Miga de pan, de Azriel Bibliowics, una novela que podría haber escrito Borges
octubre 30, 2014
Imagino que si Borges hubiera escrito
una novela, habría escrito una como ésta, Migas de
pan, obra del colombiano de ancestros judíos, Azriel Bibliowics , una
novela atípica, diferente, llena de maravillas, de personajes sólidos, extravagantes, inolvidables, ambientada en una enorme casona en
Bogotá, en la que una pareja de sobrevivientes del Holocausto nazi, sufre los
embates de la violencia e inseguridad prevalecientes.
Cargada de una agradable y
bien diluida erudición, parte del la narración del secuestro de Josué, padre de
la familia de inmigrantes, un hombre lleno de mitos, ritos, acumulador de los
más peregrinos objetos, actor incansable del teatro de la vida, un hombre que
ha logrado sobrevivir a incontables infortunios gracias al sentido del humor y
a su búsqueda incansable, terca, de cábalas y sentidos a cada nimio incidente.
La novela se cristaliza en
la descripción de los objetos que habitan el Gabinete de las maravillas, territorio privado de Josué, cabeza de
la familia; la obra se regocija en las
reflexiones de los personajes, en las erudiciones que suscitan cada uno de los
objetos. Todos los capítulos son monólogos interiores de los personajes
principales: de Samuel, el hijo que espera la llamada de los secuestradores de
su padre; de Leah, la madre que
desespera por salir del trance e irse a otro país; de Esther, la prima de
Samuel, cómplice en el intento de comprender los misterios que guardan las
estancias de esa casa-museo.
La Casa Quinta Camacho, en
Bogotá, donde habita la familia, es una casa que reproduce el universo, con sus
varias estancias. “El gabinete de las maravillas”: una especie de museo de
recuerdos, que incluye una serie de armarios llenos objetos simbólicos, una
especie de hueco negro en el que yace cifrado el pasado, no sólo de la familia
sino de la raza judía; “El jardín de Ciro”, otro de los espacios de la casa, intenta
reproducir, reconstruir, revivir el paraíso; “El teatro de la naturaleza”, un
tercer espacio, le sirve a Josué para rememorar escenas cruciales de la
historia de la humanidad, desde la creación , pasando por el Diluvio, hasta el holocausto nazi y la
violencia en Colombia; el “Teatro del tiempo”, donde se reúne una colección de relojes de arena,
clepsidras y artilugios que sirven para medir los tiempos, un espacio en el que
se reflexiona sobre el papel de esta dimensión temporal en la historia de la
familia, de la humanidad y de la familia; el “Hospital de las palabras” donde hay una
colección de diccionarios que ayudan a sondear en el sentido de la vida por
medio de sus etimologías; el “Salón de El Dorado” que congrega una colección de piezas
prehispánicas que guardan la memoria de Colombia y de los tiempos remotos.
Todas
las reflexiones y los relatos de lo vivido en el holocausto está cifrado en el Yizkor Buch, libro escrito por el padre y hallado por sus
parientes, una vez que entran en los recintos prohibidos. Samuel , el hijo, comenta: “Tengo la sensación
de que lo que estamos viviendo se condensa en las páginas del cuaderno, del Yizok Buch”.
Las piezas de la novela encajan
con gran precisión, se van armando como un mecanismo de reloj, gracias a una
visión polifónica hábilmente tramada: cada capítulo corresponde al punto de
vista de un personaje, todos confluyen en la casa, mientras que al margen, casi
en sordina, siguen, en el trasfondo, las incidencias del secuestro.
Tras el secuestro de la
cabeza de la familia, los parientes entran a las diversas estancias, antes
vedadas, de la casa, particularmente al
“Memoratro”, espacio en el que se recupera el pasado por medio de palabras, de
diarios, de memorias y de espectáculos teatrales recuperados. Con ayuda de
ellos se va armando el rompecabezas de
la vida no sólo de Josué y su familia, sino
de los judíos durante el holocausto y de la misma Colombia, donde se han
reproducido las masacres, las infamias, las más grandes miserias humanas a lo
largo de los años.
El título Miga
de pan evoca el papel que jugaba el
pan en los campos de trabajo y exterminio nazis: el pan era el símbolo de la
resistencia, la energía que prevalecía allí donde parecía perdida toda
esperanza (inevitable en este trance recuperar las palabras inscritas a la entrada del Infierno de Dante: ¡Oh, vosotros los
que entráis, abandonad toda esperanza!)
Esta hermosa novela me remite a tres libros: El
obsceno pájaro de la noche, por el
ambiente clausurado de una casona que oculta grandes secretos; a Cien años de soledad, por la
circunstancia de que dentro de la novela se lee un libro en el que está escrita
la historia de una estirpe y de la humanidad, y ¡ah!, Breve historia de todas las cosas, mi primera novela, en la cual, como en la de
Azriel, hay un croquis de los espacios en los que se desarrolla la historia. Además
me la recuerda porque en ella también hay un cronista que está escribiendo la
novela que estamos leyendo. Son apenas similitudes, raíces comunes, que en
algún plano subterráneo, se deben vincular, como se vincula la más peregrina y
leve historia con las grandes epopeyas de la historia de la literatura.
Una novela diferente, muy colombiana, muy
universal, que sin duda llega al alma y la alimenta, como la miga de pan a los
judíos en los campos de exterminio.
Cierro esta apresurada nota con unas palabras
que el mismo Azriel me escribió en un reciente email: “La buena literatura es como el corcho, tarde o
temprano sale a flote. Tú ya tienes un nombre en la literatura colombiana, que
te vuelve imborrable”. Me parece que basta esta novela para que Azriel
Bibliowics flote airosamente al lado de los que hoy están haciendo la
buena literatura colombiana: Tomás González, William Ospina, Evelio Rosero. Mutis y García
Márquez ya tienen buena compañía.
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