Cinco opiniones sobre La insaciabilidad
mayo 19, 2015
Guillermo
Goussen (Nicaragua), Pablo Hernán Di Marco (Argentina), Félix Luis Viera (Cuba),
Germán Martínez (México)
La
insaciabilidad es una
fuente inagotable. En mi experiencia como lector-escritor, reconozco, entre los
creadores que más me han gustado que hay dos tipos: los donadores y los no
donadores.
Ambos se le aparecen a uno cuando hace sus pinitos o cuando inicia una obra que -cree- deberá ser esencial para la carrera, y no todos de igual manera.
Por ejemplo, a mí Márquez nunca me motivó ningún escrito, pero Vargas Llosa sí; Borges me dio la pauta para hacer mi relato ganador en España del Premio Zaragoza 2003, al igual que Ramírez Mercado y Cabrera Infante.
Con Aguilera Garramuño se ha dado algo curioso: su influencia ha sido para bien o para callarme, que también es al final para bien. Cuando conocí su Descabezadero me obligué a buscar sus novelas, y en cada una fui descartando las que yo ya había hecho y empezado. Me decía: Si este cachaco jodido ya lo dijo bien, ¿para qué regarla?
Ambos se le aparecen a uno cuando hace sus pinitos o cuando inicia una obra que -cree- deberá ser esencial para la carrera, y no todos de igual manera.
Por ejemplo, a mí Márquez nunca me motivó ningún escrito, pero Vargas Llosa sí; Borges me dio la pauta para hacer mi relato ganador en España del Premio Zaragoza 2003, al igual que Ramírez Mercado y Cabrera Infante.
Con Aguilera Garramuño se ha dado algo curioso: su influencia ha sido para bien o para callarme, que también es al final para bien. Cuando conocí su Descabezadero me obligué a buscar sus novelas, y en cada una fui descartando las que yo ya había hecho y empezado. Me decía: Si este cachaco jodido ya lo dijo bien, ¿para qué regarla?
Guillermo
Goussen, nicaragüense
Sobre La insaciabilidad de Marco Tulio Aguilera
Quienes tuvimos la suerte o desgracia de caer
en el vicio de la escritura sabemos que debemos escapar de los adjetivos
grandilocuentes tanto como de la peste. Sin embargo, es imposible analizar la
obra de Aguilera sin utilizar términos como soberbia, ególatra, brillante,
vanidosa, única, autorreferencial… Como era de esperar, su última novela no
escapa de esta premisa, es más: la subraya y reafirma con creces.
En tiempos en los que pareciera que
cualquier persona capaz de decir dos palabras de corrido tiene derecho a ser
considerada “artista”, Aguilera comete un acto casi revolucionario: escribe
terriblemente bien. No me avergüenza decir que leer las primeras páginas de La insaciabilidad retrasó la escritura
de mi nueva novela. La prosa de Aguilera —magnética, pulida, juguetona; cálida,
a pesar de ser filosa como una daga— me hizo dudar por algunos días de mi
propia capacidad para llevar adelante mi trabajo.
Una pluma rica basta y sobra para sostener
cualquier novela, pero La insaciabilidad tiene el agregado de ofrecernos un puñado de
personajes inolvidables —y vuelvo a disculparme por el uso de adjetivos
grandilocuentes— entre los que se destacan Ventura y Trilce.
Ventura es un escritor de mediana edad,
megalómano, talentoso, triste y felizmente desgarrado por un pequeño harén de
mujeres que lo aman y detestan en partes iguales.
“Estás solo, Ventura, completamente solo,
y nadie te va a salvar de eso, porque tu soledad se basa en el convencimiento
de que no existe una sola persona que alcance tu estatura.”
Y como sé que la polémica será inevitable,
me anticipo a ella y aclaro que me niego a debatir si la novela es (o no)
autobiográfica, o si Ventura es (o no) el alter ego del propio Aguilera. Es una
discusión inútil que dejo de lado por
trillada e inconducente. Toda buena novela es una misteriosa alquimia de verdad
y mentira, y ya todos sabemos que cuando hablamos de literatura no hay nada más
mentiroso que la verdad y nada más verdadero que la mentira.
El mismo Aguilera nos recuerda la frase de
Flaubert que dice que “toda gran novela debe tener por lo menos un gran
personaje femenino.” La insaciabilidad
lo tiene en la figura de Trilce: una adolescente reflejo de su despampanante
madre (amante de Ventura), y virtuosa del violín, instrumento del amor del que
Ventura no logra obtener más que sonidos huecos.
