El arte de la novela: Mujeres enamoradas, de D.H. Lawrence
mayo 04, 2013
La sacralidad y los misterios de las pasiones sensuales
Tercera
sesión de El arte de la novela en la Escuela para Escritores de
Xalapa.23 de agosto 2002
(Tomado de los documentos hallados en el disco duro)
Pero antes un comercial: Hoy, alas 8 pm en la Feria Internacional del Libro Universitario, dictaré una conferencia en la que haré una especie de paseo por mi vida basándome en mis cuentos.

Gerald y Gudrun detestan y se burlan de
la perspectiva de tener un hogar y una estabilidad y se empeñan en un largo
duelo, tratando de encontrar un punto de contacto a partir del cual establecer
una relación duradera, que no sacrifique las aspiraciones de uno y otra.
La otra pareja está conStituida por Rupert Birkin —obvio
portavoz de Lawrence en la novela—: intelectual brillante, medio ocioso,
siempre teorizante, de débil
constitución, que avanza hacia una relación con Úrsula, hermana de Gudrun. La
pareja Rupert Birkin-Ursula se entrega al amor sin reservas después de largos
acercamientos y disquisiciones
Mujeres enamoradas movió
al escándalo, no sólo por los conceptos
negativos hacia el matrimonio, en contra de la Inglaterra de sus tiempos, a la
que consideraba corrupta de pies a cabeza, sino por las insinuaciones de la
conveniencia del amor entre hombres. Las dos parejas hombre-mujer se acercan,
pero también se acercan los hombres, planteando una nueva posibilidad de
relación, una relación que subrepticiamente se plantea como superior a la de
hombre-mujer; una relación que Rupert Birkin no alcanza a definir pero a la
cual aspira y que defiende recurriendo a argumentos de todos los campos
posibles.
En la obra hay una racionalización obstinada de las
conveniencias del establecimiento de complicidades —“pactos de sangre”,
“hermandades”— entre hombres. Las mujeres, se plantea, nunca podrán entender
los misterios de la amistad íntima entre hombres. La relación entre hombres,
plantea de forma oblicua Lawrence, permitiría un encuentro entre superiores.
Otro tema frecuente en la novela es la corrupción de
Inglaterra y la humanidad en general, su avance irremediable hacia el fin.
Birkin llega a plantear que sería mejor un mundo en el que desapareciera por
completo la raza humana y subsistieran sólo la tierra, la fauna, la flora, todo
lo que es natural, libre de razonamiento y de finalidad ulterior.
El capítulo XIII de Mujeres enamoradas presenta con
gran minuciosidad y despliegue lógico la lucha esencial del espíritu masculino
contra el espíritu femenino: la voluntad de poder (es clara la presencia de
Nietzsche en las argumentaciones de Lawrence) y la hipotética superioridad del hombre, frente a
la voluntad de amor de la mujer y su irreductible secreto. El capítulo XIII está estructurado como una
batalla de poderes: la lucha entre Úrsula —mujer de fuertes convicciones,
carácter agresivo e independiente— y Rupert Birkin, aristócrata de la
imaginación, que no se atreve, por orgullo o individualismo, a llamar a sus
sentimientos “amor”.
En esta novela se percibe una gran dificultad, una tensión
constante, entre los personajes, que
buscan relacionarse: toda relación es impura: es de atracción y también de
repulsión. Hay una especie de falta de naturalidad, de ausencia de espontaneidad,
que refleja tal vez la cultura individualista (narcisista) propia de
Inglaterra, no sólo en el período de industrialización, sino posteriormene, e
incluso, antes, durante la época del esplendor del Imperio Británico. La
defensa de la superioridad racial y cultural del hombre blanco, rubio,
anglosajón, es motivo importante en Mujeres enamoradas. Esta superioridad se
ve particularmente encarnada en el ejemplar masculino que es Gerald Circh. El
narrador reitera la exaltación de la belleza y el fulgor de los rubios de ojos
azules, como representantes de lo mejor y lo más rescatable de la raza humana.
Otro motivo, más pálido, sin duda, es la
alabanza a la belleza femenina, a su suavidad, sensibilidad, misterio y sentido
de la tragedia cotidiana. Un tercer motivo es el canto a las clases dominantes,
y la especie de pena o menosprecio que suscitan los humildes.
