MISTERIOS PERSONALES
agosto 30, 2013![]() |
En la recepción tras la conferencia en Indiana, Pensylvania |
Borges afirma que no se le deben atribuir a él los méritos de los textos que escribió. Faulkner, hacia el final de su vida, manifiestó en una carta lo siguiente sobre el poder que tenía para escribir narraciones: "Me doy cuenta de qué don tan asombroso me fue dado: sin ninguna educación formal, sin compañeros ya no digamos cultos sino capaces de leer y escribir, pude hacer sin embargo las cosas que hago. No sé por qué Dios o los dioses o quien fuere me escogió para ser su vehículo. Esto no es humildad o falsa modestia, es simplemente asombro". Cortázar escribió que la mayoría de sus cuentos fueron escritos al margen de su voluntad, por encima o por debajo de su conciencia razonante, como si él no fuera más que un médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena.
Cada
escritor tiene su propia versión sobre el origen de sus cuentos. Yo contaré la
mía. Es frecuente que a los escritores se nos pregunte de dónde salen nuestros
textos. También es común que lleguen personas a ofrecernos sus historias.
"Vengo a regalarte este cuento", dicen, como quien trae un obsequio
de cumpleaños. Un momento. No es tan sencillo. La mejor historia, sembrada en
el escritor incorrecto, no dará nunca frutos. Sería como sembrar cactus en Alaska
o eucaliptus en el desierto.
Voy a
atreverme a lanzar un primer postulado sobre la escritura de los cuentos: la
constitución espiritual de cada escritor es propicia para cierto tipo de
cuentos. El espíritu morboso, enfermizo, la imaginación sin límites de Poe no
podrían hacer germinar cuentos elementales como los de Hemingway o Katherine
Mansfield. El espíritu ecuménico de
Marguerite Yourcenar es tierra propicia para un tipo de cuentos muy
diferentes a los de Faulkner.
Y
otro postulado: cada cuento tiene su momento para manifestarse y ese momento
tiene relación con el estado espiritual, con la situación existencial y el
ánimo del autor. La etapa previa a la escritura de un cuento, generalmente se
caracteriza por una especie de ebullición de la imaginación, por una situacion
de receptividad, de susceptibilidad y de rechazo al mundo. El escritor en
trance de escribir es como el enfermo, que pierde el afecto hacia el mundo y se
concentra en su propio dolor, que es --hay que decirlo-- el dolor del parto
espiritual.
Una
condición del escritor de cuentos y de todo
auténtico creador es el egoísmo, el carácter implacable, que lo hace
capaz de sacrificar su vida, su familia, su estabilidad, por pulir un texto.
Son gente inconsciente los escritores, irresponsables, irrespetuosos. Garcia
Márquez afirma que la certeza de que estaba listo para escribir Cien años de
soledad le llegó mientras viajaba con su familia rumbo a unas vacaciones en
Acapulco. También afirma que suspendió sus vacaciones y regresó al D.F. a
escribir. No sé si creerle. Cada escritor crea su propio mito y lo alimenta. Es
parte del juego.
Uno
de mis primeros cuentos --"Historia de un orificio"-- nació por una
combinación de circunstancias. Había fracasado en una carrera de 5.000 metros
para la cual me había preparado durante un año, llevaba varios días dedicado a
leer de manera casi febril, padecía de un insomnio terrible que me había
mantenido durante casi una semana en vela. A más de ello estaba descontento con
mi vida: mis estudios formales de filosofía me tenían insatisfecho. Una noche,
después de un día de gran actividad, me acosté. Tras varias horas sin conciliar
el sueño, imaginé que yo era un ser que había dilapidado su vida leyendo y que
había perdido la alegría de vivir. Súbitamente tuve la iluminación: supe que
aquélla era una buena historia y que si la escribía resultaría digna de ser
leída y tal vez publicada. El método de escritura lo tomé de Poe, de su
"Filosofía de la composición". Es decir, construí el cuento a partir
de una serie de esquemas perfectamente cartesianos. La escribí, pues, la envié
al Magazín Dominical de El Espectador, que era, por
entonces el umbral iniciático de los nuevos escritores colombianos. Dos o tres
meses más tarde vi publicado el texto. Entonces supe que sí podía llegar a ser
escritor y que los atisbos que había tenido en el pasado, eran
premoniciones. Recuerdo que en
las clases de redacción de doña Vilma Alfaro de Vega, en el Liceo Unesco de San
Isidro del General, en Costa Rica, a mí me tocaba leer al final mis escritos,
pues siempre tenían algo que llamaba la atención. Escribía sobre el sargento de
policía, sobre el tonto del pueblo, sobre las prostitutas, siempre con humor y
un poco de mordacidad, características que de alguna manera conservo.
Otro
cuento, cuyo origen recuerdo con emoción, es "El ritmo del corazón",
que me dio el primer reconocimiento internacional, cuando apenas estaba
comenzando a escribir. Recuerdo que por alguna razón entré a una bodega
abandonada, llena de objetos viejos cubiertos de polvo y que estaba sumida en
la oscuridad. Fui sintiendo los objetos, tratando de reconocerlos con el tacto.
