LAS MUJERES Y LAS LETRAS AMADAS POR MARCO TULIO AGUILERA

febrero 21, 2024

 

LAS MUJERES Y LAS LETRAS AMADAS POR MARCO TULIO AGUILERA Por: Carlos Vadillo Buenfil
LAS MUJERES Y LAS LETRAS AMADAS POR MARCO TULIO AGUILERA Por: Carlos Vadillo Buenfil Texto leído en la presentación de la novela en la Feria Internacional del Libro en Monterrey (octubre de 2023) Nada más grato para un ávido lector que coincidir con una narración que, mediante diversas argucias relatoras, estimule su capacidad sensible y amplíe su horizonte de expectativas; estas estrategias son disímiles: los cambios de perspectivas y espacios, los tránsitos de voces narrantes, los chispeantes diálogos, el dosificado erotismo, los guiños hacia otros textos literarios y filosóficos, un arsénico humor diseminado en todo el entramado. En este tenor, no hay recompensa más gratificante para ese desocupado lector que unas páginas que lo inciten a averiguar más sobre los inciertos derroteros de unos héroes de ficción; pero esa recompensa conlleva el reto de una lectura pausada, pero no menos placentera, en la que se pone a prueba su capacidad lógica al ir configurando un argumento presentado, con toda intencionalidad, en forma fragmentaria. Todos estos elementos formales y discursivos citados líneas arriba derivan en Mujeres amadas, de Marco Tulio Aguilera Garramuño, novela perteneciente a la estirpe de los textos que, como pensaba Goethe sobre el arte, entretienen, iluminan el entendimiento y ennoblecen el espíritu creativo; además, es una novela que detona, en concordancia con la pluralidad de su título, diversas posibilidades o claves de lectura. La obra de Aguilera Garramuño que hoy nos reúne puede ser la relatoría de un gozoso buscón de las artes amatorias que halló, como Platón mitificara, su otra mitad a miles de kilómetros de su patria natal, en una universidad norteamericana, pero también es el desglose de una relación pasional-erótica-amorosa condenada a la frustración por la erosionada comunicación entre los amantes protagonistas, pese a que Ventura es escritor e Irgla, una profesora universitaria; o bien, una novela de autoconcienciación, pues el mismo protagonista, acudiendo a su memoria amorosa, inspecciona su pretérito existir, ya real, ya ficcionado, para narrarse a sí mismo y a su oyente, a Irgla, sus cuitas, triunfos y desventuras con las féminas; aunque también, en otros pasajes, Ventura ensaya transformarse en un ser narrado; cabe, igualmente, la posibilidad de una cuasi novela de campus, o la de un artefacto novelesco con efectos metanarrativos; o quizás, Mujeres amadas colinde con la hoy tan nombrada autoficción o con la autobiografía novelada, por eso de que Marco Tulio, el autor empírico, es colombiano, vivió en Monterrey y más tarde en Xalapa, y ha ganado premios literarios, como el autor textual de esta novela. Ahondaré en estos acercamientos o asomos planteados. A principios de la década de los 70 Ventura es un estudiante de maestría de literatura hispanoamericana en Kansas University, pero también, por un sueldo, dicta clases de español y comparte habitación en un albergue estudiantil con el persa Abusaid, que no le va a la zaga en lo calenturiento. En ese cosmopolita ámbito universitario se conocen Ventura e Irgla, y buena parte de la trama se desenvuelve alrededor de los esfuerzos del colombiano por conducir al lecho a la doctoranda en ciencias de la conducta, esa mexicana de veinticinco años que funge por voluntad propia como “consultora sentimental” del prójimo, presuntuosa de su condición casta y honesta, un “cascarón de decencia” que ha erigido un muro de pudor y de “mística sensualista”, para resistir “los bajos instintos” del enamorado. De este modo, se entabla entre los dos personajes un duelo dialéctico-cachondo, una esgrima conceptual entre el ser y el parecer, la “estabilidad y la imaginación”, el “arraigo y la aventura”, al modo de los textos medievales que albergaban las disputas entre el agua y el vino, o entre el viejo y el joven. Ventura pondera los