Eusebio Ruvalcaba habla sobre Poéticas y obsesiones
agosto 17, 2013
Nadie como un escritor está en posibilidad de asomarse a la maquinaria
implacable de la producción artística. Cualquier creador —llámese compositor,
fotógrafo, escultor— está capacitado para llevar a cabo este cometido, pero
sólo el escritor cuenta con el entrenamiento adecuado. Por la única razón de
que su herramienta de trabajo es el lenguaje, específicamente el lenguaje de
las palabras. Lo que le permite nombrar este
misterio para muchos insondable.
Es lo que hace Marco
Tulio Aguilera Garramuño en su libro intitulado Poéticas y obsesiones (Bibiolteca de la Universidad
Veracruzana , 2007).
De entrada, debo
aclarar que el libro se lee bajo una suerte de encantamiento, tal como si lo
que se tuviera en las manos fuera una novela y no un volumen de ensayos —que,
por su temática, alguien, muy a la ligera, podría calificar de denso. Basta con
algunos de los títulos del índice para comprobarlo: “La creación del cuento”,
“La mecánica del cuento erótico”, “El pájaro que cruza por el cielo del
cuento”, “Sexus: las variedades de la
carne”, “Erotismo y sentido de la poesía en Lolita”,
“¿De dónde salen los cuentos?”, “La novela: seda entre las manos”... En efecto,
la malicia de Marco Tulio le permite abordar estos temas y tejer con ellos una
fina y sencilla urdimbre —pero en la misma medida resistente a cualquier embate—
de lo que es la manufactura de un cuento o de una novela. No muchos escritores
se atreverían a esto, precisamente porque cada
escritor tiene su verdad. A mi modo de ver, eso hace doblemente punzante el
libro; en donde dos o más no están de acuerdo es justo donde hay que leer con
mayor acuciosidad.
Ahora que se ha puesto
tan de moda que los escritores se tiren tarascadas a modo de hienas
hambrientas, es motivo de celebración y agradecimiento que venga un escritor
experimentado y ponga sobre la mesa su juego de cartas. ¿Cuándo un escritor hace
esto? Simplemente cuando tiene los pelos de la mula en la mano. Todos sabemos
que no hay verdades absolutas en materia de arte, que, por ejemplo, alguien
puede argüir con verdades indestructibles que un buen cuento habrá de poseer un
nudo, un clímax y un desenlace para que se sostenga de principio a fin, y que
de pronto alguien puede venir y demostrar lo contrario. Vaya, que las cosas no
estén terminadas es motivo de alegría porque anima aun al más escéptico a
dirimir sus propias verdades. Creo que ahí radica uno de los encantos de este
libro de Marco Tulio Aguilera Garramuño: en que siempre deja una ventana
abierta para que el propio lector experimente y compruebe la eficacia de aquel
axioma. O lo deseche.
Digo que ahí radica
parte de la sustancia de Poéticas y
obsesiones. La otra estriba en la profunda observación que el autor lleva a
cabo de sus clásicos, es decir, de quienes para él son sus clásicos (como en el feliz caso de José Revueltas). Es justo la
otra gran lección que se deriva del libro, y algo que sólo un escritor
verdadero es capaz de dar: que cada quien tiene derecho a tener sus autores —que
habrá de defender a capa y espada, aunque no todo mundo esté de acuerdo—, y que
entre más estrictamente personal esa selección mejor todavía. Ignoro si este
hombre pertenece a alguna ínclita [nótese la palabrita] academia, pero nadie
más alejado de los cartabones en los que se mueven los señores de toga y
birrete.
Cuando un libro de
éstos cae en mis manos, cuando un escritor me abraza a través de su honestidad
clara y sencilla, no me queda más remedio que emborracharme a su salud.
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