PARA SALVAR EL PLANETA
diciembre 24, 2009Breve programa para salvar a la literatura y a la humanidad de su fin aparentemente inevitable
Marco Tulio Aguilera
Hace varios años Peter Broad me pidió que inaugurara con una conferencia el Congreso de Literaturas Hispánicas organizado por la Universidad de Indiana en Pennsylvania. El siguiente es el texto de esa conferencia. A ese congreso he asistido tres veces. El próximo año también iré por cuarta vez y de nuevo leeré la conferencia inaugural. (En la foto con Sergio Pitol).
El tema que me propusieron los organizadores de este congreso me hizo recordar las preguntas de mi examen para optar por el masters degree en la Universidad de Kansas en 1976. Ah, Kansas (permítanme una digresión) cuántas cosas no evoca la palabra Kansas en los norteamericanos y en los espectadores del cine norteamericano: Kansas es el campo, es home in the range, where the deers and the anthelopes play. Es The wizard of Oz. Kansas es un cliché, no existe sino como palabra para muchos. Y si fuera cierto lo que dice Borges que en la palabra Nilo está todo el Nilo y en la palabra rosa toda y todas las rosas, pues Kansas cabría en menos de una línea. Pero no es así. Kansas es más grande, mucho más grande, por fortuna. La Universidad de Kansas en Lawerence, que es la que yo conozco, tiene un excelente departamento de Español y además afuera hay campo, un cementerio con inscripciones antiguas, de los tiempos en que una manada de búfalos tardaba dos días en pasar, auténticas vacas cuadriculadas por las highways y muchas otras cosas dignas de verse. Eso hay en Kansas. Decía, cuando se atravesó Kansas en el discurso, que la propuesta para esta conferencia magistral –y la denominación de conferencia magistral daría para otra desviación; por lo pronto implicaría que yo podría enseñarles a ustedes algo que no conocen, es decir, comportarme como maestro ante discípulos, actitud que no comparto, como vereis: no creo en las generalizaciones, no creo que los escritores deban tener licencia para hacer afirmación lapidaria alguna, no pienso que deban ser guías de pueblos, en síntesis, no pienso que puedan ser maestros de nada. Me refiero al hecho de que en su comportamiento civil, fuera de las páginas de sus libros, deban creer que pueden salvar a la humanidad con sus declaraciones. En sus libros sí que pueden salvar a la humanidad y hablar de la China aún sin conocerla, pues el mundo, la humanidad que ellos manejan, es su humanidad, su mundo. Los escritores en la vida civil más bien tienen la misión de extraviar a la gente, de hacerla dudar, de poner a temblar los cimientos que otros más cuerdos han tratado de afirmar. Los escritores en general son gente de peligro, que deberían estar confinados, lejos de las familias y las instituciones respetables.
Decía, cuando se atravesó la segunda digresión, que la propuesta para que yo hablara ante ustedes parecía una pregunta para el masters degree en la Universidad de Kansas: “Hable de alguna forma sobre la actualidad y el futuro de la literatura en el mundo hispanoparlante”. Si estuviera haciendo mi examen de masters degree estaría terriblemente asustado. Nadie que yo conozca puede responder a esta pregunta con autoridad, conocimiento y sin ruborizarse. Y ahora que lo pienso se me ocurre que sí hay quienes puedan responder a esta pregunta sin ruborizarse: Raymond Williams, Seymour Menton y John Brushwood.
Afortunadamente yo no estoy ante un examen de masters, sino ante algo más sencillo: un amable congreso de estudiosos de la literatura hispanoamericana. Conjeturo que no serán, entonces, tan rigurosos como los profesores del masters degree en Kansas, pues no esperan sinceramente verdad alguna, conclusión o iluminación. No esperan que yo vaya a salvar a la tierra del irremediable fin o a proteger el mundo civilizado de las fuerzas del mal o a salvar a la literatura de su irremediable ahogo en medio de las ondas cibernéticas.
De todos modos, como nunca he estado de acuerdo con nadie, mucho menos conmigo mismo, me he atrevido a titular esta conferencia magistral “Breve programa para recuperar a la literatura y a la humanidad de su fin aparentemente inevitable”. Al titularla de esta forma me estaré sometiendo a un tour de force, pues necesariamente tendré que llevarme la contraria a mí mismo y hacer generalizaciones, hablar como lo hacen los escritores que creen poder salvar al mundo y opinar sobre el cielo, la tierra y lo de en medio.
Vamos a sentar unas cuantas tesis en la mesa de debate —debatiré yo conmigo mismo, lo que me da ventajas y también desventajas: de todos modos ganaré el debate y de todos modos lo perderé.
Vamos por una primera tesis: Ya casi no se encuentra buena literarura entre las novedades que se presentan en el mercado. Hay una tendencia a la estandarización, a la cursilisación. Definamos buena literatura: la buena literatura es la que me gusta, me divierte, me absorbe, me apasiona, me sorprende, me ofrece algo nuevo, está bien escrita. Vayamos a un ejemplo: tomé una breve novela de un mexicano que se promueve a un gran nivel, que se ofrece como lo mejor de la literatura mexicana. Es una novela que tiene ciertas vetas de exotismo, un poco de erotismo, mucha fábula. Nunca una novela tan breve me ha costado tanto trabajo terminarla. ¡Qué mal escrita, qué torpeza, qué engolamiento y falta de originalidad! Y publicada por una de las grandes editoriales con fanfarrias y timbales.
Este es un ejemplo nada más, pero un ejemplo sintomático: como esta novela, como esta novedad, salen muchas, o mejor, varias, al escaso mercado latinoamericano y se ofrecen como si fueran literatura auténtica. Si seguimos por ese camino claro que se va a terminar la novela y se va a terminar la literatura. Y es que las tontas editoriales creen que la calidad literaria riñe con el mercado, cuando es absolutamente lo contrario.
Yo entiendo que muchos profesores universitarios, norteamericanos y de otros lugares, contibuyen a crear fantasmas, falsos escritores. A veces novelas llenas de erudición, o con planteamientos de enigmas simplistas u obras escritas de manera expresa para el lucimiento académico, se convierten en grandes obras precisamente porque nadie las lee, nadie las entiende, a nadie interesan. Quedan en las bibliotecas para el deleite de los profesores y la tortura de los alumnos. Yo propondría que regresaramos al cultivo del gusto, al placer de la lectura, al análisis tipo Alfonso Reyes, en el que una mente privilegiada se enfrenta a un libro privilegiado y el resultado es un delirio de la inteligencia, una cristalización joyceana. Propongo que que se creen escuelas de buen gusto literario, a las que asistan los lectores de las editoriales y los profesores universitarios y los comentaristas de libros. Propongo que abandonemos las modas semióticas, estucturalistas, deconstructivistas. La inteligencia se demuestra en la claridad, no en la confusión. La matemática no se hizo para entender la literatura, sino asuntos que por más sutiles sólo comprenden muy pocos. Para entender la literatura sólo basta saber leer, es decir, saber pensar. La literatura debe ser el reino de todos. No digo que sea fácilona, ni que sea democrática ni que sea socialista, sino que sea accesible y coherente, que tenga un equilibrio interno, lejos del hartazgo, incluso si es literatura hermética. No apuesto por la literatura estandarizada, por el best seller que sea plato de todas las mesas, sino por la recuperación de un paraíso que estamos perdiendo: el de la literatura que se puede leer, el de la literatura que obliga a ser leída, la literatura que nadie se puede perder. Recuerdo que en los venturosos días del boom era casi un pecado no leer las obras de García Márquez, Vargas Llosa, Donoso, Cortázar. Es claro que tenían un aparato publicitario grande y que las obras eran novedosas y artísticas.
