Pablo Hernán Di Marco entrevista a Ana María Shua
septiembre 13, 2013
Un café en Buenos Aires
Hoy: Ana María Shua
—Me alegra
saber que en febrero de 2014 vas a
viajar a Colombia, Ana. Contame qué ciudad vas a visitar y qué expectativas te
despierta el viaje.
Voy a participar en El Carnaval de las Artes. Está
organizado por la Fundación La Cueva y dirigido por su mentor, Heriberto
Fiorillo. La Cueva es el histórico lugar donde se reunía García Márquez con sus
amigos barranquilleros. En esta ocasión
voy tener actividades en relación con mi literatura para adultos y también con
mi literatura para niños. ¡Es que soy un
caso de doble personalidad! Estoy muy entusiasmada, por supuesto. Estuve varias
veces en Bogotá pero nunca en Barranquilla. Y me han hablado maravillas de ese
festival.
—Dejando a
García Márquez de lado, ¿cuáles son tus vínculos con Colombia y con la
literatura colombiana?
Por una parte, tengo un vínculo muy
particular como autora de microrrelatos. Hace unos años fui invitada a Bogotá
dar la conferencia inaugural en el Congreso Nacional de Minificciones de
Colombia. El profesor Henry González, de
la Universidad Pedagógica, es un buen amigo y uno de los mejores críticos
latinoamericanos que trabajan el género. Allí conocí a los grandes escritores
de micros en Colombia, como Guillermo Bustamante Zamudio y Harold Kremer, que publicaron en su momento la revista
Ekuóreo. Y tuve el gusto de premiar en un concurso a Evelio Rosero, a quien
admiro también como novelista. Ojalá
pudiera nombrar a todos los colombianos que de una manera u otra trabajan en la
difusión del género brevísimo. Y por
otra parte, mi vínculo con la literatura colombiana es el de una lectora
ecléctica y arbitraria, como solemos ser los escritores. Admiro profundamente a
Alvaro Mutis, he leído con pasión a Fernando Vallejo, Laura Restrepo, Jorge Franco, William Ospina,
Germán Espinosa, Marco Tulio Aguilera y seguramente a muchos otros...En fin,
siempre es ingrato hacer listas.
—Acabo de
bajar de mi biblioteca tu novela Soy
paciente: una elegante y sobria edición de Losada impresa en España en
1996. La escribiste en 1980, y tengo entendido que es tu primera novela. ¿Qué
ganaste y qué perdiste cómo escritora de aquellos años a hoy?
Estaba a punto
de discutirte el dato, pero me fui a fijar y descubrí que, en efecto, ese libro
se imprimió en España, aunque la edición es Argentina. Querido Pablo, lo que se
gana en experiencia se pierde en espontaneidad. En la vida y en la literatura.
Ni siquiera puedo decirte que gané oficio, porque esa primera novela ya lo
tenía, de otro modo nunca hubiera ganado el concurso de Losada. Con los años y los libros, un escritor siente
cada vez con más fuerza que lo que tenía que hacer en este mundo ya lo hizo. Uno trata desesperadamente de no imitarse a
sí mismo, de hacer cada vez algo distinto, cada vez un libro diferente a sus
libros anteriores...Pero nuestro mundo personal es mucho más chico de lo que
nos imaginamos al comenzar. Cuando era más joven me indignaba contra los
escritores que seguían publicando cuando ya no tenían nada nuevo que decir. Hoy
soy mucho más generosa, por supuesto. Somos escritores, ¿qué otra cosa vamos a
hacer? Sigo escribiendo, y sigo luchando por la orginalidad, lo único que justifica
el trabajo artístico. Pero sin tantas
ilusiones.
—Ya que sos
una referente latinoamericana en lo que respecta a la escritura de
microrrelatos (si no me equivoco vos preferís llamarlos minificciones) te voy a
pedir un gran favor: ¿te animás a regalarme una de tus minificciones
preferidas?