placeres de la carne; Irgla se afianza en el “antes morir que pecar”, por lo que nada de “chumpulum” en esos dos años, como llama Ventura al coito. Un juego de voces monta la trama de esta novela: una primera persona gramatical que repentinamente se desdobla en segunda, para dirigir su discurso a Irgla, ocasionando el efecto de la inmediatez y de la agilidad narrativa; pero también Ventura se narra a sí mismo en tercera persona, con el afán de contar omniscientemente sus “aventurillas” o historias de su biografía sexual a “Santa Irgla”. Todas las historias son ensortijadas por el fabulador Ventura, autodenominado “como buen mentiroso, llevado por la retórica y la vanidad”, y se bifurcan por los escenarios de sus encuentros eróticos: Cali, Bogotá, Kansas, Guadalajara; la destreza del cuentero convida a los lectores a recordar a Sherezade, pues Irgla pregunta a Ventura, un gran “investigador en las ciencias del afecto humano”, si le va a contar esa noche la historia de otra amada menos etérea que la de Mu, la caleña que se salvó del “devorador” Ventura, y éste le contesta: “No, me la reservo para otra noche. Quiero conservar mi cabeza sobre los hombros”. Esta respuesta alude a la célebre narradora de Las Mil y una noches, pero en el caso que nos ocupa el papel se invierte, ya que el sujeto enunciador es un ente masculino y la recepción recae en Irgla, oyente que se considera superior y con autoridad moral para vituperar a las ex amantes de Ventura. En el último escenario de la novela, que abarca la estancia de Ventura en Monterrey, la narración igualmente se ramifica en los tres modos ensayados en las otras secciones: el yo que se relata a sí mismo los avatares en casa de los padres de la amada ausente, que pergeña su tesis en Kansas; el yo que relata a Ingla, en segunda persona y en estilo epistolar, su aventura en la ciudad y en la casa de múltiples y miserables inquilinos en la que se ha refugiado, después de abandonar la casa de sus posibles suegros; y, finalmente, la tercera persona, la omnisciencia que mira a Ventura para volverlo su objeto de narración. Pero todas las formas enunciativas mencionadas coinciden en un ingrediente axial para el argumento de Aguilera: Ventura es un ser enamorado que deserta de sus acostumbrados lances pasionales y, gracias a Ingla, se regenera y se le despiertan “todas las furias del amor”, un sentir desaforado que lo hace expresar en reiteradas ocasiones: “Cómo no amarte. Todo en ti era perfecto”. Y es que Ventura, desde la edad estudiantil, es un buscador de la dicha corpórea femenina; así lo ratifica el narrador omnisciente: “Siendo Ventura un ser común y corriente no pudo sustraerse en su truculenta adolescencia a la atracción de la belleza. Platón le dio razones pero también toda la Universidad del Valle”. Pero de aventura en aventura Ventura se ha encontrado con la horma de su zapato, una mujer que impone un ritmo meditado a sus impulsos, que lo despoja de su primitivismo y de manera contundente le manifiesta que con ella nunca tendría “un coito, you idiot, sino un acto de amor”; así, cuando Ventura parece haber traspasado las pruebas impuestas, Irgla se erige en una especie de mujer chamana, que con sus saberes guía y transforma la experiencia erótica del amado, le hace descubrir, a modo de ritual, una inédita percepción sensorial, como él mismo reconoce en la anhelada primera entrega amatoria: “Esta nueva sabiduría que voy adquiriendo no parte de mis experiencias pasadas sino de un nuevo saber, más complejo y completo, en el que toda conciencia se vuelca, se disuelve en sensibilidad, en existencia pura. Hay gozo en cada uno de los minuciosos detalles de lo que está sucediendo… El mundo tiene una música que guía cada parte de nuestros cuerpos hacia un sosegado encuentro, hacia una conjunción en la que ni la más leve brisa turba el agua del estanque”. En Mujeres amadas tampoco están ausentes los párrafos de crítica literaria, a veces demoledores como los dedicados a Rayuela, o los rastros de otras presencias literarias, como