Hoy el criterio comercial nos quiere hacer pasar gato por liebre e inventa un genio semanal. En Colombia salen por lo menos dos al año, lo mismo sucede en Chile, en Argentina. No hablo de España porque he leído muy poco: Almudena Grandes, Rivas. He tenido en mis manos libros de los best sellers españoles: Reverte, que divierte pero no es literatura; Gala, Muñoz Molina, que ofrecen diversión más oscura, pero que no aportan sino ruido al mundo. Francamente me he dado por vencido muy pronto. Pido perdón por lo que voy a expresar: los escritores españoles de la actualidad en general no me dicen nada.
Hablemos de los grandes premios literarios, en general inventores de embelecos, vendedores de libros al por mayor y deturpadores de la literatura. Creo que para lo único que sirven esos grandes premios es para mantener viva la esperanza de algunos buenos escritores. Yo rasguñé hace un par de años un premio de 170 000 dolares y ello sirvió para saltar desde el nivel de ediciones nacionales, al nivel de una gran editorial. Un paso grande, que sin embargo sólo lleva al siguiente escalón. No al segundo piso y menos a la azotea del edificio, es decir, la fama, la difusión, el universal acatamiento. Y bueno, pienso que lo mejor para un escritor honrado es nunca ganarse un gran premio, sólo aspirar a ellos, como manera de mantener en forma los músculos de la esperanza de salir de la pobreza.
Una vez que un buen escritor gana un premio grande, ya tiene enormes posibilidades de perder la gracia de la literatura. No digo que haya obligación de ser pobre para escribir obras maestras, sino reconocer que la necesidad es la madre de todos los ingenios y que si a mí me dan a escoger entre un viaje al Amazonas y escribir una obra maestra, escojo el viaje al Amazonas, o si me dan a escoger entre un gran amor y escribir una gran novela de amor, escojo el gran amor. Los seres humanos somos básicamente hedonistas. Pocos son los ascetas, los renunciadores, los que prefieren vivir en el desierto. Otra prueba de que la opulencia ofende es que una vez que se tiene todo, sólo le queda a uno la alternativa de perderlo. Los muy ricos terminan siendo drogadictos, corruptos, poco humanos por una de dos razones: o porque consiguieron el dinero con crímenes o porque el dinero los volvió criminales. No hay salida, el dinero es excremento y los ricos no entrarán al cielo. ¿Conclusión? Para ser escritor lo mejor es el justo medio: no morirse de hambre pero tampoco morirse de hartazgo.
Como estoy en camino de hacer un fementida ciencia del estado de la literatura actual, postularé algunos principios. Primero: el de la inercia, que también podríamos llamar de la inferencia matemática: una vez que un autor es bien recibido, muy bien recibido, se produce un proceso de anulación del futuro. Ya no importa lo que escriba: bueno o malo, se venderá. Esto afecta al escritor, que ya no se esforzará por dar una obra de calidad, sino simplemente por dar una obra al mercado. La literatura se vuelve mercancía. Esto ha sucedido con frecuencia: José Donoso, García Márquez, Cortázar, produjeron algunas obras interesantes y luego bajaron el nivel. Sin duda habrá quien me pida pruebas. No voy a darlas, claro, pues esta charla no es la de un científico, sino la de un lector, que se atreve a decir cualquier cosa. Isabel Allende y Laura Esquivel son ejemplos de literatura de segunda que pasa por literatura de primera. Claro que les llueven críticas, pero eso a ellas qué les puede importar. Siguen produciendo sus bodrios. A estas alturas los oyentes se estrán preguntando: ¿Pero quién es éste que se atreve a descalificar a la plana mayor? Eso mismo me pregunto yo constantemente: ¿Quién soy yo? Naturalmente no lo voy a contestar. Entre otras cosas porque no lo sé. Quizás Petrer Broad que lleva años estudiando mis obras y ha comenzado a traducirlas pueda hacerlo con alguna autoridad y pueda responder a esta pregunta con buenos argumentos. Hablemos más del papel de los premios literarios. ¿Por qué se han transformado en algo tan importante? Porque en este momento a las editoriales en general les interesa más la publicidad y las ventas que la literatura. Cada gran editorial quiere tener su propia entrega de Óscares y al ganador se le convierte en un superstar, que llevan a pasear por todo el mundo y a repetir lo mismo en todas partes. Triste papel el de los escritores, que así se convierten en payasos de las editoriales. Pero, como dicen o decimos los mexicanos: ni modo. Ello, nosotros, nos lo buscamos. Los grandes premios son como los sueños de una vida feliz después de décadas de miseria. ¿Quién no se deja tentar por eso? Claro, oigo de ustedes las críticas que están haciendo sonar en mente: no todo es así, hay excepciones, hay editoriales en las que la literatura sí importa. Por fortuna, my god, por fortuna. ¿Qué tal que no fuera sí? Mejor colgamos los tenis y nos mandamos mudar a otra profesión. Quiero mencionar algunas editoriales a las que sí les importa la literatura: en España, Anagrama, Ciruela; en ocasiones Tusquets; ya Seix Barral como que comienza a bestsellearse. En México la editorial Era. En Colombia, Alfaguara comienza a publicar buenos y novedosos textos, entre ellos mi novela El amor y la muerte, que no vacilo en recomendar. En Argentina, Sudamericana. Pero bueno, dejemos las enumeraciones, que para discriminar hay que saber la calidad de muchos productos, y en general yo conozco pocos. Pero volvamos a nuestra interesante pregunta: ¿por qué han cobrado tanta importancia los premios en la literatura hispanoamericana? Porque de la mañana a la noche pueden inventar un producto como Coca Cola y venderlo. Pero no se lo inventan: generalmente ya estaba inventado. Los miembros de los jurados son honestos hasta cierto punto, y a partir de ahí ya se venden al comercio. Me explico: ningún ser humano puede leer 800 novelas y juzgarlas bien en dos meses meses, que es el plazo más o menos normal. Entonces los que leen las obras que se postulan a los premios son otros lectores menos capacitados, que les dan a los jurados prestigiosos y supuestamente honrados, el material ya cribado. Aquí viene la labor de los jurados: establecen un grupo de diez, uno de cinco y uno de dos. Finalmente no gana el mejor sino el que mejores perspectivas económicas tenga. Al final el que decide es el que pone la plata. Y esto sucede en todos los grandes premios aunque hagan declaraciones jurando lo contrario. Y aquí los miembtros de los honorables jurados se venden. Y se han vendido los grandes. Casi nadie se sostiene. Una vez quise sostenerme una decisión cuando fui jurado en un concurso internacional. El resultado fue que me hicieron el vacío, me aislaron de la prensa y terminaron marginándome. Los otros dos miembros decidieron a mis espaldas. ¿Pero entonces por qué los escritores participan en los concursos? Pues porque los pobres escritores no tienen forma de salir adelante, no tienen manera de reunir unas moneditas. El camino largo y honesto de los no premiados es casi imposible: hay que luchar contra hordas de mediocres que son los lectores de las editoriales, los escritores ya establecidos, los comerciantes. Es una ordalía sin límites. Y si uno de estos pobres escritores logra colarse por la puerta de atrás y ganar el Premio Biblioteca Breve o el Alfaguara, pues se salta los baches y adelante. Hay escritores que buscan estos premios porque no tienen otra salida.
