Los viejos tiempos de Batis en Sábado
septiembre 03, 2013
Rescatado del disco duro
Las noches de Ventura en novela (I)
El inefable placer de hablar de mí mismo
1994. Ahora que por fin veo el primero y segundo volumenes de mi El libro
de la Vida, titulado Las Noches de Ventura, publicado en México por
Editorial Planeta, he decidido hacer una pausa, dar un gran salto y llegar al
presente, hablar de mí mismo en primera persona y relatar un poco las
circunstancias y los avatares de esta novela que me ha ocupado ya casi diez
años de vida. Incurro, pues, en el inefable placer de hablar de mí mismo, como
dijera, creo, Ortega y Gasset. No es un misterio que todos los que escriben se
describen y revelan a sí mismos incluso en los personajes más distantes de su
propia personalidad. Algunas de las personas que ya leyeron Las noches de
Ventura han dejado a un lado la literatura para indagar la identidad de los
personajes femeninos que allí describo. Otras encuentran ciertas situaciones
algo exageradas. Las pocas mujeres que han leído el libro sienten hacia él una atracción
morbosa. Y es que la novela es una novela sobre mujeres, y sobre cuáles mujeres
puedo yo escribir, si no es sobre las que he conocido e imaginado. Muchas
mujeres que me han querido o padecido, si es que me leen, se habrán
identificado con uno u otro personaje. De las mujeres han partido críticas y
censuras. No olvido a la que se escudó en el pseudónimo de Tantadel Argote y
que me estuvo incordiando en varios desolladeros, en general insultantes. Me llamó Gran Can de las Letras, Mono
Gramático y se carcajeó de mi trabajo, de mis premios y de mis libros. Dijo que
yo era un misógino colado en la neoliteratura rosada. Me calificó de nacote
refugiado y sudaca, autor de fotonovelas porno. Nunca supe quién se escudaba
bajo el pseudónimo de Tantadel Argote. Me dijeron que era una muchacha de
Puebla, que era el mismo Batis, que la hija de uno de mis personajes, que el
mismo Marco Tulio, etc. El caso es que la polémica, que acaso recuerden los
lectores de Sábado, terminó cuando yo le solicité a Tantadel que me
demostrara, con textos, cómo debía tratarse el erotismo y cuando ella calificó
mi literatura de "erotismo rosa", después de descalificar a mi
persona con adjetivos poco soportables.
La acusación de que
soy un escritor de pornografía me ha perseguido, de la misma forma que ha
llegado a molestar a mi esposa, a quien frecuentemente acosan. Ella, que ya ha
aprendido a vivir conmigo y con mi fama o mala fama, ha desarrollado respuestas
para defenderse. Una de ellas es sencillísima: preguntar al ofensor si ha leído
aunque sea uno solo de mis libros. Habitualmente quienes me atacan es porque no
han leído mis obras y se dejan llevar por una envidia insana y barata. El hecho
de que disponga de un espacio fijo en sábado desde hace algunos años es
insufrible para muchas personas.
Una compañera de
trabajo en la Editorial de la Universidad Veracruzana, Georgina Blanco, es la
única mujer que ha leído los siete volúmenes de El libro de la Vida (ahora
reducidos a cuatro). Sus observaciones me han servido de mucho.
Entiendo
perfectamente a las mujeres que han reaccionado contra mis escritos. Lo que yo
intenté hacer en Las Noches de Ventura fue dar una visión lo más
completa posible del erotismo desde mi punto de vista y por lo tanto desde mis
experiencias y mis lecturas. No se trataba simplemente de describir situaciones
enervantes y conflictos entre el protagonista y sus mujeres, sino de comprender
las situaciones y hacerlas palpables. La mayor parte de las personas que
escriben por necesidad, siguiendo el mandato interior que pregonaba Kafka, lo
hacen para comprenderse, para explicar su posición en el mundo, incluso para
justificarse. La escritura es una satisfacción solitaria, por lo tanto en
cierta forma onanista. Ser leído es como escapar del onanismo y entregarse al
amor: compartir la pasión pero también el veneno. Bien dicen que Semen
retentum venenum est. De la misma forma, las obras escritas y no publicadas
se transforman en veneno que puede echar a perder la vida de un escritor.
En el fondo de las
teorías de Freud hay una verdad, que por peligrosa, muchos tornaron caricatura:
todo lo que el hombre hace en el mundo, todas sus obras, son semen, pulsión
sexual, transformada, sublimada, hecha carne, es decir, objetividad. Esta
afirmación, que ha movido a todo tipo de variaciones y tergiversaciones. Leí
las obras completas de Freud a los veinte años, como si fueran una larga novela
y sin duda ellas me influyeron grandemente, aunque fue poco lo que me quedó en
la memoria. Llegué incluso a hacer una especie de pequeño manual de
interpretación de los sueños, que fue publicado, en parte, por el desaparecido
Instituto de Artes de la Universidad de Nuevo León.
Luego, a manera de
aficionado, practiqué el análisis público de los sueños con mis alumnos de
Letras (lo que es, sin duda absurdo y muy peligroso, pues siempre se llega a un
punto a partir del cual comienzan los desfiladeros de la personalidad, temas
que nadie se atreve a hacer públicos).
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