La honesta lujuria de un fracasado
18 agosto, 2022
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Amado de los Santos Dionisio Luna es, sin lugar a dudas, un personaje exasperante. Pese a todo, resulta imposible desengancharse de su historia debido a la comicidad de sus vivencias y la totalidad de su existir. A lo largo de 103 páginas, Marco Tulio Aguilera Garramuño nos invita a presenciar las aventuras de un héroe sin triunfos que encuentra su más grande fracaso en las innumerables trampas del amor.
Por: Natalia Candado López
Estudiante de Licenciatura en Literatura, Univalle

Foto: uv.mx
Convencido de ser un experto en las artes amatorias, el protagonista de La honesta lujuria encuentra en la idea de desempeñarse como consultor erótico sentimental, la posibilidad de acabar con sus problemas económicos. Amado Moon, como suele ser presentado por el narrador, es un violinista con pocos deseos de superación, “demasiado fino para acompañar mariachis, excesivamente mediocre para ocultarse en la Sinfónica y muy orgulloso para tocar en la calle y pedir monedas a cambio”. Por tal motivo, vive constantemente endeudado y su alimentación, al igual que la de Gervasio, su amado pez confidente, es apenas suficiente para no morir de hambre.
La novela de Aguilera Garramuño se desenvuelve en seis escenas. Estas invitan al lector a recorrer junto a Luna, los brazos amorosos de seis mujeres radicadas en diferentes locaciones de México, que buscan al “doctor amantísimo” luego de ver su anuncio en el periódico, con la esperanza de que este pueda eximirlas de sus abrumadores traumas y soledades. Así pues, el hombre, cual si fuera un héroe, parte en busca de sus clientas con el fin de cumplir la misión de liberarlas. No obstante, desde su perspectiva, estas terminan victimizándolo, pues le es imposible escapar de sus redes sin dejar atado a ellas un pedazo de su alma. Como consecuencia, Amado, el violinista que intenta ejercer la prostitución con el profesionalismo de un experto, termina regalando su trabajo y, dándole continuidad al círculo vicioso de su vida, emprende la búsqueda de otro cuerpo adolorido que lo ayude a superar esa grave, vergonzosa y deleitosa enfermedad llamada “amor”.
…pese a crear un personaje insoportable e incluso fácil de odiar, Aguilera Garramuño construye una trama que engancha irremediablemente al lector y lo fuerza a ir, entre letra y letra, hasta la última página sin dejar de disfrutar cada fragmento de la obra.
Así pues, a lo largo de cada capítulo el protagonista va adquiriendo, gracias a la interacción con cada una de las mujeres, nuevas debilidades que ponen a prueba sus habilidades como amante, hasta el punto de desaparecerlas por completo. En este orden de ideas, Amado de los Santos Dionisio Luna se enfrenta lentamente a una realidad que, pese a su constante negación interna, le pertenece: su historia no es la de un Don Juan conquistador, sino la de un pobre recolector de fracasos.
A través de La honesta lujuria, Marco Tulio Aguilera Garramuño nos entrega una novela que gira en torno al erotismo y la desnudez, pero que brilla particularmente por su excelente capacidad narrativa. Por tal motivo, pese a crear un personaje insoportable e incluso fácil de odiar, construye una trama que engancha irremediablemente al lector y lo fuerza a ir, entre letra y letra, hasta la última página sin dejar de disfrutar cada fragmento de la obra.

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Breve historia de todas las cosas marzo 01, 2023Selma Ancira, la traductora de los Diarios de Tolstoi en Xalapa
Marco Tulio Aguilera octubre 22, 2022Estuvo en Xalapa la maravillosa Selma Ancira, traductora de Tolstoi y de muchos otros autores rusos, griegos y de otras nacionalidades. Presentó un libro de poemas de Kambanelis (creo que así se llama), a quien calificó como "el Carballido ruso".
Verdad es belleza. Memorias
La historia sabrá disculpar su vanidad
Raciel D. Martínez Gómez
Que después de leer Verdad es belleza. Memorias, confesión del escritor colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño, uno halle que el tema principal es la vanidad, pues evidentemente no hacemos más que engrosar el concepto de perogrullo. Diría que estamos ante un caso excepcional de egocentrismo donde el autor reconoce la paradoja y los límites de su techo de Olimpo griego. Hace un notable esfuerzo para imponer aristas al tema principal de su conversación, que es su “yo” excitado al cubo, utilizando el sarcasmo en lo que es un mundo paralelo. En el libro Aguilera admite derrotas pírricas, aunque usted no lo crea. Por ejemplo, no obstante que no lo menciona -siguiendo el silencio de Sigmund Freud-, pero a Marco Tulio el volumen sí importa. Dice, sin lamentarse, que en comparación a Bárbara Cartland que escribía una novela cada cuarenta días, frente a Corín Tellado escritora de cuatro mil novelas románticas o de cara a esa máquina germana que fue Rolf Kalmuczak autor de dos mil 900 piezas con cien pseudónimos, los 45 libros de Garramuño están lejos de ser hazaña. Ahí se nota que la humildad, en porcentaje, es un modesto IVA que le cobra la realidad.