Mencionar los autores que que me gustan. Es bueno hacer este tipo de menciones, para conseguir una buena dosis de enemigos. Yo he leido fundamentelmente contemporáneos mexicanos y encuentro mucha basura que hacen pasar por genialidad. Me parecen buenos escritores Sergio Pitol, Eduardo Antonio Parra, Enrique Serna, Luis Arturo Ramos en su primera época. En Colombia: Moreno Durán como cuentista, Germán Espinosa como cuentista, Pedro Gómez Valderrama (ya muerto) como cuentiusta y autor de una novela muy bella, que se llama Otra raya al tigre, Fanny Buitrago con una novela grande cuyo título es Los pañamanes, José Luis Díaz Granados con la novela Las puertas del infierno. En Argentina Mempo Giardinelli, cuya novela Luna Caliente es para mí un clásico. En Bolivia Edmundo Paz Soldán, que trabaja como profesor en Cornell. En Chile Donoso. De Ecuador no he leído recientemente ninguna novela o libro de cuentos. De Venezuela tampoco. De Costa Rica y toda Centroamérica tampoco –comencé a leer Margarita está linda la mar de Sergio Ramírez y no pude terminarla. Los llamados hispanos de Estados Unidos hasta el momento no me han interesado. Oscar Hijuelos me parece bastante mediocre. De Cuba Abilio Estévez.
Pasemos a otro tema, porque según parece tengo que entretenerlos a ustedes 45 minutos, es decir, veinte páginas, y en este momnento sólo llevo 12, en tipo Times New Roman de 14 puntos.
¿Que ha traido la internet a la literatura y a la vida? Primero: impunidad. Uno puede decir lo que quiera sin ser incriminado, puede desnudar sus perversiones, puede calumniar, puede manipular información. Segundo: la internet ha aislado de sus vecinos y amigos a muchos en su casa, pero paradojicamente los ha comunicado con el mundo. Tercero: internet ha puesto la totalidad de la información del mundo en manos de cualquiera que sepa manejar la red. ¿Qué ha traído? Impunidad, aislamiento local y comunicación global y, sobre todo, una sobredosis de información. Es tan poderoso el hechizo de internet que ya hay millones de enfermos mentales que pasan hasta catorce horas babeando frente a la pantalla. Otra cosa que ha traído internet es sexo, sexo a borbotones: con gordas, flacas, chinas, alemanas, gatos, perros, caballos, fetichistas, aparatos y con todo lo que se pueda imaginar. Internet ha solucionado el problema de los tímidos, de los impotentes. Internet permite las permutaciones de identidades, el ocultamiento de los defectos, la deificación.
¿Y a la literatura qué le ha traído? ¿Será cierto que la pantalla acabará con los libros? ¿Han tenido ustedes la experiencia de leer una novela completa en pantalla? Es lo más desagradable del mundo. A nadie, que yo conozca, le gusta leer un libro de buena literatura sentado, con la espalda recta, mirando una pantalla gigante. Los buenos libros se disfrutan cuando uno está acostado en la cama o tendido en un sofá o estirado como un feliz gato, cuando uno puede cambiar de posición constantemente, cuando uno puede separar los ojos de las páginas y quedarse mirando un horizonte invisible. Con la pantalla no se puede hacer eso: la pantalla es mágica, maldita, absorbe, traga, anula. Por eso es que hay tantos dolores de espalda entre los usuarios de las computadoras: porque la diosa pantalla convierte en piedra a sus adoradores y les hace permanecer allí, en la misma posición durante horas. Internet es el reino de la guerra entre el bien y el mal, entre el orden y el desorden, entra la construcción y la destrucción. Internet es una reproducción perversa del universo: y es perversa porque es desencarnada, despiadada, sin sentimientos. Internet es una creación divina que el diablo usa con endablada habilidad. Hace poco mi esposa, que es medio filósofa y todavía cree en Dios y en el diablo, me preguntó: ¿por qué crees que el diablo quiere llevarse al infierno a todas las almas que pueda? Estuvimos reflexionando sobre ese asunto y llegamos a algunas conclusiones. Uno: que las almas en general son bastante inútiles para quienes no son sus legítimos poseedores. Dos: que el diablo quiere las almas no por lo que valen o representan, sino porque mientras más almas tenga el diablo en el infierno, menos almas tiene Dios en el cielo. Y por consiguiente Dios se verá perjudicado, pues él las quisiera todas, para que le entonen loas y además para que esas almas queridas sean felices. En otras palabras: el diablo quiere todas esas almas para perjudicar a Dios. Las quiere por envidia, las quiere para vengarse de Dios, que lo expulsó del paraíso. Pues los demonios de este universo que es la internet, son los hackers, los inventores de virus, los que utilizan la red para sus perversos propósitos pedófilos, fetichistas, etcétera. Esos demonios quieren destruir la red, contaminarla, ensuciarla, llenarla de basura, pues el mundo perfecto de esos, llamémoslos “malvados”, pues la palabra la puso de moda este genial presidente que tienen ustedes, mister Bush, el mundo perfecto de estos malvados, es un mundo contaminado, un mundo dark, sórdido, desordenado, en contraposición al mundo cuadrado, ordenado, preciso, efectivo, limpio, political correct, de los que usan la red simplemente para producir ganancias. Este es un universo maniqueo, en el que sin embargo medran subespecies de argonautas del ciberespacio: los académicos, los investigadores, los creadores, todos ellos encuentran refugio en esta selva amazónica de la red.
¿Qué destino tiene la literatura frente a la red, a las computadoras? Un destino, conjeturo, imperturbable: el libro seguirá existiendo como el fuego, la rueda, el aire y el agua. Quizás el libro técnico y científico se vea afectado. Sería más fácil teclear en una computadora y buscar un tema o una palabra, que leer todo un libro o un capítulo. Pero en el caso de la literatura eso no funciona, pues aquí lo que importa no es la velocidad, sino el placer de la lectura, la ensoñación. ¿Quién, pudiendo disfrutar de un paisaje paradisiaco, preferiría mirarlo desde la ventanilla de un avión?Además está el cine: ¿de dónde puede sacar buenos temas el cine si no es de la literatura? Escribir un guión es una cosa en cierta forma mecánica. Escribir una novela o un cuento es un proceso alquímico que require tiempo y sobre todo un espíritu especial. Es este espíritu el que hará que la literatura no desaparezca. Por el contrario, conjeturo que habrá una reacción y que los libros se volverán como los sitios sagrados de la humanidad: sitios donde se refugia lo que en realidad somos: no productores de dinero ni de manufacturas, sino productores de gracia, de misterio, de sentido.
