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Viaje a Veracruz y diálogo con William Ospina (Primera parte)

octubre 13, 2013



Tuve un diálogo de siete horas con William Ospina, novelista, poeta, ensayista, columnista colombiano, que se ha transformado en una especie de héroe cultural en Colombia, no sólo por haber logrado obras verdaderamente valiosas en los cuatro géneros, ni por haber recibido el Premio­­ Rómulo Gallegos sino por haber sido honrado por García Márquez, quien le confió la primera lectura de  Vivir para contarla.  Habiéndolo encontrado en el Hay festival decidí invitarlo a hacer una pequeña escapatoria de Xalapa a Veracruz, en un viaje que nos llevó siete u ocho horas, durante las cuales no dejamos de hablar.
Hicimos un somero repaso por los amigos, los escritores, la vida en general.
Adolfo Montaño fue el primero que pasó a nuestra palestra.
-Un hombre renacentista, casi un genio, que siendo poeta, pintor, músico, ha tirado a la basura del tiempo sus obras, las ha dejado inconclusas.
Fernado Denis:
-Tiene la desgracia de ser muy bajito, negro, pobre y  vivir en una ciudad racista como Bogotá, es sin duda un vividor, pero siempre ha encontrado quien le pague un cuarto, comida y a cambio va dejando regados poemas extraordinarios. Muchos de ellos los ha recogido William y finalmente ha visto publicado un libro que ha sido muy celebrado.
Sobre García Márquez. Dice William:
-Tuve el privilegio de ser el primer lector de Vivir para contarla.  Le entregué 35 páginas de observaciones y entre ellas le hice notar un error histórico. Decía que un presidente había sido asesinado de un balazo, cuando en realidad fue masacrado a hachazos.
Me sorprendió que William dijera que tiene una hija. Con mi habitual taco le dije:
-Me habían dicho que eras homosexual.
Esbozó una media sonrisa.
-¿Los homosexuales no pueden tener hijos? Estuve casado. Un hermano de mi mujer desapareció en el Putumayo. Ella fue a buscarlo y también desapareció.
Lo dice con tranquilidad, sin expresar dolor alguno.
Le dije que la última vez que hablé con Gabo, no se acordó de mí.
-Parece que ya no reconoce a casi nadie pero que vive feliz. Me parece que está teniendo una feliz vejez.
Gardeazábal:
-Escribió una gran novela y ya se olvidó de la literatura. Ya no le interesa. Con su programa radial La luciérnaga está satisfecho. Lo escucha toda Colombia. Le encanta ser el centro de atención y lo ha logrado en Colombia. Parece que con eso le basta.
-Es cierto –contesté- me consta que los taxistas de Medellín y Bogotá no se pierden su programa.
- ¿Qué hiciste con el dinero del premio Romulo Gallegos?
-Me lo gasté. Yo no estoy para salvar perros ni para salvar el mundo. Compré una casita con 2000 metros de terreno en Mariquita, con pequeña piscina.
Una observación que he hecho con respecto a los escritores colombianos que he visto recientemente, es que no muestran prosperidad alguna, se ven maltratados por la vida, con ropa más bien pobre. Hasta Juan Gabriel Vázquez, Premio Alfaguara, en sus presentaciones públicas en Hay Festival usaba  unas tristes zapatillas de lona de tres pesos. Evelio Rosero usaba un suéter largo como encontrado en un basurero, la nariz muy roja, unos ojos de eterno trasnochado, un aire de derrota y sin embargo no perdía la lucidez. Santiago Gamboa, que presume de ser tan internacional, el cutis totalmente intransitable, cuatro pelos en la barba de los que parece estar orgulloso, unos anteojos incluso más feos que los de Gabo y una vestimenta bastante ordinaria. Eso sí, sabe hablar en público y tiene su encanto como todos los feos que han asumido su fealdad como virtud.

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