Como no lograra reconocer uno de ellos, lo levanté, y al hacerlo, algo se
despegó de él, segregando un sonido majestuoso, bellísimo, que me llenó de
placer. La luz me hizo reconocer que era un acordeón, pero esta verificación no
nubló la sensación que había tenido y esa misma noche escribí el cuento, en el
que un negro descubre la música y con ella el sentido de su vida de poeta
extraviado.
Hay
cuentos que no nacen de una inspiración o una emoción o de la acumulación de
causas, sino de circunstancias más triviales. "Manicomio con ventana al
mar", que también titulé "El suave olor de la sangre", nació de
la lectura de una nota periodística en la que se relataba el asalto a un
autobús por parte de un grupo de maleantes. Yo guardé esa noticia en la memoria
y comencé a inventar, a alimentar el texto, a ponerle carne a ese esqueleto.
Para terminar el cuento me leí la Biblia de principio a fin y me documenté
sobre los sacrificios humanos de los aztecas, así como estudié los cuentos de
Rubem Fonseca, cuyo tono me parecía fundamental para escribir un texto de esa
naturaleza. Otro cuento que tengo en proceso y que se llama "Olor a
macho" nació de la lectura de una nota periodística: una vedette brasileña
fue asaltada y violada en su propia casa por un individuo. Ella planeó una
forma borgiana de vengarse: se fingió enamorada, invitó a su violador a
visitarla el día siguiente y cuando éste, vanidoso e ingenuo, llegó a
visitarla, lo estaba esperando la policía tras la puerta.
Otro
cuento, "Quién
no conoce a Sammy McCoy?" nació de una idea: la de un hombre que en una
cantina, mientras bebe de gorra, se dedica a presumir que ha hecho todo tipo de
proezas amatorias y épicas, lo que le sirve para ocultar (y revelar) que es el
más grande mentiroso, el farsante por excelencia. El tema lo tuve en la punta
de la pluma durante varios meses, hasta que me sentí en el ánimo propicio y
decidí que un cuento semejante sólo podría salir si tenía a mi lado una botella
de tequila, cigarrillos y absoluta libertad para entregarme al exceso. El
resultado de este trance de intemperancia está en mi libro Cuentos para
despues de hacer el amor, y el relato de esa noche que terminó en una
terrible e interesantísima duplicación
de mi personalidad, lo escibrí en La noche de Ventura, una novela que
está a punto de aparecer en México.
Otro
relato, "Arrepiéntete pecador"es el resultado de una típica aventura de congreso: Un hombre maduro conoce
a una joven estudiante de sociología, bailan, se emborrachan, etcétera. Muchos
relatos y cuentos resultan de encuentros entre el autor y personas (personajes)
muy interesantes que impresionan y prácticamente obligan al autor a
eternizarlos.
Si bien
algunos cuentos pertenecen al reino de las fantasías (tal es el caso de
"Cantar de niñas"), muchos parten de variaciones sobre la realidad:
Qué hubiera sucedido si... A partir de este tipo de planteamiento las
posibilidades son infinitas.
Hay
un cuento que nació de una manera muy graciosa. Se trata de "Visitas
nocturnas". Resulta que por las noches acostumbro a leerles a mis hijos
cuentos. En una de esas noches les estaba leyendo un texto que comienza
diciendo: "Así
que no crees en fantasmas, hermano?". Apenas leí esa frase, la luz se fue
y no regresó. Qué
hacer? Mis hijos no se duermen si no tienen su cuento completo. Lo que hice fue
inventar el resto de la historia, que resultó tan interesante, que esa misma
noche la escribí. De ahí resultó mi primer y hasta ahora único cuento de
fantasmas.
Si
hay cuentos que nacen sobre variaciones de la vida, también existen los que
resultan de lecturas. Hace poco leí un cuento de Hoffman, en el que se habla de
Zulema, la perla de las cantoras musulmanas, el rey moro Boabdil y el sitio de
la ciudad de Granada por parte del ejército castellano. Ese cuento me gustó
mucho, pero quedé insatisfecho con su final. Decidí volver a escribir el relato
dando una versión personal, que de paso me sirvió para modificar la historia.
Esta idea de rehacer la historia ya ha sido utilizada con frecuencia, y en
tiempos recientes por Pedro Gómez Valderrama, uno de los más interesantes
naradores colombianos.
También hay cuentos que nacen en situaciones de crisis. Recuerdo
particularmente uno de ellos, "Viaje compartido", que resultó cuando
yo estaba aquejado por un terrible estreñimiento. Me sentía mal, muy mal y
estaba desesperado. Lo único que se me ocurrio hacer fue poner la grabadora a
funcionar. Comencé a contar una historia angustiosa, hilarante, ridícula, que
resultaba de unir dos extremos: un sitio non sancto y un irredento santurón.
En
general casi ningún cuento nace gratuitamente, de la imaginacion pura, sino que
tiene, como los sueños, un sustento en la realidad objetiva: algo visto u oído
sirve de pie al vuelo de la fantasía. Lo que sí es importante --esa red
cazadora de mariposas-- es la actitud del perseguidor de historias. El
cuentista vive pendiente de las posibilidades de la existencia, de los juegos
del azar, y aunque viva en una realidad anodina, la vive iluminando, la vive
potenciando, de modo que le resulta una veta fecunda, interminable.
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