¿Cuáles son los efectos de la violencia, de la inestabilidad, de la agresividad propia de la sociedad actual, donde la razón económica priva sobre la razón privada, sobre la soberanía de los pueblos y qué efectos tiene esto sobre la literatura? Primero que todo hay que tocar un tema de carácter paradójico: las sociedades violentas e inestables son las que producen la literatura más interesante. Prueba de ello es la comparacón que podemos hacer entre lo que se produce en España y lo que se produce en Hispanoamérica: el vigor de la literatura hispanoamericana es evidente mientras que el esclerosamiento de la española es indudable. También nos podría servir la comparación entre la literatura y el arte colombiano, y la literatura y el arte mexicano: el colombiano es más vital, el mexicano es más aborregado, más cercano al eructo de satisfacción y al bostezo de sueño. La literatura, la buena literatura, la mayor parte de la literatura, nace de la insatisfacción, de la desesperanza, y es por ello que esa literatura refleja de alguna manera esta situación terrible. Uno de los pocos casos de literatura con final feliz, El amor en los tiempos del cólera, fue escrita con la intención de contradecir esta tendencia. La literatura busca la auténtica sensibilidad, incluso la inteligencia; la literatura rosa busca la sensiblería, el embotamiento. Parece que, en términos literarios, la felicidad es cursi y la desgracia fecunda.
Volvemos a nuestra pregunta inicial. ¿Está muriendo la literatura? Como una flor desértica la literatura parece estar muriendo en una parte y floreciendo en otra. Una de las razones por las cuales no está muriendo la litertura es porque ella es necesaria para alimentar no sólo a los lectores, sino a la maquinaria insaciable del cine. El cine necesita buenas historias y éstas generalmente se hallan en las buenas novelas o en los buenos cuentos. Y ello es así porque los que escriben los guiones originales no tienen el tiempo ni la paciencia ni el don alquimista de los auténticos escritores.
Hay en la internet un efecto aturdidor semejante al que se produce cuando un lector entra a una librería bien surtida: es tal la cantidad de información disponible en la red y es tal el número de novedades que salen a las mesas de libros en las librerías, que el internauta y el lector, pueden quedar paralizados, obnubilados y por último inutilizados por todo aquel acerbo acervo de conocimiento y de libros. En auxilio de este inocente internauta y este cándido lector, debe venir un filósofo francés, Henri Bergson. Bergson dice que la función del sistema nervioso central es básicamente eliminativa, y que gracias a ello es que el ser humano no se vuelve loco ante el caudal de sensaciones que lo acometen a cada instante. Así el internetauta y el lector, deben tener bien educada la función discriminativa para poder sobrevivir a la descarga de conocimiento que son la red y la librería. Y ¿qué es el internet sino una inmensa, una inconmensurable biblioteca, un interminable laberinto, en el cual el internetautra tiene que aprender a sobrevivir sin volverse loco?
Es claro que con las anteriores consideraciones no estamos salvando ni a la literatura ni a la humanidad, pero sí defendiendo el papel de la individualidad, de la biodiversidad espiritual. Hay en el mundo literario una gran inquietud por la presunta desaparición de las literaturas nacionales y por la arrolladora presencia de un nuevo tipo de literatura que todos comprenden, todos disfrutan, todos cultivan. Es la literatura trasnacional, promovida por una nueva filosofía que quiere transformar las obras en producto standard. Recientemente en la revista Armas y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, apareció un artículo firmado por Víctor Barrera Enderle. Su título es diciente: “La alfaguarización de la literatura”. Sostiene el autor que la literatura “corre el riesgo de transformarse en un producto de mercado”, que a partir del boom “el autor se ha transformado en un miembro más del mundo del espectáculo”, que muchos de los autores han entrado en una especie de pérdida de identidad, lo que es condición necesaria para que las grandes editoriales, como Alfaguara, Planeta o Seix Barral, contraten sus obras. Se trata de que los autores produzcan obras que puedan ser comprendidas en cualquier parte del mundo por un universo de lectores no precisamente cultos, pero poseedores de poder adquisitivo. El movimiento es, pues, eminentemente comercial, no cultural: las estadísticas son las que determinan lo que se ha de publicar o no. Que esto está repercutiendo en la industria editorial es claro: las pequeñas editoriales, que tenían un proyecto literario serio, están siendo compradas por las trasnacionales. Los escritores ya están perdiendo, en muchos casos muy a su placer y gusto, la intimidad: no sólo que sus vidas se transformen en carne para el chisme de la farándula, sino que ellos son llevados y traídos por las editoriales. La promoción de un PremioAlfaguara o Seix Barral de Novela bien puede llevar a un escritor a visitar treinta o cuarenta países, en los que repite prácticamente lo mismo ante los medios de prensa. ¿Se trata de la prostitución de los escritores? No necesariamente. Así como una editorial transforma a un escritor en uno más de sus vendedores, o en su vendedor estrella, así también los escritores deben aprender a sobrevivir con dignidad a este alud de adulaciones y manipuleos. El objetivo sería regresar a la paz del hogar, después de la batahola, con unos cuantos dólares de más y con el espíritu henchido de justo reconocimiento. El problema residiría en la pérdida del reino de la tranquilidad y la anulación del don de la creatividad. Aquí la salvación sería asunto de carácter.
La pregunta siguiente sería: ¿Esta “alfaguarización” de la literatura, terminará efectivamente con la literatura misma? ¿Se cumplirán las profecías de Marshal Mac Luhan? Dice Mac Luhan: “El hecho de que las sociedades cerradas son el producto de la palabra, del tam-tam o de otras tecnologías del oído permite prever, con el comienzo de la era electrónica, el englobamiento de toda la gran familia humana en una sola tribu global”. ¿Será posible que una docena de autores apoyados por las grandes editoriales se tomen por asalto el mercado mundial y que todos terminemos leyendo los mismos libros, así como gran cantidad de seres humanos han dejado de beber jugo de lulo, maracuyá, betabel para tomar sólo Coca Cola? Esto es lo que está sucediendo, no hay duda, hacia allá vamos. Pero también está creciendo, o debe crecer, una contracorriente, de la cual los escritores deben ser parte, sosteniendo la cuerda de la literatura de calidad, e imponiendo sus productos a las trasnacionales, incluso si es necesario deben publicar sus libros en pequeñas editoriales o en empresas artesanales. Y de esa corriente deben participar ustedes, los estudiosos de la literatura, no cediendo a las presiones para estudiar siempre a los mismos autores, imprimiendo sus individualidades a sus estudios, a sus clases, estimulando la diferencia y luchando contra la homogeneidad.
Y esto que les digo del minúsculo, microscópico mundo de la literatura, puede ser proyectado, ampliado al campo de la vida no literaria, a la ecología, a la política, a la educación. Seguir la corriente dominante ha sido a lo largo de los siglos en camino más fácil para encontrar la muerte pronto, para aborregarse, para negarse, para corromperse.
No dudo que si seguimos al pie de la letra las instrucciones que tan donosa e ingenuamente les he dado, salvaremos a la literatura y a la humanidad de su fin aparentemente inevitable. Y si no la salvamos, por lo menos habremos pasado un buen rato de nuestras vidas con la ilusión de que lo imposible es posible. Y ¿qué es la literatura sino eso: la imposibilidad hecha posible? Muchas gracias.
