Diálogo con William Ospina (Segunda parte)
octubre 14, 2013 Continuación de Conversación con William Ospina
La primera parte la pueden leer en el siguiente link...
http://mistercolombias.blogspot.mx/2013/10/viaje-veracruz-y-dialogo-con-william.html?utm_source=BP_recent
-No me desagradó
la entrevista ficticia a García Márquez. Me pareció divertida. Las entrevistas
ficticias ya son un género literario aparte –dijo William.
Recuerdo que fue
William quien me dijo que mi cuento del
Amazonas había sido finalista en el Concurso de Radio Francia Internacional en
el que él fue miembro del jurado.
Me une con Ospina
la obsesión por el Amazonas, escenario de mi novela Agua clara en el Alto Amazonas,
y espacio en el que se desarrollan las tres novelas de William ya conocidas, Ursúa, El país de la canela y La
serpiente sin ojos.
También me unía
y me une a William la admiración a Adolfo Montaño-Vivas, el frenáptero caleño,
lo más parecido que pueda haber al gran hombre renacentista, sabio y artista
universal.
-A propósito –le
dije- ¿comiste hongos alucinógenos con Adolfo?
-No, le tengo
miedo a mi subconsciente. Temo salirme de mis límites. Recorrí con Adolfo el
Valle de los Hongos pero no me atreví a comer hongos.
-Sobre Adolfo,
siguiéndolo con libreta en mano, y a apuntando sus palabras, fue que escribí Los placeres perdidos. ¿Lo leíste?
-Sí.
-¿Leíste El ruido de las cosas al caer, Premio Alfaguara?
-No pude
terminar de leerlo.
-A mí me pasó lo
mismo – le dije-. Me pareció superficial, flojo, saqueador de la actualidad
colombiana, con una prosa débil, sin poesía, inverosímil.
-Lo mejor de
Juan Gabriel Vázquez es su primera novela.
-¿De qué vives?
¿Tienes algún trabajo aparte de escribir?
-No, yo vivo de
lo que escribo, de mis conferencias, vivo modestamente en un apartamento.
-Me gustaría –le
dije- que leyeras Carita sonriente,
una novela que escribí hace años y sobre la que tengo algunas reservas.
Le conté más o
menos el argumento, le pinté el personaje. Trata de la relación de un mujeriego
con una mujer muy extraña, sonámbula, que guarda muchos misterios.
-No soy buen lector,
me cuesta trabajo comentar los libros que me dan a leer –se disculpó.
Y yo me
pregunté: entonces por qué García Márquez confió en él. Por qué le entregó Vivir para contarla y atendió sus consejos.
-Pero tengo un
amigo que es el mejor lector del mundo, a él le doy todo lo que escribo.
Le pedí que le
diera el manuscrito de mi novela.
-Siempre que te
he visto veo que usas una chamarra negra. ¿Es una especie de uniforme o una
obsesión? ¿Por qué?
-Es lo que uso
en mis viajes. Se ensucia menos. Me gusta viajar con pocas cosas. Las
esenciales.
Recuerdo que
durante la lectura en el Hay Festival en un salón en el que hacía un calor
infernal, no se quitó la misma chamarra. Supongo que la chamarra negra lo hace
sentirse seguro, es como su caparazón de tortuga.
Tocamos el tema
del poeta Harold Alvarado, que escribe
tremendas diatribas contra todo lo que le desagrada en el mundo cultural
colombiano. Pocos se han salvado de su pluma, que sido comparada con la de
Saint-Beuve, el feroz crítico francés que descalificaba a la mayoría de sus
contemporáneos. Harold ha escrito contra William Ospina, contra la ministra de
cultura de Colombia, contra la plana mayor de los que considera lagartos y
oportunistas, contra los Díaz Granados, contra María Mercedes Carranza, contra Pilar
Bonet, contra Darío Jaramillo y Jotamario, en general personajes que tienen
gran presencia mediática en Colombia. Hasta ahora, que yo sepa, no ha escrito contra
Vallejo, García Márquez o MT. Una de las mejores reseñas que se hizo sobre El amor y la muerte la hizo Harold.
Dijo William:
-Harold es un
buen poeta, un magnífico ensayista, gran persona, pero en los últimos tiempos
se le ha dado por descalificar a todos.
-Me parece que
el problema de Harold es que siente que se le está yendo la vida y que no han
reconocido su justo valor. Siempre recuerdo sus poemas. Su erudición es
asombrosa. Actualmente tiene una presencia casi abrumadora en las redes
sociales.
-Como tú –dijo
William.
-Como yo
–acepté-. Para mí las redes son una forma de estar en el mundo sin salir de mi
mundo provincial, municipal, casi mezquino, en Xalapa. Gracias a las redes he
podido viajar a España, Costa Rica, tener columnas en revistas de España, ver
reproducidos mis artículos en Colombia, he establecido vínculos con editoriales
francesas, suecas. Las redes me mantienen vivo en el mundo. Mi blog Descabezadero es leído en casi todo el
mundo.