Ja ja! Lo de
referente vaya y pasa, pero lo de latinoamericana no te lo perdono...En España
también tengo un buen lugar. Y no, el
nombre me da igual. Extraño aquellos
tiempos en que empecé a escribir el género (mi primer libro, "La
sueñera", es de 1984, y ya hacía muchos años que lo venía trabajando).
Entonces se lo llamaba, simplemente, "cuentos brevísimos". Tanto microrrelatos como minificciones me
suenan un poco como nombres en latín, que hay que explicarle a la gente como si
fueran algo nuevo y raro y no un género con muchísimas tradición en América
Latina y muy en especial en mi país. Aquí va un texto de mi último libro,
Fenómenos de circo (espero que no te resulte demasiado largo).
Gétulos y
paquidermos I
Se cuenta
que los númidas del norte, los gétulos de las mesetas y los garamantas del
desierto poblaban la región del Sahara. Se cuenta que los gétulos, hábiles con
la jabalina, formaron parte del ejército
romano como tropas auxiliares pero los garamantas no. Se cuenta que los gétulos
cuidaban de los elefantes en el viaje por mar que los llevaría finalmente hasta
Roma y su circo, donde se veían obligados a matarlos para deleite y diversión
de casi todo el populacho y de algunos poetas, como Estacio y Marcial. Se
cuenta que la travesía era larga y difícil: gétulos y paquidermos, poco
habituados a viajar en barco, se mareaban. Se cuenta la patética historia de un
gétulo enamorado de su elefanta que prefirió clavar la jabalina en su propio
corazón antes de que asesinar a su amada, cuya vida fue perdonada por la
conmovida plebe. Se cuenta el nacimiento, casi dos años después, de un elefante
un poco tonto, que sin embargo aprendió en pocos meses a manejar la jabalina
con la trompa. Se cuentan en Roma, como en cualquier otro lado, muchas
historias disparatadas cuya comprobación es difícil o imposible.
—¿Hay algún
contacto entre las minificciones y los haikus japoneses?
Claro, son los
géneros brevísimos. Las minificciones son a la narrativa lo que los haikus son
a la poesía. Alguna vez escribí haikus, con mucho placer. Son generos en los que la música, el ritmo de
las palabras, es tan importante como el significado. Como son tan breves, cada
palabra tiene un peso enorme, no admiten el más ínfimo error. Aquí va uno de mis haikus:
Huele a verde
¿herrumbre, primavera,
o mutuo olvido?
—Vamos con las
dos últimas y clásicas preguntas de Un
café en Buenos Aires: alguna vez
Vargas Llosa dijo que el día más triste de su vida fue cuando Jean Valjean
murió en Los miserables. ¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?
El señor
Morrel es un comerciante honrado y generoso, padre de una hermosa familia. Su barco, el Faraón, en el que depositaba sus
últimas esperanzas, se ha ido a pique. Los acreedores golpean a la puerta. Sólo
su suicidio salvará a su familia de la ignominia. Levanta el arma y la apoya sobre la sien. Entonces una de sus hijas entra violentamente
en la habitación con una noticia inverosímil, inesperada, loca: ¡el Faraón está
entrando en el puerto con todas sus velas desplegadas! Es una escena del Conde
de Montecristo. Vuelvo a llorar (de
felicidad) cada vez que la leo.
—Te regalo la posibilidad de invitar a tomar
un café a cualquier artista de la época que prefieras. Contame quién sería, a
qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.
No, no, yo soy muy tímida, no sé si me gustaría encontrarme con una de
esas personas desconocidas, que quizás no hable español y vaya a saber qué
costumbres tiene. Nadie dice que le va a gustar el café y sin duda se sentiría
incómodo en la ciudad. Después tendría que cargar con él (o ella), quizás
llevarlo a mi casa, darle de comer, prestarle ropa, explicarle la situación. Mi
familia está un poco cansada de mis relaciones literarias. El artista en
cuestión estaría de mal humor, sobre todo si tuve que interrumpir su eterno
descanso y probablemente olería muy mal. Para conocer a los artistas, no hay
nada tan perfecto como disfrutar de lo que nos han regalado. No tengo nada que preguntarle a nadie: si la
respuesta no está en la obra, el artista de todos modos no la sabe.
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