Un hombre que tenía por característica principal ser muy lujurioso, y cuya esposa era poco aficionada a los deleites del cuerpo y extremadamente dada a los reproches, regaños y discursos, soñó que al morir iba a ir al sitio donde dicen que van los musulmanes: un sitio donde los hombres tienen a su disposición a 11 000 vírgenes.
Y en efecto murió y llegó al sitio donde lo
esperaban sus 11 000 vírgenes.
Ebrio y alucinado por la dicha, se dispuso a comenzar el disfrute de su imposible harem.
Cuando se quiso aplicar a la ardua tarea descubrió con más espanto que pena que de su
bajo vientre colgaba un pingajo sin voluntad alguna.
Las 11 000 vírgenes se unieron indignadas para pedirle a gritos lo que ya no iba a poder cumplir por el resto de la eternidad.
-Amigo, no te esfuerces -le dijo un pesaroso que ya llevaba siglos sufriendo el mismo tormento - a partir de ahora y hasta siempre recibirás los reclamos no de una sino de 11 000 infames y despiadadas, que comparadas con tu esposa, serán lo que todas las arenas de desiertos y las playas del mundo son a una íngrima partícula de polvo.
Las 11 000 vírgenes se unieron indignadas para pedirle a gritos lo que ya no iba a poder cumplir por el resto de la eternidad.
-Amigo, no te esfuerces -le dijo un pesaroso que ya llevaba siglos sufriendo el mismo tormento - a partir de ahora y hasta siempre recibirás los reclamos no de una sino de 11 000 infames y despiadadas, que comparadas con tu esposa, serán lo que todas las arenas de desiertos y las playas del mundo son a una íngrima partícula de polvo.
Rescatado del disco duro, octubre de 2009
Primer juicio crítico...
Mi querdida amiga Lirian Marulanda, primera lectora de la mayoría de mis libros, me escribe sus primeras impresiones de la lectura de mi libro El imperio de las mujeres. Cuentos EN LUGAR de hacer el amor.
Como de costumbre Liriam, estimada bruja y sabia en más de un aspecto, no se mide en sus elogios. No se crean, lectores amigos, lectores enemigos y lectores neutros, que mi amiga es benévola. En más de una ocasión ha vapuleado mis textos. (Acostumbraba decir que yo era pésimo novelista y buen cuentista, hasta que leyó el manuscrito de Historia de todas las cosas y cambió de opinión). Su anterior comentario fue precisamente para mi novela inédita Historia de todas las cosas. Pueden hallarlo en este mismo blog. Tampoco en ese caso reprimió sus elogios. No les digo que le crean sus ditirambos o que no se los crean. Es su percepción de mis libros. Tal vez obnibilada por el viejo afecto que conserva hacia mí desde los días en que éramos compañeros en la Universidad del Valle. He aquí su carta. Es el primer comentario que se hace a este libro, cuya portada y contraportada podrán ver mis lectores.
Marco: He podido robarle un poco de tiempo a los compromisos laborales y los he dedicado a tí. Gracias por El Impero de las Mujeres, gracias te doy en nombre de todos aquellos que lean o lleguen a tener en sus manos tu hermoso y bello regalo. Por favor no me pidas ni análisis ni críticas, no lo voy a hacer. Me he gratificado y sentido feliz, caminado de la mano de cada una de tus frases, de tus pequeñas e inconmesurables historias que llevan a la meditación, a mirarnos a nosotros mismos a través de tus fantasias y realidades. Ya antes conocí a Lina María y me enamoré de ella, a Oweena la conocí en gestación en las milnosecuentas páginas, las chicas del imperio me parecen familiares, creo que las he disfrutado en otros momentos de tu "Historia de Vida", la Manzana de Adan me llevó a evocar aquellas tardes de locura por los pasillos de la Univalle y la Sonrisa en la Espesura es la sublime realidad del amor prohibido. No puedo escoger, no se cual me gusta más y porqué, solo los disfruto, los leo y vuelta a leer como si los fuera a perder, como si existiera la posibilidad de que el olvido me los robara de la memoria.