Marco T. Aguilera Garramuño
Xalapa, 7 de octubre, 2002
Marco Tulio Aguilera
Hace varios años Peter Broad me pidió que inaugurara con una conferencia el Congreso de Literaturas Hispánicas organizado por la Universidad de Indiana en Pennsylvania. El siguiente es el texto de esa conferencia. A ese congreso he asistido tres veces. El próximo año también iré por cuarta vez y de nuevo leeré la conferencia inaugural. (En la foto con Sergio Pitol).
El tema que me propusieron los organizadores de este congreso me hizo recordar las preguntas de mi examen para optar por el masters degree en la Universidad de Kansas en 1976. Ah, Kansas (permítanme una digresión) cuántas cosas no evoca la palabra Kansas en los norteamericanos y en los espectadores del cine norteamericano: Kansas es el campo, es home in the range, where the deers and the anthelopes play. Es The wizard of Oz. Kansas es un cliché, no existe sino como palabra para muchos. Y si fuera cierto lo que dice Borges que en la palabra Nilo está todo el Nilo y en la palabra rosa toda y todas las rosas, pues Kansas cabría en menos de una línea. Pero no es así. Kansas es más grande, mucho más grande, por fortuna. La Universidad de Kansas en Lawerence, que es la que yo conozco, tiene un excelente departamento de Español y además afuera hay campo, un cementerio con inscripciones antiguas, de los tiempos en que una manada de búfalos tardaba dos días en pasar, auténticas vacas cuadriculadas por las highways y muchas otras cosas dignas de verse. Eso hay en Kansas. Decía, cuando se atravesó Kansas en el discurso, que la propuesta para esta conferencia magistral –y la denominación de conferencia magistral daría para otra desviación; por lo pronto implicaría que yo podría enseñarles a ustedes algo que no conocen, es decir, comportarme como maestro ante discípulos, actitud que no comparto, como vereis: no creo en las generalizaciones, no creo que los escritores deban tener licencia para hacer afirmación lapidaria alguna, no pienso que deban ser guías de pueblos, en síntesis, no pienso que puedan ser maestros de nada. Me refiero al hecho de que en su comportamiento civil, fuera de las páginas de sus libros, deban creer que pueden salvar a la humanidad con sus declaraciones. En sus libros sí que pueden salvar a la humanidad y hablar de la China aún sin conocerla, pues el mundo, la humanidad que ellos manejan, es su humanidad, su mundo. Los escritores en la vida civil más bien tienen la misión de extraviar a la gente, de hacerla dudar, de poner a temblar los cimientos que otros más cuerdos han tratado de afirmar. Los escritores en general son gente de peligro, que deberían estar confinados, lejos de las familias y las instituciones respetables.
Decía, cuando se atravesó la segunda digresión, que la propuesta para que yo hablara ante ustedes parecía una pregunta para el masters degree en la Universidad de Kansas: “Hable de alguna forma sobre la actualidad y el futuro de la literatura en el mundo hispanoparlante”. Si estuviera haciendo mi examen de masters degree estaría terriblemente asustado. Nadie que yo conozca puede responder a esta pregunta con autoridad, conocimiento y sin ruborizarse. Y ahora que lo pienso se me ocurre que sí hay quienes puedan responder a esta pregunta sin ruborizarse: Raymond Williams, Seymour Menton y John Brushwood.
Afortunadamente yo no estoy ante un examen de masters, sino ante algo más sencillo: un amable congreso de estudiosos de la literatura hispanoamericana. Conjeturo que no serán, entonces, tan rigurosos como los profesores del masters degree en Kansas, pues no esperan sinceramente verdad alguna, conclusión o iluminación. No esperan que yo vaya a salvar a la tierra del irremediable fin o a proteger el mundo civilizado de las fuerzas del mal o a salvar a la literatura de su irremediable ahogo en medio de las ondas cibernéticas.
De todos modos, como nunca he estado de acuerdo con nadie, mucho menos conmigo mismo, me he atrevido a titular esta conferencia magistral “Breve programa para recuperar a la literatura y a la humanidad de su fin aparentemente inevitable”. Al titularla de esta forma me estaré sometiendo a un tour de force, pues necesariamente tendré que llevarme la contraria a mí mismo y hacer generalizaciones, hablar como lo hacen los escritores que creen poder salvar al mundo y opinar sobre el cielo, la tierra y lo de en medio.
Vamos a sentar unas cuantas tesis en la mesa de debate —debatiré yo conmigo mismo, lo que me da ventajas y también desventajas: de todos modos ganaré el debate y de todos modos lo perderé.
Vamos por una primera tesis: Ya casi no se encuentra buena literarura entre las novedades que se presentan en el mercado. Hay una tendencia a la estandarización, a la cursilisación. Definamos buena literatura: la buena literatura es la que me gusta, me divierte, me absorbe, me apasiona, me sorprende, me ofrece algo nuevo, está bien escrita. Vayamos a un ejemplo: tomé una breve novela de un mexicano que se promueve a un gran nivel, que se ofrece como lo mejor de la literatura mexicana. Es una novela que tiene ciertas vetas de exotismo, un poco de erotismo, mucha fábula. Nunca una novela tan breve me ha costado tanto trabajo terminarla. ¡Qué mal escrita, qué torpeza, qué engolamiento y falta de originalidad! Y publicada por una de las grandes editoriales con fanfarrias y timbales.
Este es un ejemplo nada más, pero un ejemplo sintomático: como esta novela, como esta novedad, salen muchas, o mejor, varias, al escaso mercado latinoamericano y se ofrecen como si fueran literatura auténtica. Si seguimos por ese camino claro que se va a terminar la novela y se va a terminar la literatura. Y es que las tontas editoriales creen que la calidad literaria riñe con el mercado, cuando es absolutamente lo contrario.
Yo entiendo que muchos profesores universitarios, norteamericanos y de otros lugares, contibuyen a crear fantasmas, falsos escritores. A veces novelas llenas de erudición, o con planteamientos de enigmas simplistas u obras escritas de manera expresa para el lucimiento académico, se convierten en grandes obras precisamente porque nadie las lee, nadie las entiende, a nadie interesan. Quedan en las bibliotecas para el deleite de los profesores y la tortura de los alumnos. Yo propondría que regresaramos al cultivo del gusto, al placer de la lectura, al análisis tipo Alfonso Reyes, en el que una mente privilegiada se enfrenta a un libro privilegiado y el resultado es un delirio de la inteligencia, una cristalización joyceana. Propongo que que se creen escuelas de buen gusto literario, a las que asistan los lectores de las editoriales y los profesores universitarios y los comentaristas de libros. Propongo que abandonemos las modas semióticas, estucturalistas, deconstructivistas. La inteligencia se demuestra en la claridad, no en la confusión. La matemática no se hizo para entender la literatura, sino asuntos que por más sutiles sólo comprenden muy pocos. Para entender la literatura sólo basta saber leer, es decir, saber pensar. La literatura debe ser el reino de todos. No digo que sea fácilona, ni que sea democrática ni que sea socialista, sino que sea accesible y coherente, que tenga un equilibrio interno, lejos del hartazgo, incluso si es literatura hermética. No apuesto por la literatura estandarizada, por el best seller que sea plato de todas las mesas, sino por la recuperación de un paraíso que estamos perdiendo: el de la literatura que se puede leer, el de la literatura que obliga a ser leída, la literatura que nadie se puede perder. Recuerdo que en los venturosos días del boom era casi un pecado no leer las obras de García Márquez, Vargas Llosa, Donoso, Cortázar. Es claro que tenían un aparato publicitario grande y que las obras eran novedosas y artísticas.