Tampoco
en el campo de las mujeres puede envanecerse Marco Tulio así como así, porque
frente al top ten de amantes históricos y contemporáneos lo hacen ver un
tenorio Región 4. Acepta que Giacomo Casanova o Don Juan, el portero de un
hotel en Venecia llamado Umberto Billo, el tenista rumano Ilie Nastase, el
actor y comediante Charlie Sheen, el cantante reo de los memes Julio Iglesias,
el basquetbolista Magic Johnson, Gene Simmons
bajista del grupo de rock Kiss o el líder
cubano Fidel Castro alardean tantas conquistas que lo ubican en la menudencia
momentánea, cuando menos en un par de párrafos.
En
este sentido, la paradoja de la altivez ofrece detalles dignos de mención. Todo
se puede perder, menos la vanidad. Y, en el caso de Marco Tulio, hasta se
envanece de haber salido de sus fracasos, desaires (cuatro famosos) y del
infierno de la locura con libros bajo el brazo, como lo atestigua su novela Formas de luz (el sentido de la melancolía),
representación literaria de su más angustioso periodo de depresión. Encaró la
muerte con lo más precioso, según él, su literatura: “La vida es una novela que
se guarda la última carta para después del final” (p. 196). Y, agrega, como es
una novela tan interesante, inesperada y sobre todo enigmática, asegura con
humor marro, “debe tener una segunda parte” (ibídem).
Revela
cuestiones vitales: su descarada búsqueda del éxito, al que otea con cierta
contradicción. Diferencia entre éxito comercial y éxito íntimo, teme al primero
y del segundo afirma que, al entregarle cualquiera de sus libros, está enteramente
seguro de entregar un trozo de su espíritu. A pesar de que está consciente del
canto de las sirenas y alude a maestros de la amargura como Lobo Antunes que
dice que “el éxito es un fracaso anticipado” (p. 135) o a Emil Cioran que
señala que “el éxito es un malentendido” (ibídem), Garramuño no ceja en su
interés por alcanzarlo y opina que los escritores se inventan un estúpido
recato. “La historia sabrá disculpar mi vanidad” (p. 172).
Dice
una de sus máximas: el pedante es autosuficiente, no necesita la aprobación de
nadie porque está seguro de su valía, por eso es intolerante e intolerable. Por
ello recuerda bien “ardilla” los zapes públicos que le daban en el periódico.
Blanco habitual en el “Desolladero”, la sección de cartas de “Sábado”, suplemento
de unomásuno. Fue vapuleado en más de una
ocasión por un grupo de mujeres llamado “Las conejitas de Batman”. Otro
pseudónimo que estuvo incordiándolo en el “Desolladero” fue “Tantadel Argote”.
La
paradoja toma diferentes rumbos como apoyarse en hombros de gigantes. Marco
Tulio, aún protagónico, es generoso con los otros, como cuando cede el foco de
atención por dos líneas y cita a Horacio: “¿Cómo afrontar, pues, la desdicha
grande o la felicidad desmedida?” (p. 191). El poeta reflexiona, aludido inopinadamente
por Aguilera: “Guardad la calma ante la adversidad, manteniendo la cabeza fría,
sin dejar de refrenar una desbordante alegría: he ahí la dicha” (ibídem).
Sobre
el fracaso, realmente fracaso, pues no sé. Garra dice que le duele en el alma
haber perdido un concurso de novela con premio de 175 mil dólares, en el cual
tenía 50% de posibilidades de ganar, pues estaba tan confiado que ya había
hecho planes para comprarse un apartamento en el mejor edificio frente al mar
en Boca del Río, Veracruz. Aunque, por otro lado, admite que de haber sido
ganador habría abandonado su bucólica rutina en la oficina de la Editorial,
nadar todos los días y no habría escrito a sus anchas las novelas en su haber
-de ahí la paradoja del éxito.