la salvaje escritura de Miller, citado un par de veces por el protagonista. Por igual, en sus páginas permea la reflexión sobre la naturaleza humana y el humor ácido y el sarcasmo volcado sobre los demás, incluido el propio narrador. Estos aspectos se pueden notar en el repaso que hace Ventura de los prototipos de profesores del Departamento de Español de la Universidad de Kansas, unos profetas descritos con mirada caricaturesca, como animales de costumbres y verdades, así como la inclusión de burlescas descripciones de la fauna estudiantil, sean hombres o mujeres. Pero estos vicios se replican en la Universidad de Nuevo León, en la que Ventura imparte clases de redacción a quinientas alumnas de traducción y se somete a la obediencia de los directivos y a las castrantes directrices del sindicato. Por transcurrir la mayor parte de esta narración en entornos universitarios, por incluir a estudiantes y a docentes en su armazón, por exhibir y criticar ciertos vicios de la academia y porque la voz principal pertenece a un docente considero que Mujeres amadas es una variante de las novelas de campus, subgénero poco frecuentado por los autores latinoamericanos; de ser así, por el año de publicación de la primera edición de esta obra (1988), Aguilera sería uno de los pioneros en incursionar en esas artes novelescas que combinan aspectos académicos con laberintos sentimentales. Por otra parte, la metanarratividad de Mujeres amadas se manifiesta en la visibilidad de su proceso creativo que se da, en primera instancia, mediante la narración oral de los episodios eróticos con distintas mujeres; esta oralidad de Ventura se trasvasará, años más tarde, a narración escrita, mecanismo que queda a la vista del leyente cuando el narrador Ventura confiesa, en el último tramo de la novela, que todo lo descrito en la biografía de su ser-en situación amorosa-existencial está inserto en “la obra que tiene en sus manos el amable lector”; así, todas las amantes y sus circunstancias se vuelven entes propios de la invención, incluida Irgla, pobladora del universo onírico ficcional: “Desde entonces no la he vuelto a ver sino diluida entre los pálidos velos del sueño. Ahora sólo me queda como lo que quizás siempre fue: Literatura”. Ventura acaba como víctima de la farsa y el embaucamiento del ser que amó. Ventura hace literatura de su vida e Irgla hace de su vida una literatura, pues ésta se ha construido, con ayuda de su clasista familia y de la racista sociedad a la que pertenece, una vida de mentira, aunque siempre niega esta condición. El amor que destruye lo que inventa preside el entramado novelesco de Aguilera. La pronunciación del nombre de Egle, la hermana muerta de Irgla, hecha por Ventura al concluir el coito con su indecisa amada, es la lápida que sella la relación de la fragmentada pareja. Egle era, según se entera Ventura, la vergüenza de la familia, una quinceañera suicida a consecuencia de los malos tratos y la intolerancia de sus consanguíneos. Quizás la adolescente sea para Ventura la representación de la mujer auténtica, digna de ser amada, no la impostación encarnada en Irgla. En Mujeres amadas Aguilera Garramuño da cátedra del arte de contar y urdir historias, y lo demuestra con una prosa bien amartillada, con la configuración de verosímiles protagonistas, con trazos finos de lenguaje, aún en situaciones de escarceos sexuales, con la dosificación de la ironía y la ridiculización de los personajes, incluso, en los agudos apuntes sociales deslizados en sus párrafos, como los dedicados a la hipócrita órbita familiar de Irgla. Mujeres amadas es una práctica narrativa que supone una larga paciencia, y es una enseñanza de cómo cuidar, acariciar y pulimentar las frases en un texto literario, no solo para los que comienzan en estos quehaceres sino también para los que llevamos años en el oficio de probar historias. Por las virtudes narrativas comentadas propongo Letras amadas como subtítulo para esta novela. 

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