Me reafirmo y vuelta a reafirmar desde "el Principio de tus Tiempos": Marco Tulio es el mejor cuentista de la lengua castellana. Gracias amigo, gracias por este hermoso e inolvidable regalo, gracias.
Lirian Marulanda
Primer juicio crítico...
Mi querdida amiga Lirian Marulanda, primera lectora de la mayoría de mis libros, me escribe sus primeras impresiones de la lectura de mi libro El imperio de las mujeres. Cuentos EN LUGAR de hacer el amor.
Como de costumbre Liriam, estimada bruja y sabia en más de un aspecto, no se mide en sus elogios. No se crean, lectores amigos, lectores enemigos y lectores neutros, que mi amiga es benévola. En más de una ocasión ha vapuleado mis textos. (Acostumbraba decir que yo era pésimo novelista y buen cuentista, hasta que leyó el manuscrito de Historia de todas las cosas y cambió de opinión). Su anterior comentario fue precisamente para mi novela inédita Historia de todas las cosas. Pueden hallarlo en este mismo blog. Tampoco en ese caso reprimió sus elogios. No les digo que le crean sus ditirambos o que no se los crean. Es su percepción de mis libros. Tal vez obnibilada por el viejo afecto que conserva hacia mí desde los días en que éramos compañeros en la Universidad del Valle. He aquí su carta. Es el primer comentario que se hace a este libro, cuya portada y contraportada podrán ver mis lectores.
Marco: He podido robarle un poco de tiempo a los compromisos laborales y los he dedicado a tí. Gracias por El Impero de las Mujeres, gracias te doy en nombre de todos aquellos que lean o lleguen a tener en sus manos tu hermoso y bello regalo. Por favor no me pidas ni análisis ni críticas, no lo voy a hacer. Me he gratificado y sentido feliz, caminado de la mano de cada una de tus frases, de tus pequeñas e inconmesurables historias que llevan a la meditación, a mirarnos a nosotros mismos a través de tus fantasias y realidades. Ya antes conocí a Lina María y me enamoré de ella, a Oweena la conocí en gestación en las milnosecuentas páginas, las chicas del imperio me parecen familiares, creo que las he disfrutado en otros momentos de tu "Historia de Vida", la Manzana de Adan me llevó a evocar aquellas tardes de locura por los pasillos de la Univalle y la Sonrisa en la Espesura es la sublime realidad del amor prohibido. No puedo escoger, no se cual me gusta más y porqué, solo los disfruto, los leo y vuelta a leer como si los fuera a perder, como si existiera la posibilidad de que el olvido me los robara de la memoria.
Me reafirmo y vuelta a reafirmar desde "el Principio de tus Tiempos": Marco Tulio es el mejor cuentista de la lengua castellana. Gracias amigo, gracias por este hermoso e inolvidable regalo, gracias.
Lirian Marulanda
Río Tuxpan |
1994. Es obvia y explicable la suposición de que el protagonista de Las
noches de Ventura y, por lo tanto, de El libro de la vida sea un
alter ego de Marco Tulio Aguilera Garramuño. Pero en este caso no se trata del
escritor colombiano residente en México que se dedica a seducir mujeres para escribir sobre ellas, sino de un
escritor quintaesenciado, editado, potenciado. No soy yo, por lo tanto, el
protagonista, sino un yo idealizado, arrastrado por el esplendor y el cieno de
la sinceridad y expuesto como un cadáver a la curiosidad del lector. La novela
no es la historia de mi vida, sino la historia de mis fantasías, de mis
lecturas, de mis tabajos para escribir, publicar y sobrevivir. Es una novela de
formación (habrá quienes digan que es de deformación). Que algunos
escritores son particularmente perversos, es un lugar común. Más acertado sería
decir que los escritores se atreven a decir lo que los demás solamente se
atreven a imaginar. Yo mismo me he definido como un amoroso, aunque otras
personas me califican como ingenuo o como una persona que se ha dejado
manipular por las mujeres.