El
libro, por otra parte y sin desligarse de la soberbia, bosqueja una especie de
taxonomía del desaire o cuando menos colecciona una suerte de anti medallas,
que son cuatro y otras más que son ganchos al aire. El repertorio de
descortesías va así: Ernesto Sábato, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez
y Alvaro Mutis, integran sus descolones favoritos, aunque Gabo es la auténtica
Némesis del colombias xalapeño. Con Santiago Gamboa tuvo asuntos personales,
pues cuando asiste a la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) de la
Universidad Veracruzana (UV) le dio la espalda cuando Garra le tendió la mano.
Sorprende,
a su vez, la flexibilidad del ego no enteramente megalomaniaco, a saber. Y es
que matiza al enemigo: dice que no es Gabo ni él (o sea Marco Tulio), el mejor
escritor colombiano, sino Alvaro Mutis, al que culpa de sentirse humillado
cuando leyó La nieve del Almirante. Por ello
acepta la envidia que le tiene al Gabo y a su vez siempre necesitó una
conversación larga con el patriarca. Le reprocha a Gabo que en Vivir para contarla poco expuso de su vida
personal. García Márquez entre sus pláticas con Garra le había comentado que
era muy pudoroso.
Y
es que, en este tenor, Verdad es belleza no
es otra cosa más que un cumplimiento de Gabo, según Marco Tulio. En alguna ocasión le
pidió a Gabo que leyera un manuscrito que se llamaba La
región del azar necesario (La hora del eructo); Garra admite que
quizás sea el peor de todos sus manuscritos -yo no lo he leído para secundar a
Marco Tulio, pero basta el título entre paréntesis, para entender por qué
quizás el autor de Cien años de soledad no lo
leyó. En otra ocasión así le dedicó Garra un libro a
Gabo: “A
Gabriel, que se me adelantó en el Nobel” (p. 172).
Su
estadía en Nueva York resulta interesante por su choque materialista con los
almacenes. El Museo Metropolitano de Arte (MET), claro. Pero mejor es todavía
su encuentro con el escritor Tomás González, autor de El
rey del Honka-Monka. Su paseo por un abandonado Coney Island cada
vez que se siente oprimido por Manhattan se va a ver el mar. De manera
infructuosa, el ermitaño amigo le receta una letanía: “A mí lo que me importa
es escribir, no publicar. Yo lo que quiero escribir es una novela de cinco mil
páginas que me tenga ocupado el resto de mi vida. Pienso que es una tontería
buscar editor. Cuando era joven pensaba que la literatura podía servir para
hacer dinero o ser famoso. Ahora sé que el verdadero fin de la literatura es
proporcionarle al escritor un mundo feliz, propio, con reglas particulares,
diferentes a todas las demás” (p. 101)… es obvio que solamente lo escuchó Marco
Tulio.
Rústico,
de poco tacto, que no se cree semejante a los dioses sino superior a ellos,
enfrentó un cataclismo espiritual y vencedor de la bilis negra, Marco Tulio es
un sobreviviente cuya salvación ha sido la isla para un náufrago: la
literatura. La computadora lo ha convertido en una especie de tablajero que
agarra un tema (la res) y le saca todo el provecho posible; de cada tema deriva
en tres versiones: una crónica, un relato largo y un cuento lo más sintético.
Resistió
también una zambullida en el Río Coatzacoalcos, uno de los más contaminados y
que Fuster publicó en Facebook una instantánea Polaroid. Siguiendo su
inquebrantable arrogancia, los azotes que da en el agua le hacen ganar los másters de
natación.
Si viviera 200 años, promete reescribir tres o cuatro veces sus libros publicados
y entonces aquí nos tendrá a Joaquín Díez-Canedo, Oscar de la Borbolla y a mí
otra vez presentándolos. Tiene significado la frase en latín: Semen retentum, venenum est, podría traducirse así
esta autobiografía llamada Verdad es belleza. Memorias.
Daniel Ferreira
Publicado originalmente en Blogs de El Espectador, Bogotá, Colombia, 14 de mayo de 2022
Para tener por tema la melancolía, Formas de luz (2018) de Marco Tulio Aguilera, no resulta un libro sentimental. Resulta más bien un libro sobre el fin de los sentimientos amorosos. O sobre la locura. Locura es una manera más pragmática y general de referirse a esa piedra en la cabeza cuya extracción fue pintada por Rembrandt. Pero el autor prefiere aludir desde el título a la romántica melancolía. Tal vez la especificidad de locura de esta historia sea la de una pareja que se acostumbra al infierno conyugal.
