas. Este contraste de panoramas y discursos, citando a Bajtín, “crea en la misma palabra esenciales posibilidades artísticas, y encuentra en la novela expresión plena y profunda”.
Esa voz de conjunto, la voz profunda, la de la niña Aurora, la joven Aurora y la mujer Aurora nos muestran que el código de la felicidad puede romperse, pegar los pedazos y volver a romper intentando hacer con ellos un perfecto Kandinsky.
Al navegar dentro de sus páginas, éstas me hicieron tener una retrospectiva hacia las primeras memorias de los pocos años que he vivido. Que me volvieron hacia los cuentos que me leía mi padre, hacia mis primeras veces y al hecho de que no me he casado. Que me recordó esas ocasiones donde dejamos de hacernos preguntas “tontas” y creemos que por tener 20, 30, 53 años las respuestas nos caerán encima. Sin embargo, al dejar la egolatría atrás, nos miramos los pies y caemos en la cuenta de que por dentro somos esos infantes queriendo que el mundo nos explique todo.
Bien decía Platón que hay siempre un amante y un amado. Pero ¿qué sucede cuando la función de amante se rompe en los vacíos de la insatisfacción y uno no llega a ser amado por uno mismo?  Lo único que nos queda no es rendirnos ni esperar lo imposible, sino entender dónde estamos parados y reconocer lo que nos hace ser. Discernir cada una de las partes por las que hemos caído al foso y que nos conforman brindando y menguando tanto risas y copas como soledad.
Una paradoja que, tal como en la portada, nos posiciona ante un espejo y nos encara con nosotros mismos. Ese espejo y esa sirena que nos recuerdan la necesidad de mirarnos y reconocernos. Mirarse por cuenta propia, sin referentes, sin comparaciones, sin opiniones ajenas. Mirarse con los ojos, con las manos, mirarse con los dedos gordos, con la nariz. Con las trenzas de niña y con las caderas anchas, mirarse las canas. Mirarse sin el padre, la madre, el amor, el amante, mirarse desnudo. Quitarse la falda y la carne, quedarse en la pureza blanca de los meros huesos. Quedarse y ver. Reconocerse. Ya que éste resulta ser el camino más fiable para el conocimiento de la verdad.
Atender al cuadro por el que la sirena nos guía y nos muestra nuestro verdadero yo, nuestro íntegro yo, donde resalta cada pasión que poseemos. Nuestro yo racional y nuestro yo instintivo. Contemplando esa parte mitad animal que nos hermana con la naturaleza y que nos recuerda que este mundo no es más que un maravilloso bestiario.
De esta manera, con la sirena junto a la oreja y con la vida en mano, Aurora aprenderá que a veces sonreímos, lloramos y sangramos de la misma manera, con la misma intensidad. Que para la madurez del alma es necesaria la consciencia de nuestros deseos y nuestras erratas. Que quizás sí existe una fuerza interna que nos hace no derrumbarnos. Y por último, tendrá que encontrar el parteaguas para cortar los hilos que ella misma le ha dado al titiritero y dirigir las riendas de su propia vida. Dominar por fin esa ciencia de ser como se quiere. De querer bien porque se es libre de alma.
La historia de Aurora nos estimula a posarnos frente a al espejo, a preguntarnos verdaderamente quiénes somos, qué hemos hecho y qué queremos, a responder sin titubeos. A restablecer nuestra integridad y darle la bienvenida a una propia forma de felicidad sin darnos vergüenza. Poder enorgullecernos aceptando nuestra identidad y abrirnos la carne para ver por dentro eso que nos hace bellos.
Crearnos, bien sólido, el yo individual, dirigiéndonos hacia lo que verdaderamente deseamos encontrar y permitiendo la integración total del sujeto con su entorno.
Este texto es el claro ejemplo de que a veces las respuestas no son en extremo negras o blancas, sino meros claroscuros con los que podemos entintar la vida a merced nuestra, y esbozar así nuestro ser entero.
Hoy, los invito a conocer una de las últimas propuestas de Ethel Krauze, y descubrir así que la voz de una mujer sólida, fuerte, capaz, puede ser asimismo la voz de todas las mujeres y de todos los hombres.

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1 comentarios

  1. Invitación - E
    Soy brasileño.
    Pasei acá leendo , y visitando su blog.
    También tengo un, sólo que mucho más simple.
    Estoy invitando a visitarme, y si es posible seguir juntos por ellos y con ellos. Siempre me gustó escribir, exponer y compartir mis ideas con las personas, independientemente de su clase Social, Creed Religiosa, Orientación Sexual, o la Etnicidad.
    A mí, lo que es nuestro interés el intercambio de ideas, y, pensamientos.
    Estoy ahí en mi Simpleton espacio, esperando.
    Y yo ya estoy siguiendo tu blog.
    Fortaleza, la Paz, Amistad y felicidad
    para ti, un abrazo desde Brasil.
    www.josemariacosta.com

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