Los personajes
femeninos son fundamentales en El libro de la Vida (sé que ya desde el
título mi proyecto suena bíblico, de ambición paranoica y lo asumo con
humildad: solamente una persona enfermizamente segura de sí misma se atreve a
ponerse como modelo del protagonista de su propia obra o, en palabras de Blake I
have always found that the angels have the vanity to speak of themselves as the
only wise; this they do with a confident insolence sprouting fron systematic
reasoning [1]). Hay todo tipo de mujeres en Las noches de Ventura, desde
Bárbara Blaskowitz, casada, divorciada, enamoradiza, samaritana, pasando por la
Princesa de Huamantla, una criatura hecha para la esclavitud del amor, e Iris
Moonligth, una Hércules del erotismo femenino. Y entreveradas con ellas,
infinidad de entidades de la imaginación, que los lectores de Sábado han
ido conociendo a lo largo de los años en que he mantenido esta columna en
segunda página: Ranita, Trilce, Svieta Korolenko (la polaca que decía el
cuellito, bésame el cuellito). Algunos personajes que los lectores de Sábado
conocieron (por ejemplo Donna Maradonna, el elefante marino del amor) ya no
aparecen en la novela, pues ésta fue sometida a un severo recorte. De las
seiscientas páginas que tenían los volúmenes I y II de El libro de la Vida,
sólo quedaron en Las Noches de Ventura, trescientas cincuenta.
Me consta que los
fragmentos de la novela publicados en Sábado han sido leídos leído en
muchas partes, no sólo por intelectuales y escritores, sino por lectores
civiles en Campeche, Baja California, Monterrey y hasta en bibliotecas
universitarias en Estados Unidos. Algunas personas me han dicho que la lectura
de mis textos los hace sentir como amigos míos, como parientes o cómplices. Un
hombre me llevó a la Sala Manuel M. Ponce una rosa viva y me dijo, antes de
huir, que yo escribía lo que él soñaba. Una mujer, en la presentación de Los
grandes y los pequeños amores, quiso arrastrarme al baño, suponiendo que si
yo escribía escenas semejantes, estaba en toda la disposición de cumplirlas en
la realidad. La verdad es que lo que yo he escrito en estas páginas corresponde
a una época ya lejana de mi vida (de 1980 a 1985) y en el instante en que
escribo estas líneas mi vida y mi actitud son otras. Ya no concibo el amor como
una aventura sino como una Ventura. Ya no como una búsqueda sino como un
encuentro. Quienes conocen mi vida actual saben a qué me refiero. Ya no tengo
tiempo de perseguir mujeres ni de dejar que me persigan. El tiempo apenas me
alcanza para ayudar a levantar mi familia, tener a tiempo y bien La Ciencia
y el Hombre, revista que edito para la Universidad Veracruzana y escribir
de vez en cuando.
El tercer y cuarto
volumen de El Libro de la Vida, que aparecerá bajo el título de La
insaciabilidad, El libro de la vida II, ya está listo, pero esperaré algún
tiempo antes de promover su publicación. Hay que dar espacio a ver qué pasa con el primer
volumen. Pronto emprenderé la corrección de La pequeña maestra de violín, El
libro de la vida III, que los lectores de Sábado leyeron
fragmentariamente. Mientras llega la hora de corregirlo, me estoy preparando.
Acabo de leer dos biografías de Pagannini: Nicolo Pagannini and the history
of the violin, de F.J. Fetis, quien fuera amigo personal del mayor
violinista que ha existido, y Nicolo Pagannini: his life and work, de
Stephen Stratton, que es un plagio descarado del primero.
Presentación de Todos los hombres, de Ethel Krauze, en la Feria del libro universitario, FILU 2013
Ethel Krauze mayo 03, 2013
Todos
los hombres de Ethel Krauze
Marco T. Aguilera Garramuño
Se lee (o leo) la novela Todos
los hombres de Ethel Krauze (Alfaguara
México, 2012) como el que escucha en la noche de las noches de la vida de una
mujer la confesión definitiva… o las confidencias de una mujer que quiere
revelar (y revelarse) los arcanos de los instantes más significativos de su
vida. Trata asuntos y temas que en manos
de una narradora menos trágica y sufridora tal vez hubieran sonado cursis o
auto recriminantes. No es una novela de
la novelista o la protagonista que se asesta golpes de pecho arrepintiéndose de
su pasado o enorgulleciéndose de grandes, pequeños y medianos amores o de los amores
intrascendentes o de las simples ilusiones que se llevan las aguas del tiempo. Asistimos
a confesiones difíciles de ardores casi infantiles y de ardores de la edad
adulta, de escaramuzas entre una mujer y sus hombres, asistimos casi como
mirones al despliegue del curriculum genital y el curriculum emocional que se
entreveran y confunden, conocemos de rencores y acercamientos entre madre, hija y nieta, en cadenas de amarguras que no
terminan ni en el infinito.