En las cien primeras páginas está dibujado el conflicto, aunque en una espiral se le da largas con una intriga irresoluble y así crea la impresión de que la historia continúa dando vueltas concéntricas sin expandirse o ramificarse. Lo que lleva la narración a un bucle, o principio de repetición continua. Es una narración sin trama y los personajes eluden la acción. Lo que aumenta tras cada capítulo es la capacidad de especulación de un narrador obsesionado.
Ventura, el protagonista y narrador (con una voz que alterna entre primera y tercera persona) ofrece el diario vivir de su depresión durante un indeterminado espacio de tiempo. Se advierte que la madurez va dando paso a la vejez, si es que en la vida hay un modo de determinar dónde acaba una y empieza otra fase (en la conciencia no puede ni medirse ni determinarse). Ese intervalo de la vida coincide con una crisis matrimonial y de paso irrumpe una amenaza violenta, la de un violador que rompe la vida de la pareja.
Esa amenaza aumenta la crisis mental de Ventura. Atanasia, la esposa de Ventura, sufre acoso, persecuciones y repetidos abusos sexuales por parte de un psicópata desconocido. Pero este incidente es tomado solo como intriga que queda suspendida cuando se suspenden los ataques, aunque hubiera podido convertirse en el conflicto central de la narración con un poco más de empatía por todos los personajes.
El esquema repetitivo capítulo tras capítulo se hace evidente: a las rutinas diarias del escritor Ventura, se añade sus rendimientos en prácticas deportivas, a esto las digresiones y descripción minuciosa de los estados de ánimo y evocaciones de momentos de su vida que derivan en cuadros de depresión, descritos con un método: la acumulación de detalles, lo que traslada al lector a ser observador de cómo operan los pensamientos obsesivos de Ventura.
Se describen constantes discusiones maritales, seguidas por breves reconciliaciones y escenas de celos y conjeturas sobre la identidad del acosador. El testigo de esas escenas maritales y repeticiones es el hijo de la pareja, Ático, acaso lo más cercano a un testigo directo realmente afectado por la suma de conflictos irresolubles del matrimonio que hace crisis.
La novela no construye propiamente a personajes como Atanasia y Ático, solo los alude como presencias que gravitan en torno a Ventura. Todo lo que se sabe de quienes acompañan a Ventura en esa depresión se sabe por lo que Ventura mismo supone de ellos y de algunos diálogos sueltos que no permiten dar dimensiones a los otros parientes, ni permite el desarrollo de acciones-decisiones de otros personajes.
El único personaje que se desdobla y traslada su diario a narración en presente es el narrador.
Como lo que se narra en presente está por fuera del tiempo y Ventura es un escritor en una crisis mental que se aferra a la escritura, entonces resulta tener la retórica de un diario. A intervalos esa escritura incidental se convierte en narración en tercera persona, lo que crea un distanciamiento con la introducción de la voz narrativa omnisciente, pero al cabo es el mismo yo dividido de Ventura.
Ventura parecería instalado en la descripción clínica de un psicópata narcisista incapaz de integrar la derrota o tener empatía con los demás. Pero esa sería una definición psiquiátrica, y un personaje así en la ficción no se define ni construye con un manual de psicopatologías. Acaso con la experiencia.
La sensación que provoca las reiteraciones de celos, maltrato, menosprecio, humillaciones, varios grados de acoso y explotación, es que Ventura y Atanasia son una pareja incapaz de sentir empatía por el dolor del conyugue y destruida por asumir los roles tradicionales de género asumidos en una familia que encarna el machismo secular.
Ventura se comporta como un “proveedor”, y Atanasia como una “mantenida”. Establecieron una familia tradicional donde el macho proveedor-reproductor es seleccionado por una hembra que necesita resolver su soltería. Un matrimonio sostenido en un esquema disfuncional produce una familia frágil, que puede ser destruida por una falta o ruptura del contrato social, la infidelidad.
De otro lado, transmite obsesiones adyacentes que son mandatos sociales. Ascender en la escala social y consumir (objetos, turismo), por ejemplo, han sido el programa de distracciones y proyectos maritales, además de la reproducción de la especie, ambas metas ya resueltas cuando inicia la historia.
Un tormento adicional, para Ventura, es su anhelo de triunfar en el arte, la escritura, labor que no se ve reconocida por grandes lauros. El éxito que busca no radica en la satisfacción del autor con la obra sino con la fama esquiva que conceden los cenáculos, de los que está excluido. Como no consigue la fama, entre otras cosas debido al ostracismo y castración de la vida marital, el escritor busca sucedáneos: triunfar en el deporte aficionado, conquistar lectoras, escribir más, aunque nada lo satisfaga.