La ideología conservadora, individualista, permea toda la
novela y encuentra su mejor representante en Gerald Circh, que se resiste a
entregar su individualidad, y que sin embargo topa con el duro peñasco de una
personalidad irreductible como la de Gudrun, espíritu artístico, que lo domina,
lo dobla y termina por vencerlo —el modelo sobre el que trabajó Lawrence para
crear su personaje, fue, según los estudiosos, la escritora Katherine Mansfield.
Desde el punto de vista del narrador omnisciente se compara
a la mujer con la yegua que se encabrita frente al tren que pasa y que es
obligada por el jinete Gerald Circh a
soportar el ruido, el peligro, el terror
que le ocasiona la máquina estruendosa que pasa a escasos centímetros de su
hocico; luego se compara a Ursula y Rupert Birkin con un par de gatos en celo,
que se cortejan. El gato de Birkin, según Birkin mismo, muestra una sabiduría
superior, que subyuga a la gata salvaje, como los hombres, con su sabiduría
superior deben subyugar a la mujer.
Cuando
Úrsula y Birkin finalmente se rinden (despúes de casi 400 páginas de
razonamientos, escaramuzas y escenas) a los placeres del cuerpo, lo hacen bajo
el puente donde los mineros acostumbran hacer el amor con sus amigas. En ello
hay un mensaje implícito: si los seres superiores se entregan a los deleites
del cuerpo, están condescendiendo a ser como la gente vulgar, como el bajo
pueblo. El amor es sometimiento de un ser inferior a un ser superior: esta idea
es la que a lo largo de la novela mantiene a los sexos en lucha y la que vivió
el mismo Lawrence durante su turbulenta vida amorosa.
D.H. Lawrence fue uno de los pioneros de la literatura,
posterior a la época victoriana en Inglaterra,
que se atrevió a acercarse al cuerpo, a los placeres de la sensualidad y
la sexualidad, pero lo hizo indirectamente, por medio de símbolos y de
alusiones, muy lejos de la cercanía y el desparpajo con que Henry Miller
trataría los mismos asuntos. En Mujeres enamoradas hay varias escenas de
elevado contenido erótico, pero éste se halla mezclado o matizado con todo tipo de velos bíblicos, míticos,
místicos. De todos modos las alusiones, los tapujos, los símbolos que Lawerence
usó en esta novela para velar los pasajes
eróticos fueron estudiados con minuciosidad y alevosía: ello hizo que tuviera
graves problemas con la censura. Un párrafo nos mostrará la forma típica de
aludir a lo sexual en esta obra:
Gudrun se inclinó a besarle apasionadamente, pero con tanta pasión que él
quedó extrañado (...) Estaba contento de que le besara. Parecía como si
quisiera llegar al fondo de su corazón con sus besos, como si quisiera llegar a
su fuente de vida. Y quería que tocara la fuente de su ser, era lo que más
deseaba.
Hay
varias lecturas posibles del anterior fragmento: una de orden místico y otra de
orden estrictamente sexual; una tercera, que mezcla los dos; una cuarta,
simbólica. Se toca el tema del contacto físico, sexual, pero se le dan
connotaciones trascendentales, que lo elevan. De todos modos tal elevación no
fue suficiente para apaciguar a los censores de Lawrence.
Pero, ¿qué es lo que las mujeres
quieren en el fondo?”, pregunta Gerald.
“Dios lo
sabe”, responde Birkin. “Cierto tipo de satisfacción en una repulsión básica,
supongo. Parece que se arrastran por un profundo túnel de oscuridad, y nunca
estarán satisfechas hasta que hayan llegado al final”.
Aquí
tal vez se halle un punto medular de la novela: se habla de la imposibilidad de
que las mujeres amen y se dice que de alguna forma ellas encuentran en el
contacto una especie de repulsión que se esfuerzan por superar. A esta
repulsión, afirma, llaman “amor”. Pero ninguna superación del rechazo, ninguna
experiencia bastará para colmar a la mujer: ellas nunca estarán están
satisfechas. La misoginia, o por lo menos el temor o la reserva hacia las
mujeres, son evidentes en Birkin, como lo fueron en Lawrence, que nunca pudo
establecer una relación armoniosa con una mujer.