Hoy el criterio comercial nos quiere hacer pasar gato por liebre e inventa un genio semanal. En Colombia salen por lo menos dos al año, lo mismo sucede en Chile, en Argentina. No hablo de España porque he leído muy poco: Almudena Grandes, Rivas. He tenido en mis manos libros de los best sellers españoles: Reverte, que divierte pero no es literatura; Gala, Muñoz Molina, que ofrecen diversión más oscura, pero que no aportan sino ruido al mundo. Francamente me he dado por vencido muy pronto. Pido perdón por lo que voy a expresar: los escritores españoles de la actualidad en general no me dicen nada.
Hablemos de los grandes premios literarios, en general inventores de embelecos, vendedores de libros al por mayor y deturpadores de la literatura. Creo que para lo único que sirven esos grandes premios es para mantener viva la esperanza de algunos buenos escritores. Yo rasguñé hace un par de años un premio de 170 000 dolares y ello sirvió para saltar desde el nivel de ediciones nacionales, al nivel de una gran editorial. Un paso grande, que sin embargo sólo lleva al siguiente escalón. No al segundo piso y menos a la azotea del edificio, es decir, la fama, la difusión, el universal acatamiento. Y bueno, pienso que lo mejor para un escritor honrado es nunca ganarse un gran premio, sólo aspirar a ellos, como manera de mantener en forma los músculos de la esperanza de salir de la pobreza.
Una vez que un buen escritor gana un premio grande, ya tiene enormes posibilidades de perder la gracia de la literatura. No digo que haya obligación de ser pobre para escribir obras maestras, sino reconocer que la necesidad es la madre de todos los ingenios y que si a mí me dan a escoger entre un viaje al Amazonas y escribir una obra maestra, escojo el viaje al Amazonas, o si me dan a escoger entre un gran amor y escribir una gran novela de amor, escojo el gran amor. Los seres humanos somos básicamente hedonistas. Pocos son los ascetas, los renunciadores, los que prefieren vivir en el desierto. Otra prueba de que la opulencia ofende es que una vez que se tiene todo, sólo le queda a uno la alternativa de perderlo. Los muy ricos terminan siendo drogadictos, corruptos, poco humanos por una de dos razones: o porque consiguieron el dinero con crímenes o porque el dinero los volvió criminales. No hay salida, el dinero es excremento y los ricos no entrarán al cielo. ¿Conclusión? Para ser escritor lo mejor es el justo medio: no morirse de hambre pero tampoco morirse de hartazgo.
Como estoy en camino de hacer un fementida ciencia del estado de la literatura actual, postularé algunos principios. Primero: el de la inercia, que también podríamos llamar de la inferencia matemática: una vez que un autor es bien recibido, muy bien recibido, se produce un proceso de anulación del futuro. Ya no importa lo que escriba: bueno o malo, se venderá. Esto afecta al escritor, que ya no se esforzará por dar una obra de calidad, sino simplemente por dar una obra al mercado. La literatura se vuelve mercancía. Esto ha sucedido con frecuencia: José Donoso, García Márquez, Cortázar, produjeron algunas obras interesantes y luego bajaron el nivel. Sin duda habrá quien me pida pruebas. No voy a darlas, claro, pues esta charla no es la de un científico, sino la de un lector, que se atreve a decir cualquier cosa. Isabel Allende y Laura Esquivel son ejemplos de literatura de segunda que pasa por literatura de primera. Claro que les llueven críticas, pero eso a ellas qué les puede importar. Siguen produciendo sus bodrios. A estas alturas los oyentes se estrán preguntando: ¿Pero quién es éste que se atreve a descalificar a la plana mayor? Eso mismo me pregunto yo constantemente: ¿Quién soy yo? Naturalmente no lo voy a contestar. Entre otras cosas porque no lo sé. Quizás Petrer Broad que lleva años estudiando mis obras y ha comenzado a traducirlas pueda hacerlo con alguna autoridad y pueda responder a esta pregunta con buenos argumentos. Hablemos más del papel de los premios literarios. ¿Por qué se han transformado en algo tan importante? Porque en este momento a las editoriales en general les interesa más la publicidad y las ventas que la literatura. Cada gran editorial quiere tener su propia entrega de Óscares y al ganador se le convierte en un superstar, que llevan a pasear por todo el mundo y a repetir lo mismo en todas partes. Triste papel el de los escritores, que así se convierten en payasos de las editoriales. Pero, como dicen o decimos los mexicanos: ni modo. Ello, nosotros, nos lo buscamos. Los grandes premios son como los sueños de una vida feliz después de décadas de miseria. ¿Quién no se deja tentar por eso? Claro, oigo de ustedes las críticas que están haciendo sonar en mente: no todo es así, hay excepciones, hay editoriales en las que la literatura sí importa. Por fortuna, my god, por fortuna. ¿Qué tal que no fuera sí? Mejor colgamos los tenis y nos mandamos mudar a otra profesión. Quiero mencionar algunas editoriales a las que sí les importa la literatura: en España, Anagrama, Ciruela; en ocasiones Tusquets; ya Seix Barral como que comienza a bestsellearse. En México la editorial Era. En Colombia, Alfaguara comienza a publicar buenos y novedosos textos, entre ellos mi novela El amor y la muerte, que no vacilo en recomendar. En Argentina, Sudamericana. Pero bueno, dejemos las enumeraciones, que para discriminar hay que saber la calidad de muchos productos, y en general yo conozco pocos. Pero volvamos a nuestra interesante pregunta: ¿por qué han cobrado tanta importancia los premios en la literatura hispanoamericana? Porque de la mañana a la noche pueden inventar un producto como Coca Cola y venderlo. Pero no se lo inventan: generalmente ya estaba inventado. Los miembros de los jurados son honestos hasta cierto punto, y a partir de ahí ya se venden al comercio. Me explico: ningún ser humano puede leer 800 novelas y juzgarlas bien en dos meses meses, que es el plazo más o menos normal. Entonces los que leen las obras que se postulan a los premios son otros lectores menos capacitados, que les dan a los jurados prestigiosos y supuestamente honrados, el material ya cribado. Aquí viene la labor de los jurados: establecen un grupo de diez, uno de cinco y uno de dos. Finalmente no gana el mejor sino el que mejores perspectivas económicas tenga. Al final el que decide es el que pone la plata. Y esto sucede en todos los grandes premios aunque hagan declaraciones jurando lo contrario. Y aquí los miembtros de los honorables jurados se venden. Y se han vendido los grandes. Casi nadie se sostiene. Una vez quise sostenerme una decisión cuando fui jurado en un concurso internacional. El resultado fue que me hicieron el vacío, me aislaron de la prensa y terminaron marginándome. Los otros dos miembros decidieron a mis espaldas. ¿Pero entonces por qué los escritores participan en los concursos? Pues porque los pobres escritores no tienen forma de salir adelante, no tienen manera de reunir unas moneditas. El camino largo y honesto de los no premiados es casi imposible: hay que luchar contra hordas de mediocres que son los lectores de las editoriales, los escritores ya establecidos, los comerciantes. Es una ordalía sin límites. Y si uno de estos pobres escritores logra colarse por la puerta de atrás y ganar el Premio Biblioteca Breve o el Alfaguara, pues se salta los baches y adelante. Hay escritores que buscan estos premios porque no tienen otra salida.