El deporte es otra de las obsesiones del personaje. No el deporte como disfrute y elemento de salud y bienestar, sino como una arena competitiva y lesiva que daña el cuerpo y cuyo efecto se sublima y no se cuestiona pese a la evidencia ser el nuevo campo al que se traslada la crisis y no el lenitivo contra la angustia existencial.
El conflicto se reduce a este dato: Ventura cae en depresión luego de confesar a su esposa un desliz amoroso. El contrato marital roto con el adulterio provoca la represalia de Atanasia. Pero ninguno de los dos tramita los caminos normativos del derecho civil, ni se separan ni piden el divorcio, sino que continúan a una expiación que lleva al maltrato reiterado. La esposa decide cobrar venganza esclavizando al adúltero, y ambos conyugues consiguen así convertir el matrimonio en una espiral del infierno, la infinita cantaleta, y caer en los castigos y restricciones como el retiro o languidez de las funciones sexuales, grave obstrucción a los roles de pareja tradicional a que están adscritos.
De modo que el conflicto está antes de la irrupción del violador: el origen de la melancolía es la batalla conyugal.
La novela cuenta lo que siguió a la infidelidad: La co dependencia de los dos narcisistas, la de ella económica, la de él sexual, que difiere el divorcio mientras se arrastran a un infierno doméstico con tintes de melodrama, por su repetición.
El narrador no descarta material. Obsesionado con las listas, que son una manera de quitarse de la mente las ideas obsesivas, se incluye también la crudeza de las funciones corporales, las excretoras, las poluciones. Ventura enumera: medicamentos, tipos de trastornos, rutinas, planes, recriminaciones idénticas, virtudes perdidas. Esa constante crea una prueba de resistencia lectora en el lector más o menos enterado de en qué van los mandatos, los roles y la violencia de género. Incomoda por el cinismo y la carga machista, racista y clasista expuestas en algunas reflexiones de Ventura sobre la pareja y el sexismo. Ventura no oculta su pedofilia expresada en el gusto por las chicas púberes, otro índice de un pensamiento obsesivo. Atanasia es sublimada con oposiciones denigrantes. Es, para Ventura, “perfecta” y “muy imperfecta”, inteligente y superficial, pretenciosa y solidaria, honrada y maniquea, embustera, buscona, mitómana, jovencita y vieja a la vez. Definida a partir del oxímoron no se permite al lector el llegar a individualizarla. Atanasia cambia según cambia el temperamento del marido.
Pero no hay sufrimientos eternos a los que no acabemos por acostumbrarnos, decía Borges como argumento en contra del infierno. Desasosiega leer esta novela, reconocerse en algunas compulsiones, obsesiones vacuas, sentimientos caducos, en vidas y problemas que no quisiéramos tener ni reflejar ni encarar, pero que son aún una constante en la familia tradicional latinoamericana. Acaso su lectura permita una autocrítica para parejas en fase de cursillo matrimonial.
El logro narrativo es que al menos permite observar con crudeza la manera en que los sentimientos amorosos sucumben en la familia tradicional. Y que hay gente que prefiere mantener vivas las instituciones sociales, el matrimonio, cuando aquello ferviente y sublimado que las sustenta, el deseo, el amor, ha muerto ya y solo perdura el mandato y el prejuicio.
No dejo pensar si es justamente esa incomodidad transmitida donde radica el mérito de la obra: que la familia tradicional está mejor retratada en esta prosa furiosa y obsesa y machista que en una novela sentimental.
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Formas de luz, el sentido de la melancolía, Marco Tulio Aguilera, Premio Bellas Artes de Novela Jose Rubén Romero 2017, Editorial Universidad Veracruzana
EN EL PLANO PERSONAL LO MÁS IMPORTANTE FUE
EL NACIMIENTO DE
AMANDA CECILIA
HIJA DE MI QUERIDO HIJO SEBASTIÁN Y DE BRENDA
Y POR LO TANTO SEGUNDA NIETA
QUIZÁS LO MÁS IMPORTANTE QUE SUCEDIÓ EN EL PLANO LITERARIO EN EL 2021 FUE LA APARICIÓN DE
NOSTALGIA DEL PARAÍSO
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CUENTOS PARA ANTES DE HACER EL AMOR
CUENTOS EN LUGAR DE HACER EL AMOR
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EN 1000 METROS
50
100
200