René Avilés Fabila habla sobre la Historia de todas las cosas de Garramuño
marzo 01, 2012René Avilés Fabila | 27.02.12 Columnistas
A Marco Tulio Aguilera Garramuño, de origen colombiano, lo conocí en Monterrey en 1975. Yo era joven y apenas había publicado tres libros. Marco Tulio era mucho más joven y había editado igual número. Era, por añadidura, un promotor cultural de excelencia. Impetuoso y de amplia generosidad, algo poco común entre escritores. Marco Tulio me invitó a dar una conferencia y hasta allá fui.
Marco Tulio fue famoso desde su primera obra publicada en Buenos Aires. Su bibliografía es impresionante y tengo la certeza de que todos los que se acercan a sus libros deben aceptar que están ante un escritor poderoso, inquieto, conocedor del lenguaje y un eterno explorador de estructuras. Destaco algunos títulos: Mujeres amadas, Cuentos en lugar de hacer el amor, Cuentos para antes de hacer el amor, Agua clara en el Alto Amazonas e Historia de todas las cosas. Vale la pena señalar que hay en el autor lo que Sabines llamaría un amoroso. Escribe un erotismo inquietante y maravilloso, por ello el autor ha comentado libros ejemplares en tal sentido: Lolita. En su conferencia “El gran modelo (notas sobre el erotismo y la literatura)”, Marco Tulio se define en este sentido: como un autor pleno de erotismo en cuya estirpe se encuentran Miller y Lawrence. Si escribir una novela es una insolencia, como dice Marco Tulio, Historia de todas las cosas, en su intento totalizador, es una insolencia infinita.
A pesar de su éxito nacional e internacional, de ser un autor bien conocido y respetado por sus méritos literarios, por su vida deportiva y sus inquietudes de promotor cultural, Marco Tulio prefiere una vida no tan pública. Rehúye el contacto con el poder y prefiere tratar a sus pares en cierta intimidad. Su espíritu aventurero puede ser notado en un libro como el citado Agua clara en el Alto Amazonas. De su abultada bibliografía destaca la edición actual de Historia de todas las cosas, un libro físicamente hermoso, lleno de experiencias de vida, de letras y de historias deslumbrantes. Sus personajes son todos extraños, poco comunes. La manera en que el narrador los presenta y describe, los hace hablar, los escenarios donde se mueven son, sobre todo, tropicales. Es un mundo de sol, de luminosidad extrema.
Su vida, contada por el mismo Marco Tulio en un texto breve capaz de ser encontrado en internet, es muy veloz, va y viene, viaja, está en mil actividades. Pronto conoce el éxito. En Jalapa se convierte en escritor sedentario. Sin embargo, no es así en su prosa narrativa ni en su actitud frente a los demás. Hay quien lo encuentra arrogante. Es retador, como es posible apreciar en un texto excelente y ameno: “Encuentros con García Márquez”. Eso a muchos puede no gustarle, a mí me parece una conducta adecuada. La hallo divertida y sincera. Así lo recuerdo en Monterrey en 1975, así lo he visto en el DF, Puebla y Jalapa.
Vicente Leñero alguna vez me dijo que todos los oficios y los viajes, los romances y los choques con otras personas, resultan susceptibles de transformarse en literatura. Eso exactamente ha hecho Marco Tulio. Breve historia de todas las cosas, Mujeres amadas, y Paraísos hostiles son libros de gran importancia para las letras latinoamericanas. Todos tienen buenos tirajes y ventas, están traducidos. Sin embargo, no tiene el reconocimiento que debería tener. Esto lo digo luego de leer su Historia de todas las cosas, obra que conocí bajo el título de Breve historia de todas las cosas, novela inicial, publicada en Argentina y que ameritó comentarios de críticos exigentes: John Brushwood, Seymour Menton, Wolfgang Luchting (por cierto, traductor de Vargas Llosa al alemán), Gustavo Álvarez Gardeazábal y otros más.
Historia de todas las cosas es rica, posee un lenguaje provocativo, como en general lo es el autor. Sus personajes son espléndidos, viven y se atreven a saltar de las páginas para contarnos de viva voz, con sus palabras y términos locales, un sinfín de historias que para un mexicano del DF resultan exóticas, semejante impresión me produjo en 1967 la lectura de Cien años de soledad. La de Marco Tulio es una novela de intensidad poética y hermosas metáforas, una y otra vez sometida a una impúdica revisión. No hay palabras que estén de más o de menos. Es una novela exacta y un intento de capturar las pasiones y los sentimientos humanos, tal como lo hizo Balzac.
Que yo admire esta novela no significa que vea como hermanas menores las otras o los cuentos de Marco Tulio. Son distintos. Aquí es donde este colombiano y otro, García Márquez, se separan largamente. En el segundo, si uno lee con detenimiento las obras anteriores a Cien años de soledad, se da cuenta que son portentosos ensayos para llegar a su obra maestra. Dentro del resto, hay libros que apenas se sostienen, como El general en su laberinto, una terquedad más de Álvaro Mutis que del propio Gabo. La figura inmensa de Bolívar es humanizada a tal grado que pierde dignidad, se achica.
Me alegra estar en 2012 hablando de un libro y de un autor que conocí en 1975 y cuya amistad he mantenido. Coincido con una idea expresada en la cuarta de forros de este libro: ha creado su propio mundo, parece poco, es mucho.
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