Mencionar los autores que que me gustan. Es bueno hacer este tipo de menciones, para conseguir una buena dosis de enemigos. Yo he leido fundamentelmente contemporáneos mexicanos y encuentro mucha basura que hacen pasar por genialidad. Me parecen buenos escritores Sergio Pitol, Eduardo Antonio Parra, Enrique Serna, Luis Arturo Ramos en su primera época. En Colombia: Moreno Durán como cuentista, Germán Espinosa como cuentista, Pedro Gómez Valderrama (ya muerto) como cuentiusta y autor de una novela muy bella, que se llama Otra raya al tigre, Fanny Buitrago con una novela grande cuyo título es Los pañamanes, José Luis Díaz Granados con la novela Las puertas del infierno. En Argentina Mempo Giardinelli, cuya novela Luna Caliente es para mí un clásico. En Bolivia Edmundo Paz Soldán, que trabaja como profesor en Cornell. En Chile Donoso. De Ecuador no he leído recientemente ninguna novela o libro de cuentos. De Venezuela tampoco. De Costa Rica y toda Centroamérica tampoco –comencé a leer Margarita está linda la mar de Sergio Ramírez y no pude terminarla. Los llamados hispanos de Estados Unidos hasta el momento no me han interesado. Oscar Hijuelos me parece bastante mediocre. De Cuba Abilio Estévez.
Pasemos a otro tema, porque según parece tengo que entretenerlos a ustedes 45 minutos, es decir, veinte páginas, y en este momnento sólo llevo 12, en tipo Times New Roman de 14 puntos.
¿Que ha traido la internet a la literatura y a la vida? Primero: impunidad. Uno puede decir lo que quiera sin ser incriminado, puede desnudar sus perversiones, puede calumniar, puede manipular información. Segundo: la internet ha aislado de sus vecinos y amigos a muchos en su casa, pero paradojicamente los ha comunicado con el mundo. Tercero: internet ha puesto la totalidad de la información del mundo en manos de cualquiera que sepa manejar la red. ¿Qué ha traído? Impunidad, aislamiento local y comunicación global y, sobre todo, una sobredosis de información. Es tan poderoso el hechizo de internet que ya hay millones de enfermos mentales que pasan hasta catorce horas babeando frente a la pantalla. Otra cosa que ha traído internet es sexo, sexo a borbotones: con gordas, flacas, chinas, alemanas, gatos, perros, caballos, fetichistas, aparatos y con todo lo que se pueda imaginar. Internet ha solucionado el problema de los tímidos, de los impotentes. Internet permite las permutaciones de identidades, el ocultamiento de los defectos, la deificación.
¿Y a la literatura qué le ha traído? ¿Será cierto que la pantalla acabará con los libros? ¿Han tenido ustedes la experiencia de leer una novela completa en pantalla? Es lo más desagradable del mundo. A nadie, que yo conozca, le gusta leer un libro de buena literatura sentado, con la espalda recta, mirando una pantalla gigante. Los buenos libros se disfrutan cuando uno está acostado en la cama o tendido en un sofá o estirado como un feliz gato, cuando uno puede cambiar de posición constantemente, cuando uno puede separar los ojos de las páginas y quedarse mirando un horizonte invisible. Con la pantalla no se puede hacer eso: la pantalla es mágica, maldita, absorbe, traga, anula. Por eso es que hay tantos dolores de espalda entre los usuarios de las computadoras: porque la diosa pantalla convierte en piedra a sus adoradores y les hace permanecer allí, en la misma posición durante horas. Internet es el reino de la guerra entre el bien y el mal, entre el orden y el desorden, entra la construcción y la destrucción. Internet es una reproducción perversa del universo: y es perversa porque es desencarnada, despiadada, sin sentimientos. Internet es una creación divina que el diablo usa con endablada habilidad. Hace poco mi esposa, que es medio filósofa y todavía cree en Dios y en el diablo, me preguntó: ¿por qué crees que el diablo quiere llevarse al infierno a todas las almas que pueda? Estuvimos reflexionando sobre ese asunto y llegamos a algunas conclusiones. Uno: que las almas en general son bastante inútiles para quienes no son sus legítimos poseedores. Dos: que el diablo quiere las almas no por lo que valen o representan, sino porque mientras más almas tenga el diablo en el infierno, menos almas tiene Dios en el cielo. Y por consiguiente Dios se verá perjudicado, pues él las quisiera todas, para que le entonen loas y además para que esas almas queridas sean felices. En otras palabras: el diablo quiere todas esas almas para perjudicar a Dios. Las quiere por envidia, las quiere para vengarse de Dios, que lo expulsó del paraíso. Pues los demonios de este universo que es la internet, son los hackers, los inventores de virus, los que utilizan la red para sus perversos propósitos pedófilos, fetichistas, etcétera. Esos demonios quieren destruir la red, contaminarla, ensuciarla, llenarla de basura, pues el mundo perfecto de esos, llamémoslos “malvados”, pues la palabra la puso de moda este genial presidente que tienen ustedes, mister Bush, el mundo perfecto de estos malvados, es un mundo contaminado, un mundo dark, sórdido, desordenado, en contraposición al mundo cuadrado, ordenado, preciso, efectivo, limpio, political correct, de los que usan la red simplemente para producir ganancias. Este es un universo maniqueo, en el que sin embargo medran subespecies de argonautas del ciberespacio: los académicos, los investigadores, los creadores, todos ellos encuentran refugio en esta selva amazónica de la red.
¿Qué destino tiene la literatura frente a la red, a las computadoras? Un destino, conjeturo, imperturbable: el libro seguirá existiendo como el fuego, la rueda, el aire y el agua. Quizás el libro técnico y científico se vea afectado. Sería más fácil teclear en una computadora y buscar un tema o una palabra, que leer todo un libro o un capítulo. Pero en el caso de la literatura eso no funciona, pues aquí lo que importa no es la velocidad, sino el placer de la lectura, la ensoñación. ¿Quién, pudiendo disfrutar de un paisaje paradisiaco, preferiría mirarlo desde la ventanilla de un avión?Además está el cine: ¿de dónde puede sacar buenos temas el cine si no es de la literatura? Escribir un guión es una cosa en cierta forma mecánica. Escribir una novela o un cuento es un proceso alquímico que require tiempo y sobre todo un espíritu especial. Es este espíritu el que hará que la literatura no desaparezca. Por el contrario, conjeturo que habrá una reacción y que los libros se volverán como los sitios sagrados de la humanidad: sitios donde se refugia lo que en realidad somos: no productores de dinero ni de manufacturas, sino productores de gracia, de misterio, de sentido.