La siguiente escena ejemplifica la imposibilidad, implícita
en la novela, de la mujer para darse por completo:
Úrsula
podía entregarse a sus iniciativas masculinas. Pero no podía ser ella misma, no
se atrevía a adelantarse totalmente desnuda e ir así ante su desnudez,
abandonándose en una pura fe con él. O bien se abandonaba totalmente a él, o
bien se apoderaba de él y tomaba toda su alegría y contento de él. Y gozaba de
él plenamente, pero nunca estaban plenamente juntos, en el mismo momento,
siempre había uno que se quedaba un poco
por fuera. A pesar de todo ella estaba contenta en la esperanza, gloriosa y
libre, llena de vida y de libertad. Y seguía siendo suave y paciente, por
ahora.
Lawrence escribió sobre la insatisfacción de la
mujer, sobre el poder y la vanidad del macho y también sobre sus debilidades y
esplendores. Sin embargo, más allá de este enfrentamiento de dos corrientes: la
del macho y la de la hembra, planteaba otro enfrentamiento y otra búsqueda, la
del macho en persecusión del macho. En su novela, que asume claramente tonos
didácticos, de alguna forma llegó a la conclusión de que hay una radical
imposibilidad de comunicación entre el macho y la hembra, plantea que el único
punto de encuentro se halla en la expresión de una sexualidad claramente
marcada por lo bestial. El tema de la homosexualidad masculina no lo afronta
Lawrence del todo, lo deja como territorio de la utopía.
Sin
embargo, allende la relación macho-hembra y la relación macho-macho, hacia el
final de la novela, después de un fallido intento de concretar la relación
entre el espléndido Gerald Circh y la irreductible Gudrun, aparece un nuevo
elemento, que no es ni macho ni hembra, sino espíritu artístico prácticamente
puro, casi mecánico. Se trata de Loerke, artista judío, que trastorna del todo
a Gudrun, haciéndole concebir que sí hay posibilidad de comunicación entre un
hombre y una mujer, pero lejos del plano corporal, en el territorio de las
esencias, del arte, de las ideas supremas.
Mujeres enamoradas es
una novela de extremos, de caricaturas,
de posiciones radicales, claramente racista y etnocentrista. Ningún personaje
parece un ser humano pleno: todos son de alguna manera unilaterales, radicales,
sin matices. Todos los valores de la época son cuestionados. Se ha tildado a la
novela de apocalíptica porque busca por todos los medios socavar el viejo orden
social. Se ha utilizado a Lawrence como estandarte de una especie de liberación sexual. No hay duda que Henry
Miller lo leyó con atención. Se ha dicho que Lawrence es un mal escritor que
escribió buenas novelas. Una verdad es que en las casi mil páginas de Mujeres enamoradas hay
reflexiones inquietantes y válidas sobre
el amor, las mujeres, los hombres, el homosexualismo, la raza, el destino. Hay
discursos moralistas y alegatos machistas y fascistoides. Hay un defensa de la
“frialdad nórdica”, frente al “culto africano a la sensualidad”. Hay intentos
de plantear la necesidad del ascetismo,
aunque los personajes no puedan practicarlo y terminen entregándose a sus
impulsos. Un aspecto equilibrante de esta novela de extremos es que todas las
razones, todos los argumentos, tienen sus complementarios, sus anversos y son
expuestos casi con el mismo entusiasmo.
No
es paradójico que la novela concluya con la muerte del macho magnífico y el
triunfo, o por lo menos la supervivencia, de la hembra libre, artística,
cosmopolita, decidida. Hay, es claro, un canto a la libertad, un rechazo a la
familia, un deseo de vivir grandes emociones que no se podrían encontrar en la
rutina. Todo ello dentro de una estructura de novela decimonónica, que nos
permite introducirnos en la mente de los personajes, mediante el trámite del discurso indirecto.
De nada
le valió a Lawrence poner sus ideas en labios ajenos: de todos modos fue
perseguido por los conceptos que defendieron sus personajes. Vivió soñando con
una sociedad utópica, lejos de la civilización, en la que hubiera libertad
sexual irrestricta. La persecusión es, claramente, el destino de todos los
autores que rompen con las convenciones y se enfrentan a su época.
En un
prólogo a Mujeres
enamoradas, escrito en 1919,
Lawrence escribió: “Esta novela pretende ser tan sólo un relato del deseo del
escritor, de sus aspiraciones, de sus luchas: en una palabra, un relato de las
experiencias más profundas del yo”. Y también agrega: “Los misterios y las
pasiones sensuales son tan sagrados como los misterios y las pasiones
espirituales”.
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