No nos receta Ethel con pelos,
señales y secreciones cada uno de los amores u amoríos de su protagonista (ni
muy abundantes ni muy escasos, ni excesivamente apasionados ni demasiado
marcados por la represión), Aurora, sino que nos ofrece quintaesencias,
momentos de cristalización, ombligos de sentido. No es la novela de una Mesalina
o una Anais Nin, tampoco la de una Ana Frank ni el esplendoroso relato de la trágica
y melodramática historia de Isadora Duncan: es la novela de una arquitecta
mexicana que confiesa que ha vivido pero que sabe que nunca ha vivido
suficiente y a fondo, como quisiera o hubiera querido. Siempre queda insatisfecha:
con el amor, con la maternidad, con la vida en general.
Casi a punto de terminar la novela
–cuando ya le llega a Aurora la menopausia y a la pareja la azotan las
desavenencias, las discusiones, las amenazas de separación—se me ocurre casi
irracionalmente la siguiente expresión: “El encanto de las revistas femeninas”.
La razón es que Ethel incurre y recurre en los lugares comunes propios de los
matrimonios que llevan muchos años, y lo hace con tal levedad que uno piensa
estar leyendo una novela rosa. Pero no. No es rosa. Lo que es rosa es la vida. Todos los hombres (obra que coquetamente
Ethel promueve con el título de Todos (mis) hombres en Facebook) resulta ser una novela realista,
y por lo tanto con los ingredientes de las vidas convencionales: cuando la
mujer se vuelve insoportable porque discute por todo; cuando el hombre se
vuelve descarado en su interés por las jovencitas; cuando el periódico es más
interesante que la comunicación a la hora del desayuno.
En
una entrevista reciente Ethel Krauze comenta que la novela no se centra ni se
basa solamente en su vida y sus experiencias, sino que “incluye escenas de
historias que le han compartido otras mujeres”. Elude, con este expediente
(falso o verdadero, eso no importa), la posible acusación de que haya explotado
su propia vida y la de sus hombres, para alimentar su obra. Y para mí, que de
alguna manera comparto sus experiencias –-al ser casi su contemporáneo y al
haberme cruzado en el trayecto vital de la autora apenas una vez en uno de los
célebres encuentros de escritores de los años 80’s (donde ella era el centro de
atención de varios hombres en una noche de copas y terminó siendo la sirena que
escapó a refugiarse sola, en su habitación de hotel, mientras los asediantes se
quedaban o nos quedábamos consolándonos con algunos tequilas--, para mí,
hubiera sido más sabrosa la novela si hubiera involucrado su vida de escritora,
sin inventar a esa protagonista, Aurora, que de alguna manera me dejó
insatisfecho. ¿Qué me faltó en esta protagonista? Un proyecto vital, una vida
independiente, que Aurora no se hundiera en un matrimonio convencional.
Rescato, eso sí, una sensualidad insuficientemente explotada, tal vez por
recato o por estrategia literaria. No se trata de que este lector curioso que
soy yo quisiera pelos y señales, sino un desarrollo más pleno.
Viví
la lectura con intensidad, más con ojos de cómplice, que con bisturí de
escritor o crítico, y puedo decir que me mantuvo absorto durante el corto
trecho de su lectura.