¿Cuáles son los efectos de la violencia, de la inestabilidad, de la agresividad propia de la sociedad actual, donde la razón económica priva sobre la razón privada, sobre la soberanía de los pueblos y qué efectos tiene esto sobre la literatura? Primero que todo hay que tocar un tema de carácter paradójico: las sociedades violentas e inestables son las que producen la literatura más interesante. Prueba de ello es la comparacón que podemos hacer entre lo que se produce en España y lo que se produce en Hispanoamérica: el vigor de la literatura hispanoamericana es evidente mientras que el esclerosamiento de la española es indudable. También nos podría servir la comparación entre la literatura y el arte colombiano, y la literatura y el arte mexicano: el colombiano es más vital, el mexicano es más aborregado, más cercano al eructo de satisfacción y al bostezo de sueño. La literatura, la buena literatura, la mayor parte de la literatura, nace de la insatisfacción, de la desesperanza, y es por ello que esa literatura refleja de alguna manera esta situación terrible. Uno de los pocos casos de literatura con final feliz, El amor en los tiempos del cólera, fue escrita con la intención de contradecir esta tendencia. La literatura busca la auténtica sensibilidad, incluso la inteligencia; la literatura rosa busca la sensiblería, el embotamiento. Parece que, en términos literarios, la felicidad es cursi y la desgracia fecunda.
Volvemos a nuestra pregunta inicial. ¿Está muriendo la literatura? Como una flor desértica la literatura parece estar muriendo en una parte y floreciendo en otra. Una de las razones por las cuales no está muriendo la litertura es porque ella es necesaria para alimentar no sólo a los lectores, sino a la maquinaria insaciable del cine. El cine necesita buenas historias y éstas generalmente se hallan en las buenas novelas o en los buenos cuentos. Y ello es así porque los que escriben los guiones originales no tienen el tiempo ni la paciencia ni el don alquimista de los auténticos escritores.
Hay en la internet un efecto aturdidor semejante al que se produce cuando un lector entra a una librería bien surtida: es tal la cantidad de información disponible en la red y es tal el número de novedades que salen a las mesas de libros en las librerías, que el internauta y el lector, pueden quedar paralizados, obnubilados y por último inutilizados por todo aquel acerbo acervo de conocimiento y de libros. En auxilio de este inocente internauta y este cándido lector, debe venir un filósofo francés, Henri Bergson. Bergson dice que la función del sistema nervioso central es básicamente eliminativa, y que gracias a ello es que el ser humano no se vuelve loco ante el caudal de sensaciones que lo acometen a cada instante. Así el internetauta y el lector, deben tener bien educada la función discriminativa para poder sobrevivir a la descarga de conocimiento que son la red y la librería. Y ¿qué es el internet sino una inmensa, una inconmensurable biblioteca, un interminable laberinto, en el cual el internetautra tiene que aprender a sobrevivir sin volverse loco?
Es claro que con las anteriores consideraciones no estamos salvando ni a la literatura ni a la humanidad, pero sí defendiendo el papel de la individualidad, de la biodiversidad espiritual. Hay en el mundo literario una gran inquietud por la presunta desaparición de las literaturas nacionales y por la arrolladora presencia de un nuevo tipo de literatura que todos comprenden, todos disfrutan, todos cultivan. Es la literatura trasnacional, promovida por una nueva filosofía que quiere transformar las obras en producto standard. Recientemente en la revista Armas y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, apareció un artículo firmado por Víctor Barrera Enderle. Su título es diciente: “La alfaguarización de la literatura”. Sostiene el autor que la literatura “corre el riesgo de transformarse en un producto de mercado”, que a partir del boom “el autor se ha transformado en un miembro más del mundo del espectáculo”, que muchos de los autores han entrado en una especie de pérdida de identidad, lo que es condición necesaria para que las grandes editoriales, como Alfaguara, Planeta o Seix Barral, contraten sus obras. Se trata de que los autores produzcan obras que puedan ser comprendidas en cualquier parte del mundo por un universo de lectores no precisamente cultos, pero poseedores de poder adquisitivo. El movimiento es, pues, eminentemente comercial, no cultural: las estadísticas son las que determinan lo que se ha de publicar o no. Que esto está repercutiendo en la industria editorial es claro: las pequeñas editoriales, que tenían un proyecto literario serio, están siendo compradas por las trasnacionales. Los escritores ya están perdiendo, en muchos casos muy a su placer y gusto, la intimidad: no sólo que sus vidas se transformen en carne para el chisme de la farándula, sino que ellos son llevados y traídos por las editoriales. La promoción de un PremioAlfaguara o Seix Barral de Novela bien puede llevar a un escritor a visitar treinta o cuarenta países, en los que repite prácticamente lo mismo ante los medios de prensa. ¿Se trata de la prostitución de los escritores? No necesariamente. Así como una editorial transforma a un escritor en uno más de sus vendedores, o en su vendedor estrella, así también los escritores deben aprender a sobrevivir con dignidad a este alud de adulaciones y manipuleos. El objetivo sería regresar a la paz del hogar, después de la batahola, con unos cuantos dólares de más y con el espíritu henchido de justo reconocimiento. El problema residiría en la pérdida del reino de la tranquilidad y la anulación del don de la creatividad. Aquí la salvación sería asunto de carácter.
La pregunta siguiente sería: ¿Esta “alfaguarización” de la literatura, terminará efectivamente con la literatura misma? ¿Se cumplirán las profecías de Marshal Mac Luhan? Dice Mac Luhan: “El hecho de que las sociedades cerradas son el producto de la palabra, del tam-tam o de otras tecnologías del oído permite prever, con el comienzo de la era electrónica, el englobamiento de toda la gran familia humana en una sola tribu global”. ¿Será posible que una docena de autores apoyados por las grandes editoriales se tomen por asalto el mercado mundial y que todos terminemos leyendo los mismos libros, así como gran cantidad de seres humanos han dejado de beber jugo de lulo, maracuyá, betabel para tomar sólo Coca Cola? Esto es lo que está sucediendo, no hay duda, hacia allá vamos. Pero también está creciendo, o debe crecer, una contracorriente, de la cual los escritores deben ser parte, sosteniendo la cuerda de la literatura de calidad, e imponiendo sus productos a las trasnacionales, incluso si es necesario deben publicar sus libros en pequeñas editoriales o en empresas artesanales. Y de esa corriente deben participar ustedes, los estudiosos de la literatura, no cediendo a las presiones para estudiar siempre a los mismos autores, imprimiendo sus individualidades a sus estudios, a sus clases, estimulando la diferencia y luchando contra la homogeneidad.
Y esto que les digo del minúsculo, microscópico mundo de la literatura, puede ser proyectado, ampliado al campo de la vida no literaria, a la ecología, a la política, a la educación. Seguir la corriente dominante ha sido a lo largo de los siglos en camino más fácil para encontrar la muerte pronto, para aborregarse, para negarse, para corromperse.
No dudo que si seguimos al pie de la letra las instrucciones que tan donosa e ingenuamente les he dado, salvaremos a la literatura y a la humanidad de su fin aparentemente inevitable. Y si no la salvamos, por lo menos habremos pasado un buen rato de nuestras vidas con la ilusión de que lo imposible es posible. Y ¿qué es la literatura sino eso: la imposibilidad hecha posible? Muchas gracias.
Marco T. Aguilera Garramuño
Xalapa, 7 de octubre, 2002
9 comentarios
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