Trilce es un personaje magnético, de veras
memorable, y ruego que la novela llegue pronto al cine para ver cómo sus
realizadores resuelven el desafío de trasladar a esta niña a la pantalla.
Podría asegurar que la Lolita que enamoró a Jeremy Irons en la película que
recreó el clásico de Nabokov es apenas cartón pintado en comparación al
potencial que ofrece Trilce.
La pluma de Aguilera vuelve a Ventura y a
Trilce tan reales que el lector de la novela, aun apartando sus ojos del libro,
es capaz de oírlos susurrar o gritar en su oído. Y no se me ocurre mayor
elogio: un escritor es, ante todo, un pequeño Dios capaz de crear vida con
apenas imaginación, tinta y papel. Y los deseos satisfechos e insatisfechos de
sus criaturas deben hacerse obligatoriamente carne en la piel del lector.
Y es en relación a los deseos insatisfechos
donde llegó mi primer reparo. En algún momento de mi lectura intuí una
falencia: Aguilera no me daría lo que prometía. Una novela es una promesa, y es
el autor por medio de sus personajes el obligado a saldarla. La insaciabilidad, página tras página,
no hacía otra cosa más que hacer crecer en proporciones descomunales mi deseo
por Trilce —sí, no me equivoco, ya no hablo del deseo de Ventura sino del mío
propio hacia esa niña diabólicamente angelical— y sospeché que ese deseo no
sería saciado. Solo puedo decir que me equivoqué: Aguilera paga hasta su última
promesa y, con elegante y sutil maestría, nos demuestra que una clase de violín
puede encerrar tanto erotismo como las obras completas de Sade, los Trópicos de
Henry Miller o La historia del ojo de Georges Bataille. Un logro no
menor en tiempos en los que la venerable literatura erótica se encuentra
reducida a clichés garabateados sobre papel picado.
Intuyo que Marco Tulio Aguilera
—presumido, cabrón, terco, pero también derecho como pocos y talentoso hasta la
exasperación— escribe con un solo fin: responderse a sí mismo si es un gran
artista o apenas un farsante. Yo sé muy bien la respuesta pero jamás se la
diré. Pretendo que siga escribiendo con pasión hasta el último día de su vida,
para deleite de este pequeño grupo de desquiciados que todavía somos capaces de
excitarnos, maldecir, reír a carcajadas y también llorar ante la lectura de una
buena historia.
Pablo Di Marco, Buenos Aires, abril de 2015
Félix Luis Viera
Si bien he leído casi toda la
obra novelística de Marco Tulio Aguilera Garramuño y disfrutado de las bondades
de ésta, ahora, al terminar La
insaciabilidad, puedo afirmar que esta es una de sus novelas más
sobresalientes. Casi 400 páginas que no nos dejarán “tranquilos” hasta que no
lleguemos al final. Esto debido a la intensidad con que está escrita, más esas
ansias de continuar que produce la narración, sobre todo en lo que se refiere a
los amoríos de Bárbara Bláskowitz y el narrador protagonista, más que
victimarios uno del otro, víctimas ambos de una lujuria que los hace cómplices,
muy bien desentrañada por el autor a lo largo del relato.
Otro de los detalles relevantes
de La insaciabilidad resulta su
lenguaje, intenso, de notables valores poéticos, y que en una y otra página nos
hace vibrar con sentencias rotundas, dignas de apropiárselas, puesto que poseen
un carácter universal que, solo un autor en plena madurez, un gran observador
del comportamiento humano, podría entregarnos.
Xalapa, México, la principal
localización de la novela, sirve de punto de partida para una narración que,
como debe ser, la supera en tiempo y espacio gracias —como decía antes— a que,
junto a sus personajes, asciende a un
plano universal.
Germán Martínez
Xalapa es el escenario central de las
historias de Ventura y no será casualidad que más de una persona se vea
retratada como personaje en las
narraciones de La insaciabilidad.
Ventura, el protagonista, como buen escritor, abunda en detalles, coquetea
siempre con el deseo y a pesar de ello, no rebasa la intimidad y deja que la
imaginación vuele. Es tal vez la mejor fórmula para mantener viva la
insaciabilidad, el gusto y el sabor por la vida. Al fin de cuentas: “¿quién
puede garantizarle a un ser humano que lo mejor de su vida no haya pasado y le
esperen sólo meras sombras y pantanos?”
Germán
Martínez, Xalapa
0 comentarios