Recuerdo que la
anécdota más sonada de Harold fue que Borges mismo firmó el prólogo a uno de
sus libros. Cuando se le preguntó a Borges si ese prólogo lo había escrito él,
no lo negó. Dijo algo como “si no escribí ese prólogo, pude haberlo escrito,
reconozco mi estilo”.
El diálogo se
iba llevando a cabo mientras yo conducía mi auto rumbo a Veracruz. Antes de
entrar al puerto le propuse a William que visitáramos la Casa de Hernán Cortés
en La Antigua y después hiciéramos un
viaje en lancha hasta la desembocadura del río en el Atlántico, más
precisamente en Boca del Río. Aceptó.
Cuando llegamos,
tras un viaje en lancha de una hora (300 pesos) al sitio donde se junta el gran
río con el mar me eché un clavado y nadé un rato, apenas el suficiente para
guardarlo en mi memoria y anotarlo en mi currículum de quizás 50 o 100 ríos que
he disfrutado en este país (llegué incluso a nadar en el río más contaminado
del mundo: el Coatzacoalcos: salí cubierto por una capa de grasa que parecía
plástico.Fue difícil quitarme esa especie de armadura bajo la ducha).
Lo cruel del
asunto del clavado en el río es que se me olvidó quitarme los anteojos antes y
naturalmente los perdí, de modo que el resto del viaje tuve que conducir el
auto sin ellos.
Durante la
plática que William dio en el Hay Festival habló sobre los orígenes de sus
libros sobre el Amazonas: Ursúa, El país
de la canela y La serpiente sin ojos, las tres muy legibles; las dos primeras,
novelas extraordinarias, de lo mejor que se ha escrito en Colombia en los
últimos tiempos; la tercera, con menos tensión narrativa, con algunos rellenos.
Rellenos que le hice notar. Me parece que William cedió a la presión: soltó la
novela antes de que estuviera madura.
Hace poco me
escribió un email la señora Ingrid Galster, académica alemana, protestando por
los elogios que hago a las novelas de William, en las que, según ella, falsea
la historia para adornar la ficción. Afirma:
“En la serpiente sin ojos hay una nota al
final donde dice el autor (pág. 316): " [...] todos los hechos que se
cuentan ocurrieron realmente [...]."
Y concluye Galster: “La novela histórica como género puede servir mucho
a la historia, pero no praticando el puro capricho. Si no, escudándonos en la
ficción podríamos llegar a decir que Hitler era filosemita)”. Y yo pienso lo
siguiente: si un novelista lograra convencernos de que Hitler en realidad era
pro semita, tendría que ser un gran novelista. Yo sí pienso que el novelista
puede dar versiones alternativas de la Historia. Caso de La carroza de Bolívar, novela
de Rosero (que he de confesarlo, me pareció paradójicamente tendenciosa y
parcial: como que en lugar de consultar varias fuentes, se basó sólo en una: la
que mostraba a Bolívar como un monstruo genocida. Dio una imagen maniquea del
Libertador.)
Le pregunté, un poco insidioso, si había leído
las crónicas del descubrimiento del Amazonas escritas por fray Gaspar de
Carvajal.
¡Touché!
-Me basé en ellas para escribir Ursúa -dijo.
-Ya lo sabía.
Yo le comenté que para escribir mi novela del
Amazonas leí toda una biblioteca sobre el tema, le dije que había recorrido
parte del Amazonas colombiano y caminado la selva.
Él me dijo que había hecho un viaje hasta
Iquitos.
Me lo imaginé en un barco turístico, con aire
acondicionado. Mi viaje fue en una lancha sencilla en la que podía tocar el
agua con las manos. Y también en el Amazonas me lancé de picada en un afluente
del Amazonas, pero no duré mucho nadando. Era consciente de que las pirañas no
son mito.
William me invitó a almorzar en un bello
restaurante levantado sobre tablones a la orilla del río La Antigua. Cuando
insistió en pagar pensé que 500 pesos mexicanos era demasiado para la bolsa de
un novelista colombiano, pero dejé que pagara. Luego, ya en el malecón de
Veracruz, lo incité a que probara una gloria, un raspado con plátano y un montón de
menjurjes dulces.
-Por fin tienes la gloria en las manos –le
dije, y le tomé una foto.
Sonrió. Lo que me parece que no es habitual en
su actual forma de ser taciturna. Recuerdo que hace quince años, en el
encuentro de escritores colombianos, William era todo un espectáculo: cantaba
las canciones de Edith Piaf, todos los corridos y rancheras imaginables,
recitaba largas parrafadas de los poemas de Baudeleire. Los años han cambiado
su carácter, pero sigue usando su chamarra negra y su coleta de hippie.
Colombia maltrata a sus poetas, pensé. El que sale adelante es una especie de
náufrago heróico.
Al despedirnos le dije:
-De esta larga conversación que tuve contigo
escribiré una crónica, como escribí crónicas de mis encuentros con García
Márquez.
-Me parece bien que hagas esa crónica. Espero
no haber dicho muchas tonterías.
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