Generalmente las crónicas de viajes que publico son
fieles, pero en lo referente al asunto mujeres en ocasiones me dejo llevar por
la fantasía, particularmente cuando conozco a tipas atractivas, interesantes o
simplemente literarias (el género de las mujeres literarias está constituido
por personas del bello sexo —permítaseme el neomachismo al que me veo obligado
para no incurrir en repeticiones— que están dispuestas a hablar, a cooperar con
el escritor, a fantasear, o incluso a ir más allá de lo socialmente
conveniente). No olvido que en New Platz conocí a una nicaragüense,
extremadamente simpática, con la que tuve una aventura imaginaria, que en el
papel relaté como si fuera real, y que lo hice con tal arte, que mi esposa
después de leer el texto (en el suplemento literario de marras, precisamente)
llegó a enojarse. Alguna lectora sintió insultante el relato, porque según ella
yo estaba vanagloriándome de los cuernos que le ponía a mi mujer. Tampoco
olvido la aventura que llamé "El poder de la distancia" en la que
reproduje la noche que pasé recluido en una habitación de un hotel en Indiana,
Pensylvania, hablando de amor, erotismo y lo que haríamos si nos atreviéramos,
con una bella gringa de Tallahasse. Ni olvido lo que sucedió en Quebec, donde
conocí a una chica a la que llamé Polly, con la que tuve largas conversaciones,
que me sirvieron para escribir varios artículos y luego un relato en el que
exploro el erotismo femenino.
Gracias a la computadora he llegado a una cómplice y
productiva conciliación: de cada tema que me ofrece la vida saco en limpio por
lo menos tres versiones que guardo y/o publico. Una versión es la crónica
periodística, que publico generalmente en el suplemento, para cubrir mi cuota
semanal; la otra es un cuento o relato largo, bien desarrollado y trabajado
durante meses; y la tercera es un cuento lo más sintético posible. Esto me hace
pensar que la computadora me ha convertido en una especie de tablajero, que
agarra un tema (la res) y de él saca todo el provecho posible. Lo mismo me está
sucediendo con las novelas: por lo menos llego a aceptar como definitivas dos
versiones: una larga y otra corta.
25 de diciembre de 1983. Fin de la primera versión de Mujeres amadas. Comencé a escribir a las seis de la tarde, después de pasar el día dando vueltas como el famoso perro que se va a echar, relegando el instante de sentarme a definir el último capítulo. Desperté a las diez de la mañana, salté cuerda, fui a jugar básquet (apenas tres partidos para no gastarme todo): no quería agotarme, quise pelear con el flaco de cara manchada que se colgó del aro y lo dobló, lo insulté y le lancé un puñetazo pero los compañeros me agarraron, luego comí en el mercado de La Rotonda y dormí dos horas. A las cinco estuve practicando mi lección de violín (llevo dos meses en la misma lección sin avanzar) y luego estuve tocando las piezas que recuerdo de mis viejos tiempos en el gallinero de San Isidro de El General (La leyenda del beso, Rapsodia Húngara Número X…). A las seis de la tarde comencé a escribir. En realidad era reescribir, ya que el capítulo final había sido escrito hace dos años a manera de cuento. Lo que hice fue integrar el texto a la corriente de la novela, limar algunos lirismos empalagosos, incluir algo de diálogo (lo que es extraño en mi estilo habitual). Ya se iba acercando la media noche. Como no quería enterarme de lo que sucedía afuera escogí cuatro cassetes, todos de Mozart para ponerlos a todo volumen y aislarme del mundo. No quería escuchar mariachis ni gritos de júbilo ni las campanas echadas al vuelo cuando Cristo naciera otra vez. Comencé a escribir con intensidad, poniendo cuerpo, alma y tripas en ello. Hacía un frío espantoso pero no me molesté en abrigarme. Tenía los pies congelados. A las 11:40 escribí la última línea. No hubo brincos de júbilo, bailes en soledad o celebraciones como en otros casos –el final del cuento de McCoy fue más escandaloso, casi me vuelvo loco—sino serenidad. Me vestí y salí a recorrer las calles. Estaban solitarias. No me di cuenta del momento en que sonaron las doce. Fui al Palladiun Discotec pero había nada. Conduje mi auto hacia la casa de Bárbara y allí estuve al frente, espiando las luces de su ventana, sintiendo algo de pena por mi soledad. Fui donde mi compadre Gacimarrero pero la verja estaba con candado. Luego a la casa del Grillo y a la del libio Trigueros. Todo estaba apagado. Tantas mujeres pasaron por mi vida ese año de 1983 y de ellas no quedaba sino lo escrito. La doctora Lorena Beatriz desapareció sin dejar rastro.